Jorge Esquinca: palabras para una celebración de lo visible

Por Víctor Cabrera


Nacido en la Ciudad de México en 1957 y emigrado a Guadalajara 11 años después, Jorge Esquinca es hoy reconocido como uno de los poetas mexicanos más notables surgidos de la capital jalisciense.

 

Jorge Esquinca: palabras para una celebración de lo visible

Por Víctor Cabrera

 Nacido en la Ciudad de México en 1957 y emigrado a Guadalajara 11 años después, Jorge Esquinca es hoy reconocido como uno de los poetas mexicanos más notables surgidos de la capital jalisciense. Autor de un puñado de títulos fundamentales de la poesía mexicana escrita en los últimos 30 años, entre los que podemos mencionar Alianza de los reinos, El cardo en la voz, Vena cava o el radical Uccello, Esquinca ha asumido su oficio como una incesante búsqueda formal hacia la paulatina decantación de su propio discurso poético.

Aprovechamos una pausa en las intensas sesiones de trabajo del Tercer Encuentro de becarios del programa Jóvenes creadores del Fonca, celebrado el último fin de semana de septiembre, para sostener una conversación en torno de una mesa no de cantina sino de un desolado restaurante potosino, aunque eso sí, bohemiamente apostillada por cervezas y tequilas.
 
Hay casi 25 años de distancia entre Alianza de los reinos, tu primer libro, y Uccello. ¿Cómo definirías esta trayectoria poética?

Yo no sé si pueda hablar de una continuidad en el trabajo, o en todo caso de un continuo, que se va conformando a través de ciertas rupturas interiores, de ciertas fragmentaciones. Creo que en todos esos años he podido explorar distintos registros y también distintas vertientes del discurso poético, probar las posibilidades expresivas de ciertas formas. Por ejemplo, me he sentido cómodo por un largo rato trabajando con el poema en prosa, que es una de las formas que puede adquirir la poesía y que me ha servido particularmente, que me ha resultado natural, hasta cierto punto, para darle vida a algunos temas y algunos motivos que me interesaba manifestar dentro de la poesía.

¿Cuáles eran esos temas y motivos hace 25 años? ¿Han cambiado? ¿Cuáles son ahora?

Empecé con el azoro ante el mundo y sus creaturas. Con la celebración de lo visible y los puentes que la palabra puede establecer hacia aquello que está más allá de las apariencias. Los temas y motivos no han cambiado esencialmente. Lo que ha cambiado es la visión que tengo ante ellos y la manera de abordarlos, transformándolos, a través de la palabra poética. Escribo obedeciendo a un impulso que resulta imperativo trasladar a un orden verbal. Al hacerlo, me interno por un territorio desconocido que se oscurece o se aclara conforme avanzo. Me parece advertir, en lo que he escrito, una voluntad de construcción mediante la cual he intentado fijar un instante de ese devenir, que no siempre ha sido el de mayor claridad, ni el mejor iluminado.

Hace un momento hablabas de un continuo poético conformado por ciertas rupturas interiores visibles en tu propia obra. Eso me parece bastante evidente, bastante notorio: un tránsito en tu poesía, durante estos 25 años, de una primera propuesta que podríamos definir como más lírica, tradicional, si quieres, hacia un discurso fragmentario que en los años más recientes han dado en llamar “poética de riesgo”, como la que puede observarse en Uccello.

Sí. Aunque no me propuse hacerlo de manera totalmente voluntaria y consciente, sino que es algo a lo que llegué en algún momento dado, algo que el mismo trayecto me fue orillando a hacer, porque de no haber emprendido una escritura como la de Uccello creo que me hubiera constreñido a repetir, tal vez, una serie de procedimientos poéticos que conozco bien y que me resultan afortunados en la mayoría de los casos; y entonces, este mismo movimiento como de salir del centro, de alejarme del núcleo formal más característico de lo que escribo, me llevó a intentar una escritura como la de Uccello, que averigua y rompe con esos moldes con los que había venido trabajando. No sé si necesariamente tenga que ver con una continuidad de exploración. Me pareció que era algo que tenía que hacer en un momento determinado y ahora estoy en otras búsquedas.

De hecho esta vertiente más experimental de tu obra era ya visible desde Vena cava.

Sí, claro. Vena Cava es un libro que rompe con ciertas cosas, a diferencia del libro anterior, Isla de las manos reunidas, que de algún modo es una continuación de El cardo en la voz. Creo que en Vena cava, desde el título mismo, se manifiesta una necesidad de explorar otras sendas, de internarse en otros pasajes para cavar, precisamente, nuevas vetas, nuevas posibilidades expresivas.

Si dividimos tu trayectoria poética en estas etapas claramente identificables, ¿qué autores te han influido o has tenido como modelos para tu obra en cada una de ellas?

Son muchos, pero voy a tratar de mencionar a los más importantes. Al comienzo, sin duda, a algunos poetas de nuestra lengua. Para mencionar a tres, diría Octavio Paz, de manera central, Pablo Neruda, por supuesto, y Lezama. Yo creo que estos tres poetas de nuestra lengua, del orbe latinoamericano, fueron para mí muy importantes en el comienzo.

A Paz le debo también, entre otras muchas cosas, el acercamiento a las tradiciones de la poesía en lengua francesa y en lengua inglesa. Por empatía personal, durante mucho tiempo he leído y he traducido a poetas de lengua francesa, más que a poetas de lengua inglesa. Y dentro de ese universo literario hay poetas como Rimbaud, de quien viene, en buena medida, mi interés por el poema en prosa. Baudelaire, sin duda, y un poco después Mallarmé  y André du Bouchet, que fue un poeta con el que tuve algún trato, pues lo pude conocer antes de que muriera y del que traduje una antología que es la primera que de él existe en español.

Sé que tu vocación poética se definió, en buena medida, en el taller literario de Elías Nandino. ¿Cómo fue esa experiencia?

Fue muy grata por muchos motivos. Para empezar, por el hecho de haberlo conocido, de haber podido convivir con él durante los últimos años de su vida. Él era un hombre muy generoso, un excelente conversador.

Lo conocí en 1979. Él abrió un taller literario en la Casa de la Cultura de Guadalajara y allí llegamos un grupo de jóvenes que andábamos tratando de ver si lo nuestro era la literatura. Y ciertamente, aunque yo intuía que podía haber para mí un camino en la literatura, allí obtuve una constatación. El hecho de haber asistido a ese taller significó para mí la confirmación de esa vocación dentro de la literatura, y más específicamente en la poesía. Nandino contribuyó a esto de dos formas: por un lado nos abrió las puertas de su biblioteca, con lo que pudimos leer toda la poesía que te puedas imaginar, y que en una ciudad como la Guadalajara de aquellos años no se conseguía. Por ejemplo, todos los Contemporáneos, que no habían sido todavía reeditados o cuyos libros no estaban al alcance de la mano tan fácilmente. En la biblioteca de Nandino pude leer, entonces, de manera muy significativa, a Xavier Villaurrutia, a Gilberto Owen y a José Gorostiza, para mencionar a tres de ellos, y este hecho representó para mí un gran momento de mi crecimiento como escritor.

Por otro lado, las conversaciones con Nandino eran deliciosas, podías estar hablando tardes enteras con él. Eran conversaciones en las que revivía anécdotas de su vida, de su trato con todos los Contemporáneos, con el mundo de la farándula de aquella época, del México de aquellos años. Él no tenía ningún prejuicio para contarnos cualquier tipo de aventuras, entonces, nos mantenía fascinados dentro de la atmósfera que él creaba, en la que había una intimidad siempre cargada de humor.

Reconocido en 1990 con el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, el más importante de México, Esquinca pertenece a una generación de poetas destacados que descollaron entre los años 80 y 90 del siglo pasado.

¿Lees a los poetas de tu generación? ¿A quiénes de ellos te sientes cercano?

Sí los leo, por supuesto. Me ha sido muy estimulante hacerlo, además de que tengo amistad con algunos de ellos, en algunos casos muy cercana, que es una de las cosas que tengo que agradecerle a la literatura, a través de cuyo ejercicio he podido hacerme de los mejores amigos que tengo en la vida.

Puedo decirte que leo mucho a Vicente Quitarte, a Myriam Moscona, a Coral Bracho, para mencionarte a tres que me son muy cercanos. Pero leo, además, a otros de la generación anterior a la mía como David Huerta, Gloria Gervitz y Francisco  Hernández, poetas por los que tengo una profunda admiración. Y a poetas de generaciones incluso subsecuentes, por ejemplo, a Ernesto Lumbreras o a Jorge Fernández Granados. Trato de leer, en la medida de lo posible, a mis contemporáneos, a los poetas que están cerca de mi entorno y, por supuesto, hay veces que tienes, por empatía totalmente natural, preferencia por algunos.

Has impartido talleres de poesía en Guadalajara…

Pocos –aclara–.

… y desde hace un año, eres tutor de los becarios de poesía del programa Jóvenes creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca). Desde esta posición de guía de nuevas generaciones de poetas y también desde tu propia posición de lector de poesía, no sólo de tus becarios sino de otros autores más jóvenes, ¿cuál es tu percepción de la poesía mexicana que se escribe actualmente y cómo la vislumbras en el futuro?

Con frecuencia a mí me toca oír, leer incluso, críticas, comentarios adversos de ciertos seudosantones de la poesía mexicana –no voy a decir sus nombres, no vale la pena–, que creen que después de ellos no hay nada, y que cuestionan continuamente, lanzan anatemas, dicen que la poesía de los jóvenes está padeciendo una profunda crisis de identidad, de formación, de rumbo, etcétera. A mí me parece que eso es totalmente falso, que ocurre todo lo contrario. Me parece que quienes mantienen una posición como esa lo que tienen es un pavor al ver que vienen nuevos poetas, mucho mejores que ellos, mejor preparados y con una gran ambición de renovar la poesía o el discurso poético de México. Entonces, me parece que esa es una manifestación, involuntaria, si quieres, de que no está en crisis sino que es una poesía que goza de plena salud, una poesía que cuestiona y se inserta en ese modelo que Octavio Paz definía muy bien como “la tradición de la ruptura”, que está poniendo en duda lo que las generaciones anteriores hicieron, y no sólo lo cuestiona de una manera crítica y propositiva, sino que está tratando de abrir nuevas ventanas, nuevas puertas. Me parece que no sólo está en el trazo o en el rumbo correcto, sino que es indispensable que eso suceda.

 

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