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José Ben-Kotel


22  (de Firmamento y olas)

Esplendor no es resplandor,
la aguja no es el ojo.

El ojo es el despojo de la luz.

La luz vive en la figura que contempla placidez
e influye en el espíritu de las doncellas.
Será eso el misterio que conquistó a María,
la israelita, al renunciar al placer del amor
para engendrar el cambio en la historia?

Habrá sido triste la concepción sin rayo.
Sólo de aire y misterio:
leyenda, verdad y paradoja.

El ángel espiaba como testigo del soplo.

Así fue el parto y su concepción,
según la propaganda de los que inventaron el dogma
dos centurias después del primero año
para hacer más efectiva la difusión de la fe del Cristo,
de aquel judío errante, misterioso y blasfemo:
mito, agua, tentaciones y abandono del Padre.

Sangre que lastima y escribe en los corazones
abiertos y sus relámpagos: sacrificio permanente.

Así nació el mito

y la trasgresión de éste, el dogma infinito,
o su cero, la búsqueda del absoluto:
mentira piadosa, o Vía dolorosa, para quién,
para el mitificado o para los inocentes de su sueño
o el delirio de sus apóstoles:

martirio, martirologio, llaga que sangra,
cuerpo de mujer, blancas, santas colinas

para un polvo eterno.




 

 


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