.....................................................................

portada-como-deja-cuerpo-ba.jpgComo el que deja un cuerpo
Enrique González Parra
Ediciones Sin Nombre
México, 2009. 

Por Alicia García Bergua

....................................................................

Como el que deja un cuerpo es, como se indica en el título, un libro escrito con una perpetua conciencia de lo efímero de la vida, del vértigo cósmico que por ser animales conscientes de la muerte, nuestra experiencia nos provoca, pese a que se repita y se convierta en hábito. Esta sensación de vértigo no sólo está en los poemas y prosas poéticas en los que resulta más fácil de transmitir: en los textos dedicados a las relaciones eróticas y al deseo; está también en los paisajes y pasajes cuidadosamente descritos y evocados, y en los personajes de los poemas de este libro.

En este libro siempre está la mirada de quien constata y toca por primera y última vez: la del que llega, saluda y se despide todo el tiempo de su cuerpo, de los amantes, los paisajes, los amigos y la gente que observa. Es una mirada que parece viajar constante y lentamente a la orilla incierta de cada día, sopesándolo todo con gran detenimiento.

Pese a ser siempre una mirada abismal de los momentos, la de estos poemas y prosas es sumamente atenta, comprometida y apegada a la vida, y toma una distancia justa para recoger la esencia de lo vivido, sentido, pensado y visto. Esta distancia que nunca roza el sentimentalismo, nos hace ver el filo luminoso de la experiencia humana con toda la ambivalencia y la incertidumbre que encierra. Por ejemplo, en su poema La raya de Teruel, donde se describe una caminata por la línea entre los dos bandos de la guerra civil española; se describe por un lado ese paisaje árido y divisorio de la guerra, y a la vez la relación humana entre los soldados de ambos bandos, que en la noche compartían cigarros y en el día se mataban. O también, en el poema El secreto, donde en el amante contratado no sólo se observa la necesidad de ganarse la vida con el sexo, sino la libertad de quien no se entrega a nadie por pánico a ser sometido.

Hay en esta visión de la vida desde el borde, una idea muy compleja de la identidad humana y del escenario en el que ésta se desenvuelve: un cuerpo o diferentes cuerpos que se van dejando en manos de muchas personas y experiencias, y a la vez un gran acopio de sensaciones abismales vistas a una distancia poética.

La distancia adoptada por cada poeta para sus emociones, visiones y experiencias suele ser distinta. Quizá Rimbaud, de quien Enrique González Parra es un excelente traductor, puso el ejemplo de poner distancia en la poesía, de poder contemplar la vida y lo experimentado en ella, con desapego y sin sentimentalismo. En el caso de Enrique González Parra esta distancia contemplativa no está exenta de ternura, de agudeza, de humor y de una nostalgia evocativa proustiana, de sensaciones, contemplaciones y pensamientos de muchos instantes.

Si el equilibrista de Eliseo Diego va tratando de mantenerse en vida como en la cuerda, me imagino la visión de la vida de Enrique González a partir de sus poemas, como la de alguien que va por esos bordes que a todos excitan, emocionan y dan miedo –y que son en realidad los de la experiencia humana– con el aplomo y la entereza que caracterizan su escritura, de versos bien medidos y pulidos al extremo, para evocar a plenitud y a profundidad esos paisajes, amores y personajes irrepetibles. Todo esto con el fin de verlos ya no en el contexto del tiempo pasado y de la persona que él ya no es, sino en ese espacio eternamente presente y por ello cósmico que es el tiempo de la poesía, con su detenimiento y suspensión verbal. En esta poesía en la que el deseo es una de las constantes, hay también el contraste de una contemplación y aceptación de la existencia tal cual es, una paz interior que pese a los temas, los poemas y las prosas transmiten.

Los poemas y prosas poéticas de este libro, que muchas veces son estampas de vida sexual, descripciones de paisajes y personajes, escenas y reflexiones, están escritos en un tono sin grandes matices expresivos. Este tono a veces impasible logra el curioso contraste de hacernos ver, sin ningún miramiento, el fondo dramático al que se dirige el poema; por ejemplo, en esta breve prosa, Visión:

   "Se van yendo de los bares los paseantes del viernes, solos o en grupos de dos a cinco, casi todos eufóricos. Enfilan a pie, esquivando los coches por las calles angostas. Queda siempre un antro abierto para los que insisten en seguirla. Saben también adónde dirigirse los que salieron solos, busquen o no la cada vez más improbable compañía. De repente en un nicho bajo de cantera, casi fosforescente el blancuzco tronco desnudo, sin vello todavía, San Sebastián aparece. Se arquea sin gemidos, aseteado por dardos de heroína."

A la vez este tono un poco neutro y distanciado le permite atrapar en los textos toda clase de personajes tremendos o entrañables, la mujer que recoge las bolsas de plástico en la calle, la hermosa extranjera de setenta años que hablaba en español en el tren, el padre distante e impasible, la mirada de un guía de un monasterio que aparece entre las ruinas, la presencia de alguien que se ha ido, en la toalla que cuelga del tendedero... Desde los poemas y prosas podemos ver fijamente, al menos por un instante, a estos personajes ante los que muchas veces en la realidad no sostendríamos la mirada. Ellos están allí en los poemas, neutralizados de alguna manera, pero a la vez expuestos en la magnitud de algún momento. A través del poema que casi siempre recrea una escena, podemos vislumbrar su dimensión humana variada e inasible. Esos retratos parecen eludir la simple anécdota y obligarnos a mirar a esos otros más a fondo y sin juzgar o dar una opinión preconcebida, aunque sea por un instante.

Y esta mirada que no juzga y observa y se observa muy detenidamente desde la orilla de la vida, parece siempre llevar consigo la pregunta inocente y sabia o la duda primigenia que precede a los buenos poetas de por qué estamos aquí, ellos y nosotros, quiénes somos y por qué actuamos de ciertas maneras. Tomé el título de este texto de un poema cuyas preguntas finales podrían muy bien definir en parte el espíritu, que me recuerda a ratos al de Villaurrutia: “¿Por qué busco el peligro/ de tu boca carnosa,/ el estremecimiento/ de aferrarme a su pulpa?/ ¿Qué procuran mis labios
Adheridos/ al exquisito borde del espanto?”

Escuchar audio y video en

http://palabravirtual.com/index.php?ir=ver_voz.php&wid=556&p=José%20Manuel%20Caballero%20Bonald&t=A%20batallas%20de%20amor,%20campo%20de%20plumas




Leer poemas...



{moscomment}