Un poeta de las orillas
Entrevista con Ricardo Yáñez

Por Claudia Sánchez


yanez-4-baja.jpgMe bajé en la estación del metro Portales y busqué la calle de Bélgica, ahí está el estudio de Ricardo Yáñez. El ruido de los coches, los puestos de comida y las cafeterías me sirvieron de preludio para mi reencuentro con el escritor, de quien tuve la fortuna de ser alumna en uno de sus talleres cuando su estudio estaba en la calle de Londres, en la colonia Juárez. Volver a verlo después de tantos años me produjo emoción, sigue siendo el Ricardo de toda la vida, elocuente, risueño y, sobre todo, transparente. Tiene un raro hábito de pensar muchas cosas en voz alta. Esto fue lo que dijo en la charla que sostuvimos:

Un poeta de las orillas
Entrevista con Ricardo Yáñez

Por Claudia Sánchez


yanez-4-baja.jpgMe bajé en la estación del metro Portales y busqué la calle de Bélgica, ahí está el estudio de Ricardo Yáñez. El ruido de los coches, los puestos de comida y las cafeterías me sirvieron de preludio para mi reencuentro con el escritor, de quien tuve la fortuna de ser alumna en uno de sus talleres cuando su estudio estaba en la calle de Londres, en la colonia Juárez. Volver a verlo después de tantos años me produjo emoción, sigue siendo el Ricardo de toda la vida, elocuente, risueño y, sobre todo, transparente. Tiene un raro hábito de pensar muchas cosas en voz alta. Esto fue lo que dijo en la charla que sostuvimos:

Ricardo, en tu búsqueda poética se advierte un constante apego a las formas tradicionales, la rima, el acento, ¿qué es lo que deseas encontrar con ello?


Mira, una vez lo dije de esta manera: los ricos no hacen fiestas de quince años, sólo los pobres, y esas fiestas tienen que ver con Viena, con las cortes, es decir, es hacerse la ilusión de conectarse con una realidad inalcanzable. Mi formación escolar, aun después de haber pasado por dos Facultades de Filosofía y Letras, era pobre, por lo cual me propuse trabajar para aprender; y la única manera de trabajar para aprender haciendo poesía es hacer lo que siempre se ha hecho y no lo novedoso, Trotsky dijo que no es fácil ser vanguardista si no se conoce la historia del arte; sin pasado no hay futuro.

¿Quieres decir que estás tratando de hacerte con el pasado para poder proyectarte hacia un futuro?

No, el futuro realmente no me interesa, y menos a mi edad, ya no hay mucho, pero sí me interesa un poco comulgar con los poetas que nos dieron patria, con Garcilaso, con Gil Vicente, con Juan de la Cruz, eso me emociona mucho, su entrega, su calidad. Yo sé que no soy como ellos eran, así que trato de acercarme a eso que eran; como Rafael Alberti, que dice que si Garcilaso viviera él sería su escudero.

Ricardo Yáñez, como si de un juego se tratara, va explorando a través de los versos el habla popular, deconstruyéndola para construir su poética
.

Es que yo vengo de una familia pobre, bastante pobre, lo he dicho en otras ocasiones, mi madre era sirvienta y mi padre albañil, él estudio hasta cuarto año, no sé si terminó, y ella hizo dos meses de kínder, que entonces se llamaba parvulitos; sabían leer y escribir, pero su formación cultural en el sentido oficial, era nula; su cultura era otra y esa otra cultura a mí me interesó mucho con el tiempo. En nuestro entorno se usaban palabras como ansí, ansina, ripio; palabras que luego descubres que pertenecen al español antiguo, eso es muy interesante. Una anécdota curiosa: yo estaba ya en la Facultad de Filosofía y Letras cuando mi madre se metió a primer año de primaria, en una escuela nocturna, no sé si hizo segundo, ya no recuerdo, pero sé que de segundo no pasó. Y por esos tiempos me dijo: “oye, hijo, qué bien escribe ese Cervantes”, “¿Cuál Cervantes?”, le dije, “Pues ése de las novelas, ése de la gitanilla”, le pregunté si había leído alguna novela de él y me contestó que sí. Me asombré mucho porque sospecho que ella entendía muy bien ese lenguaje. Leyó no todas las Novelas ejemplares, pero sí La gitanilla y algunas otras, quizá.

¿De qué parte era ella?


Se llamaba Ayo el chico.

¿Se llamaba?


Se llamaba, sí, porque imaginaron que la gente vería eso como un albur y le cambiaron a Ayotlán. Es cierto, y es horrible porque no hay Ayo el grande y le pudieron haber quitado “el chico” y dejar Ayo, como siempre le llamó todo mundo, un nombre muy bonito y de lo más breve que se pueda imaginar, pero, según me contaron, en el acta dice: “le cambiamos el nombre de Ayo el chico porque se presta (otro albur) a confusión, me parece una tontería que le hayan puesto Ayotlán.

Lo que entiendo con lo que me estás contando es que a través del habla popular intentas regresar a tu origen


Más bien de validarlo, en mí, no tanto en los demás.

¿Y con qué propósito validarías en ti tu origen?


Es que de alguna manera siempre me he sentido excluido, marginado, fuera de la sociedad. Ahora, eso tiene su lado hermoso, yo digo que soy gente de las orillas, siempre viví y crecí en las orillas de la ciudad, tengo mucho de campesino, más bien tengo “mirada de campesino” porque, aunque llegué a sembrar, hice adobes y herrería, tenía la visión de la ciudad, de la urbe y del campo –una visión fronteriza, digamos– y quiero validar esa visión fronteriza, que no sólo es de pobre, es de barrio. A mí los barrios me siguen gustando, la Portales me agrada mucho, no hago ronda con nadie pero siento que sigo perteneciendo al barrio, aunque no se parezca a lo que eran mis barrios. También, por todo ello, crecí con las canciones, y tengo una memoria extrañísima para las canciones (o tenía), me sé cientos y cientos, ni siquiera sé cuántas (obviamente), pero son muchísimas, desde niño me atrajeron, me fijaba en las canciones de las cantinas de algunos de los barrios donde viví; pasaba por ahí, me asomaba, oía las rocolas y así me aprendí muchísimas canciones auténticamente rancheras, esas que nacen en el campo. A la larga me sorprendió la manera en que contaban algo y, a veces, lo metaforizaban. Me fijaba en las imágenes. Ya después cambié, me gustó el rock and roll.

Entonces, si la canción tiene un significado particular en tu vida, debe tener un peso importante en tu quehacer poético


Sí, yo creo que sin la canción no hubiera llegado a la poesía.

¿Así que la canción fue tu primer encuentro con la poesía?


yanez-5-baja.jpgSí. La canción es breve (empieza y termina rápido). Yo no podría ser novelista, mi capacidad imaginativa de lo que le ocurre a los demás, en términos de historia, no es grande, en términos de símbolo sí. Puedo imaginar mucho lo que le ocurre a los demás, porque en términos de símbolo todo lo comprimes, según creo. No en términos de mito, porque en él entra ya la novela, ni tampoco en términos de ritual, en el que entra ya el teatro, sino en términos de símbolo, que es lo que maneja más la poesía.

Ricardo, según yo, en mucho de tu poesía hay una excentricidad espontánea, particular, inevitable
.

No sé a qué te refieres con esa excentricidad.

Me refiero a un desarrollo muy peculiar de tu poética, en cuanto a la forma y uso del lenguaje, la búsqueda de las palabras, el ir llevando el ritmo de manera inusitada.

Ya. Eso recién lo platicaba con mi asistente, le decía “mire, si yo le parezco original, no es porque lo sea, sino porque no soy de clase media ni alta (cuyos integrantes son los que ocupan un lugar en la cultura mexicana), yo vengo de fuera y en mi barrio no soy original. De hecho uno de los poemas que hice con todo el gusto para que lo entendiera y lo viviera la gente del barrio cuando era yo muy joven, se lo mostré muy orgulloso a un amigo al que apodábamos el “muerto”, y él me dijo “y eso qué, eso yo lo puedo hacer”; se lo platiqué a Ricardo Castillo, un poeta muy valioso, pasaron los años y un día volvimos al tema y él dijo que aquel comentario había sido muy bueno, yo le contesté que no había sido en tono de elogio y que en ese momento me había hecho sentir muy mal, a lo que me respondió “ah, pues yo pensé que estabas muy contento porque habías logrado tu objetivo”. Eso me alivió mucho. De alguna manera, como un búmeran, te rebotan tus logros. Aunque haya sufrido siete años o más por esa anécdota.

Así que esa excentricidad –como yo la llamé– no es sino tu naturaleza de poeta de las orillas, cuya propuesta no encaja fácilmente en el discurso poético conocido y reconocido
.

Más bien es un estilo diferente que no es estrictamente mío, es de las orillas.

No lo buscaste, simplemente ya lo traías
.

Así es, incluso me criticaron (treinta años después de escritos) unos versos que dicen: Hoy caminé por calles, por distintas calles/ de por las que acostumbro caminar. Yo pensé, tienen razón, está mal, pero en mi barrio así se decía (ríe); es decir, gramaticalmente debe estar mal (no estoy seguro, no soy gramático), pero repito, en mi barrio así se decía. Creo que al menos en aquel momento, tenía todo el derecho de hablar como se hablaba ahí, porque no estaba pensando en triunfar.

Es decir que construyes tu obra poética ejerciendo ese derecho al uso de la palabra del que hablas
.

Es que las circunstancias se van juntando, estás en Filosofía y Letras pero vives en un barrio, así que tratas de que estas dos realidades no se peleen tanto.

yanez-2-baja.jpgO de que eventualmente lleguen a coexistir en armonía.

Sí, pero lo haces porque no hay de otra; mira, de hecho, mi esposa, cuando era mi novia, vivía en una de las orillas prestigiadas de la ciudad, y yo vivía propiamente en las orillas (Guadalajara está dividida en dos partes que todo el mundo conoce: este lado de la calzada y aquel lado de la calzada). Ella vivía en el lado bueno y yo en el malo: el pobre, el jodido, el de las broncas, pero era mi novia de todos modos; ahí había una aspiración inconsciente de juntar las dos orillas.

Ricardo, el humor y la poesía son una combinación poco explorada en las letras mexicanas, sin embargo tú pareces moverte cómodamente en ella.

Yo antes no tenía mucho sentido del humor, era sumamente serio; todavía en el periódico (es que aunque nunca leía un periódico entré a trabajar a uno, ya tarde, por ahí de los veintiocho, veintinueve años, a la sección de deportes, desgraciadamente, porque tampoco sabía nada de deportes) yo estaba como neurótico, corrigiéndolo todo lo mejor que podía y sin saber del tema (aunque tenía cierta idea de la escritura, lo que yo sabía era hacer versos, no prosa, todavía me cuesta mucho trabajo hacer prosa, en poesía puedo medio ser un estilista, “medio”, pero en prosa escribo como puedo), así que tenía mis problemillas, porque la gente de deportes era ruda, y yo soy cursi (ríe), y un día alguien reclamó airadamente una de mis correcciones; Ramón Márquez, que era el jefe, dijo: “con Ricardo no se metan, él es una dama”, eso describe bien mi carácter hasta ese entonces; después, y gracias al periodismo, cambié mucho, salí de mi burbuja de cristal, antes yo soñaba y soñaba y soñaba, y la realidad quién sabe dónde andaría, luego me medio enteré. Todavía no me entero bien. Cuando renuncié me preguntaban y yo contestaba la verdad: “es que cómo voy a estar en un periódico si nunca me entero de nada” (ríe). Y sigo soñando, pero ya tengo el oficio de periodista.

Y el de soñador
.

Sí, ahora tengo los dos oficios.

Y a partir de ahí aprendes a llevarte bien con el humor y a plasmarlo en tus versos
.

Sí, ese fue el cambio, cuando vi que la realidad era muy chamuca (ríe), porque yo creía en Dios, creía que todos los poetas eran buenos –en el sentido santo de la palabra, que todos los artistas se querían entre sí y una bola de locuras, por eso quería ser artista, para pertenecer a un mundo donde todos se quisieran, ¿dime si no es para reírse?, así que terminé divirtiéndome, y aprendí a divertirme desde entonces; antes todo me asombraba, todo me asustaba, pero no podía criticar nada, no era crítico, no pensaba; ésa es la parte más fuerte. A los veinte años, de pronto descubrí que estaba teniendo un pensamiento, antes sólo había soñado, por ahí de los veinte, veintiuno tuve un pensamiento y entonces me dediqué a perseguirlo, leí libros de filosofía y la gente me decía “cómo entiendes eso”. Y sí lo entendía, quizá no lo procesaba bien pero sí lo entendía, y descubrí que si quizá no pensaba, al menos sí podía lograrlo, y eso me gustó, porque esa fue la causa por la que me dediqué a enseñar. Creo que la gente sola sí aprende, pero aprende más fácil en compañía, y el oficio de poeta es muy solitario, y el oficio de creador, en general, es solitario: las labores del escritor, el pintor, el escultor, son solitarias y difíciles de aprender, es muy difícil que un artista le enseñe a otro, no por egoísmo, sino por lo difícil de trabajar el arte –en grupo o en compañía– creando. Pero lo que me parece más difícil aún es que la gente aprenda sola. A mí se me hizo muy difícil aprender, no hubo quien se ocupara de mí y eso a la larga me dolió mucho.

yanez-1-baja.jpgYo creo que tú eres un enamorado del gozo y que siempre estás intentando atraparlo en pequeñas dosis, a lo largo de tu obra, a menudo, se encuentra un gozo de grandes proporciones en un par de versos.

Cuando empecé a escribir, mi formación era haber leído la poesía de Amado Nervo completa, y algunos sonetos de Sor Juana. Luego leí todo lo de Becker. Mi formación era cursi, y así me trataban, como a un cursi. Me costaba mucho trabajo escribir. Después me dio miedo la escritura porque llegué rápido a cosas profundas y me asusté muchísimo, lo cual me impedía gozar de la escritura, así que dejé de escribir por cinco años o más: por susto. Creí que me iba a volver loco. Gracias, en parte, a la insistencia de José Joaquín Blanco, quien decía que no yo no era mal poeta y, en parte, a Federico Campbell, quien me publicó una plaquetita de doce poemas chiquititos, Escritura sumaria (nombre que nunca me acabó de gustar), y además gracias a Monsiváis, claro, volví a escribir. A instancias de Adolfo Castañón (y un poco a instancias de Jaime Reyes) publiqué lo que considero mi primer libro, Ni lo que digo, en 1985. En términos históricos mi primer libro es de 1972 y la plaquetita, que creo que es de 1977, junté los dos libros, quité algunos poemas y puse otros y formé Ni lo que digo. Es decir, tenía treinta y siete años cuando publiqué mi primer libro. Alguien me dijo: “Ricardo, me desilusionaste, yo creí que ibas a ser un poeta legendario, cuyos poemas habría que buscar por aquí y por allá, pero ya los reuniste, ¿por qué hiciste eso?” Y de ese libro al siguiente pasaron nueve años. Luego de todo esto ya me puse a escribir, pero, la verdad, fue por una razón económica; cuando vi que todo mundo era becado y premiado, yo, de una manera dicha así como burra, noté que no eran tan buenos y me dije “pues yo también le voy a entrar”, pero fue por supervivencia, en dos sentidos: uno cultural y otro económico. Yo cada vez me iba más para abajo, y entre más abajo estás, menos puedes comprar libros, pagar el Internet, el teléfono, el celular, etc. Siempre quise ser hippie y terminé del otro lado.

Ricardo, ya que hace un momento hablabas de lo cursi, háblanos de lo que significa para ti esa palabra. Dijiste que tus compañeros te calificaban como cursi y que probablemente tenían razón. Dónde está la línea divisoria de lo que no es cursi y lo que sí lo es.


Yo admiro lo cursi fresco. Distingo (de manera personal) entre lo kitsch y lo cursi. Lo cursi, según yo, proviene de una falta de lenguaje y de una aspiración a cierto lenguaje, con obvias carencias. Y lo kitsch es más bien un lenguaje sobrado. El primero quizá engaña, el segundo pretende engañar. Ésa es la diferencia, según creo. Yo trato de no ser kitsch pero no trato de no ser cursi. Si me falta, me falta; y si me dolió, me dolió. Tu carácter es tu carácter. Yo nunca fui sereno, fui contenido, casi reprimido, cuando no reprimido completamente. Ahora que me solté el pelo ya no me importa nada (ríe). (No es cierto, sí te sigue importando).

Sí te sigue importando, pero ahora bajo tus propias reglas.


Sí, pero más bien es una oposición a todo lo que no te permitieron ser. Decir “ya no soy un niño” aunque tengas treinta y cinco años. Ahora estoy escribiendo con mucho trabajo, pero con mucho placer (volviendo a tu pregunta sobre el gozo) y no siento perder el tiempo. Corrijo y corrijo y corrijo, y cada vez tengo más claro lo que quiero aunque nunca me quede claro. Pero lo que quiero no es lo que tengo en la cabeza, sino lo que todavía no veo. Supongo que eso les sucede a todos los escritores. Así que estoy no fascinado pero sí contento en el trabajo. Siento placer por hacer lo que quiero. Me lleve el tiempo que me lleve, aunque al rato se me seque: la alegría ante el pollito aunque luego se te muera (ríe). El poema es así, se seca de repente. La alegría que me da es que la alegría exista. Y yo ahora encuentro placer al trabajar; antes me daba mucho miedo escribir, me producía mucho sufrimiento: primero padecer el sentimiento de volverme loco, y luego el padecimiento de tener que decir cosas. Tenía la duda del porqué decir cosas a los demás.

¿Y entonces por qué las decías?


Porque no podía callar. No podía callar lo poético. Porque, como lo expresa Ikram Antaki, la alegría es consuelo.

Así que, recapitulando, tus versos te traen consuelo.


Sí, y yo soy sumamente llorón. Pero no lloro cuando escribo (no estoy loco), sólo cuando leo. He leído poemas en la radio de gente que no me quiere; y lloro porque son versos, son palabras que no siempre logran su objetivo, pero que lo buscan, y ese objetivo no es del poeta sino de la poesía. Eso me emociona mucho.

¿Y esa emoción te lleva al llanto? Porque tú lloras fácilmente, ¿con qué te conectas cuando lloras?


Una anécdota rápida. Mi madre, quien también era muy sentimental, “recogió” (así se decía en mi casa) a dos primos nuestros (niño y niña). Él, ahora un señor, desapareció. Ella vive, tiene unas hijas guapísimas, prósperas. La mamá de ellos había muerto y su esposo era alcohólico, así que mi madre los recogió. Un día la niña bailó La negrita cucurumbé, mi madre no tenía para comprarle el vestuario adecuado; la niña tenía unas botitas, así que salió de negrita con botas (eso era muy raro), salió con la cara pintada de tizne y mientras bailaba mi madre comenzó a llorar. Mi prima era chiquitita, hacía su trabajo con normalidad, pero vio a mi madre llorar y, de estar contenta pasó al asombro y luego a la tristeza. Eso tuvo muchas implicaciones en mí: yo sentía que mi madre sufría por el sentimiento de la niña, pero en el fondo la niña no sufría, simplemente, visto desde el punto de un adulto aquello era trágico, y más aún, la pequeña estaba en el escenario. Por eso a mí el escenario siempre me impresiona, me siento fuera de lugar en él. Me cuestiona muchas cosas. Acabo de leer en la Casa del Poeta y nunca había llorado (ni reído) tanto.

Es que ver a alguien llorar no es fácil, te confronta con muchas cosas, ¿tú cómo vives eso?


Pues yo me divierto muchísimo. Cuando lloro me río de mí mismo y a la vez digo “a ver qué hacen estos cabrones”. Hay quienes se enfadan, hay quienes no saben qué hacer, hay quienes lloran...

Es que es difícil permanecer sereno ante el llanto. El llanto siempre mueve emociones.


Sí, yo creo que el llanto es una puerta a la verdad, y tú puedes manipular esa puerta; lo que es innegable es el momento de apertura a la verdad y tú sabes si te abres a ella o no. Yo, cuando no me abro, me divierto. Es una exageración y una aventura. De mí, en muchos lados, se dice “es el que llora”, y yo me pregunto “¿por qué no dicen el que ríe? Yo me río muchas más veces de las que lloro. Me la paso divirtiéndome. Incluso cuando lloro. Y me divierten las reacciones, eso me convirtió en un observador tenaz. Me vuelvo espectador del teatro. Esa habilidad la adquirí en el taller, pero también en el periodismo.

Aprovechando que ahora tocas el tema de tu faceta como tallerista, háblanos de ella.


Lo curioso es que yo sabía qué era un taller, pero no un taller literario. Yo creía en un taller sagrado en términos medievales. Luego me invitaron a dar un taller por ser el único poeta joven de Guadalajara. No por ser genio, sino por ser tonto; el único tonto que hacía poesía por ahí. Impartí el Taller jalisciense de literatura. Éramos un grupo muy joven, por lo que llamaron a Elías Nandino, él nos controló; al principio nos caía mal, luego lo aceptamos como a un abuelito y lo quisimos; le decíamos Elías “Bambino”, por su ricito en la frente. Pero mi incursión como tallerista se debe también a que creo que la enseñanza presencial funciona. Últimamente tengo muchas dudas, pero sigo creyendo que esto funciona –con algunas excepciones– mucho muy bien. Yo empecé colectivizando, después coordinando y luego enseñando; últimamente me da más por dialogar. Pero son diálogos (con toda la proporción guardada) un tanto socráticos, mis talleres son muy discursivos y eso cansa, a la gente le gusta que vea sus textos, su obra, que la revise, la comente, etc., pero mi interés no es corregir poemas, sino que se aprenda a hacerlos. Mis talleres ahora son pequeños, en Celaya llegué a tener cuarenta y tantos alumnos, hacía performance y un poco de todo para mantenerlos atentos; pero en los talleres pequeños es más difícil captar la atención. No estoy desilusionado, pero me parece que ya hice mi trabajo. Cuarenta años de tallerista, veinte sin parar una semana, y he estado hasta más de quince días trabajando diario en talleres diferentes. Unos doce años en Monterrey, unos quince en Puebla; en Guadalajara no tan continuos, pero más de quince años, y en el D.F. tampoco tan continuos pero también más de quince años. He trabajado con todo tipo de gente: antropólogos, actores, psicólogos, músicos, poetas, periodistas, siempre han resultado muy buenos, algunos de ellos buenísimos. Estoy muy contento con mi trabajo. Pero me distraje mucho con los talleres y descuidé mi trabajo como poeta. Quiero dedicarme muchísimo más a la creación personal, grabar otro disco, dibujar, tocar mi flauta, pero no tengo tiempo. Ando en los talleres.

Pero seguramente estos cuarenta años de tallerista te han dejado muchísimo. “Has perdido mucho tiempo” en los talleres pero, paradójicamente, éstos te han construido.


Mira, yo veo mi formación primero en los talleres en los que me hacía trabajar mi padre; luego en la Facultad; después en el matrimonio, que me ha formado mucho; luego el periodismo y finalmente en mis talleres. Y donde más he aprendido es en mis talleres. Perdón por decir esto, pero si hubiera doctorado en talleres, yo sería un doctor, tengo muchas horas de vuelo y de trabajo muy intenso impartiéndolos. He corrido locamente para alcanzar un avión y llegar tarde a un taller y ya no encontrar a nadie. He rentado un coche (con tarjeta ajena, yo no uso tarjeta) para llegar desbocándome, e igual, sin encontrar ya a nadie. Es como una heroicidad que nadie te pide y, peor aún, nadie comprende. La gente dice “tanta pasión por el arte cuando, en realidad, yo ni siquiera quiero ser artista, mejor me voy de aquí”. Pero también tengo gente con la que he trabajado durante años. 

Ricardo, gracias por habernos regalado este tiempo.


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