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portada-echado-a-perder-baj.jpgEchado a perder
Carlos Pardo, Visor, Madrid, 2007

XI Premio Internacional Generación del 27 

 

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Los alanos emigraban.
El astrólogo cosía el cielo.

En las llanuras y en las cordilleras,
en los bosques de escombros mitológicos
los tilos esparcían su ortodoxia,
golpeaban al alba los baldones
de pacíficos reinos,
vertían plomo en campos roturados.

A ti y a mí
bajo el caparazón de un cielo rosa
nos cuida el siglo XXI:
cónsules de la retaguardia,
altivos aranceles del amor aduanero.
El alma en su paisaje
filosofa; es el tacto
quien nos da la razón.

Te quiero al modo de los viejos
pintores del trecento,
humana y geométrica,
ojos negros, piel blanca,
rebeca roja
y camiseta verde militar.

Ya debería el tiempo andar por ahí.

Las tejas son del gris del dragón de Komodo.

Las horas de la tarde
nuestras contemporáneas.




La niebla
alimenta a las vacas,
el silbo del levante
rodea el cráneo 
y la urbe se abre
al clima
como piel. Aún
nos reconocen
en una playa, en un
desierto, fuera del tarro
que cristalizó en la alacena.

De algún lugar de la pobreza vuelve
autoritaria la felicidad:
Tú, al rincón.





                                          El retrato español


Son periferia,
no vienen de muy lejos.
Abre el grupo
una mujer, terrosa
la barbilla
por una quemadura
–chándal,
cazadora de cuero–
con un surco de carne
enroscado a la oreja.
Esperan la apertura
del museo.
Vienen a reconocerse.

Los que son como yo
o son yo sobrellevan
cada uno
la carga del más próximo.
Nos deprimimos juntos.
Celebramos
el anhelo aplazado,
y si nuestro retrato suma invariablemente cero
y la lluvia de fondo natal nos anonada,
no querremos cumplirlo.

En el origen
una mesa ridícula.
Paredes amarillas
con recortes de prensa.
Al ritmo episcopal de los equinos
del paseo, un hombre inútil mezcla
amor e ideología.
Nosotros no
tenemos hogar.
Hacemos cola
bajo el apóstol pintor.
—Otro con tentaciones.
—Es el mismo.




Nunca seré discreto
y me duele
                         aunque frío
el corazón habría de aquietarse
como una pila bautismal.

Trastorna el desayuno en los pasillos
del hotel –tampoco hoy son los tártaros.

El alféizar sugiere la propiedad del suelo
–no mi raíz, no tierra: suelo
que es vida bajo tierra.

Regresaré al azar
a saber quién reemplaza
la obra vieja.

No fui el último al que echaron
ni el que apagó las luces.

Con pigmentos de drama
o con la gasa gruesa del estío
el clima no me recibió.

Una mañana madrugué,
pero era libre.
Es todo.

Náufrago en la factura
del agradecimiento, virgen
de una promesa cana,
entre jóvenes curas
y personas mayores.

Soy un hombre reciente,
me perdonen los árboles
invernalmente ralos,
las palomas aplaudan
al nuevo del atrezzo.




Como las circunstancias me pidieron
un toque personal
adopté el tono bajo para voz atiplada
con temblor en la frase y temor en el verbo,
resuelto a trompicones.
                                         No era yo
ni era el propio lenguaje
quien hablaba, sino un experimento
de humanos con cultura,
pues soy un hombre de labios impuros
y en un pueblo de labios impuros
habito.
            Porque era vanidad
querer narrar la vida
aun más cubierta de su camuflaje
de cuidado interior,
                                   desflecada
en oficios,
                        y vanidad hablar
del mundo como de la superficie
que devuelve el reflejo
de uno mismo asombrado
y un nimbo de paisaje lila
o verde y fucsia y ocre
o negro con dos trazos azules
excéntricos,
                          de pulso abierto,
dialéctica del tacto y la cabeza
en cielos que un exceso creador
pulcramente dibuja despoblados
–y vanidad que no dijera yo
y que hablara de dioses
de un acervo de oídas.

Las mujeres van y vienen
oliendo a tàpies.

Hemos tomado fórmulas prestadas
del viaje épico, del auto-
conocimiento a pie, del folk,
del rock,
de los documentales susurrantes,
del apólogo esdrújulo,
del cosmos homeopático.

No partir, no llegar. Retardar para cuando
realicemos de forma pleni-
potenciaria el placer
sin que éste nos consuma,
más digno por la confianza, más
aséptico sin duda
por haber olvidado la emergencia,
por haber esperado
–si el deseo era auténtico
hablando en jerga de autenticidad–
un deseo que luego
luego será mejor.

Hablar para salir airosos de la vida
por los caminos del lenguaje.

Y aquí termina la insatisfacción.



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