Diálogos. Ramón Xirau 

 



Verónica Volkow

 

xirau-baja.jpgHace algunos años Ramón Xirau dirigió en el Colegio de México una revista denominada Diálogos, la cual abrió un espacio de búsqueda y encuentros que nos invitaba a los que participábamos en ella a pensar y escribir libres de los grilletes de los dogmas ideológicos tan perentorios, tan atenazadores y agresivos en ese momento. Y hablo de los que participamos, en plural, porque hasta a esa “escandalosamente joven escritora” que era entonces la de la voz, como me definió Mariane Frenck, también se la invitó a ese horizonte tan potencializador de voces poéticas e intelectuales que fue Diálogos. Era un espacio más que dirigido, yo diría que cultivado, amorosa e inteligentemente cuidado por Ramón Xirau. 

Y hablo de esa importante revista Diálogos y de mi recuerdo, casi adolescente, por el libro de Homenaje a Ramón Xirau en sus 80 años, que recupera, con su riqueza y diversidad de participaciones,  ese espíritu que compartíamos los que frecuentábamos Diálogos. Y me parece que lo recupera porque es un libro tanto de grandes presencias como de diálogos con el pensamiento y la figura de Ramón Xirau. Escuchamos en él las voces de muchas de las grandes personalidades académicas de la universidad, así como de invaluables escritores mexicanos. Y al releer la voz de Juliana González, de Adolfo Sánchez Vázquez, de Álvaro Matute, de Mauricio Beuchot, de Luis Villoro, del mismo Ambrosio Velazco, y también muchas otras voces como Federico Reyes Heroles, Sánchez  Robaina, Elsa Cross, Margarita Valdés, Ignacio Solares, Eduardo Lizalde; en fin, listo grandes nombres cuya enumeración sólo vuelve más injustas las grandes omisiones.

Al leer me lleno de  emoción poética, de esa emoción poética que  nace de todo verdadero encuentro. En todo verdadero encuentro surge el espíritu de la poesía porque es convocada la totalidad de nuestra potencialidad interior. Se revela la diafanidad de nuestra alma. Hay algo en el pensamiento y en la figura de Ramón Xirau que nos invita a convivir con esa grandeza, de la que todos los seres humanos somos herederos. Algo en Ramón potencia lo mejor de cada uno, como si nos empujara a abrevar en lo ilimitado del ser, a nacernos desde toda nuestra profundidad. Nada en los juicios, en la persona, en el pensamiento se Xirau, nos induciría a empequeñecernos, a privarnos de la libertad de alcanzar el destino de nuestra gran herencia humana. Por el contrario, Ramón siempre parece apuntalarnos, con la mirada del amor y de una sabiduría que va más allá del conocimiento y los conocimientos, para que avancemos con confianza más allá.

Hay algo en la obra y la grandeza misma de Ramón Xirau, como amigo, como escritor, que nos está esperando a la vuelta de los años, en los recodos del destino para recibirnos, para que podamos verdaderamente comprenderlo y asimilarlo. Esta profundidad y grandeza que vislumbramos con creciente sorpresa, los que hemos sido sus cercanos, la menciona, respecto a su obra, Juliana González, cuando nos confiesa –en su meridiano ensayo– que el  tiempo le ha permitido percibir “cada vez más la trascendencia y la profundidad de ciertos rasgos de la personalidad de Xirau”.  Creo que ha todos nos ha pasado lo mismo, pues los verdaderos maestros son los que pareciera que nos están pacientemente esperando en una futura esquina del camino, a la que tendremos que arribar para verdaderamente conocerlos. Habla también Juliana González, desde su aquilina y aquilatada mirada, sobre esta misma dimensión en el pensamiento de Xirau. Nos dice: “El genuino humanismo no puede darse sino en la aceptación de la contingencia, la finitud y la insuficiencia humanas. Pero esto implica, al mismo tiempo, reconocer que la imperfección humana no cancela la esperanza ni la excelencia del hombre, sino que es el motor de ellas.”   Más adelante continúa: “Una línea constante de la reflexión de Xirau ha sido su insistencia en la no deificación del hombre, en el carácter imperfecto, contingente y humilde del ser humano; carácter que paradójicamente –como corresponde en esencia a todo genuino humanismo –es clave de la grandeza humana y del sentido mismo de la vida en esta condición imperfecta y temporal.”

Pero este ser insuficiente que es el hombre –sabiamente abrazado y acogido por el humanismo– necesita del maestro para alcanzar su plenitud. Para que este ser insuficiente, por naturaleza, pueda echar a andar ese motor que lo lleve a la excelencia, se necesita del maestro, y del maestro vivo, del verdadero maestro ejemplar, que muestre el camino y proteja de sus trampas.

Una de las trampas del camino, de las que Ramón Xirau tanto nos advirtió –a los que éramos sus jóvenes alumnos, sus ávidos lectores y seguidores–  fue el peligro de mutilación humana que conllevaban los sistemas filosóficos cerrados, esos sistemas racionales que competían con el dogmatismo de las religiones. Sobre este punto dialoga el historiador Álvaro Matute con El péndulo y la espiral que publicara Xirau en 1959. Al final de su ensayo, Matute cita a Xirau, pero revelando en realidad su propio sentir: “Yo creo que he resumido lo que tiene de validez para nosotros. Ni la historia ni la filosofía de la historia pueden concebirse como todos cerrados, esquemáticos y simétricos. Porque la historia, nuestra historia, es un progreso constante al encuentro del espíritu, un movimiento en espiral hacia el gozo que no excluye la melancolía, la esperanza, que no excluye la desesperanza, la fe que no excluye la duda”.

portada-xirau.jpg¡Cómo ha crecido, con el tiempo, para muchos de nosotros, esta advertencia de Xirau! ¿Cómo podríamos evolucionar, me pregunto, como seres humanos, desde un sistema cerrado de pensamiento, desde una visión del mundo que no permita la revolucionaria, la propulsora presencia de las incógnitas? Todo sistema cerrado mutila la mirada humana de una dimensión fundamental que es la del horizonte. No hay mirada humana sin horizonte, sin apertura. No hay un habitar el mundo como hombres, en los términos de Heidegger, sin horizonte. Pues es el horizonte lo que nos abraza  al ir avanzando en nuestro comprender.  Es junto con el horizonte que poetizamos, es de la mano del horizonte que filosofamos. Sin horizonte no hay mundo, habrá que decir como Heidegger, habrá acaso ergástulas y cárceles, pero no esa apertura que caracteriza al mundo. No hay hombre ni mujer verdaderos sin horizonte, habrá si acaso sacos y corbatas, faldas vacías que manipulan inteligentemente máquinas; habrá inteligencias instrumentales, en términos de Mauricio Beuchot, no inteligencias éticas.

Sin la dimensión del horizonte tampoco es posible pensar en un humanismo, quizás porque sólo el horizonte posibilita al hombre verdadero; el horizonte le es su atmósfera esencial.

Si Juliana González incluye la fragilidad e incompletud humanas para definir al humanismo, Luis Villoro nos da otra versión de éste que atiende a la complejidad y la multiplicidad del ser humano concreto: ¿qué significa un humanista? Ante todo se entiende por humanista a una persona interesada y preocupada por el hombre concreto en la multiplicidad de sus manifestaciones y expresiones.  Humanista podría decirse de quien tiene empatía con los hombres “de carne y hueso”, no con sus doctrinas,  porque “el humanismo no es una doctrina, es una actitud, una sensibilidad por lo que constituye a una persona humana.”  El humanismo se rebela ante la tentativa de reducir el hombre a ser producto de un sistema económico exclusivamente, o a las manifestaciones de una tópica del inconsciente –no que éstos nos sean factores importantes e incluso orientadores. Sin embargo todo humanista apuesta a que en realidad el hombre es a la vez mucho más alto y mucho más profundo que cualquiera de sus habitaciones teóricas, circunstanciales y hasta históricas. Aunque las habite, las construya o se exprese a través de ellas el hombre siempre estará impelido a superarlas.

Esta multiplicidad del hombre, que tanto defiende la obra del Xirau  humanista, tan sólo respira gracias al horizonte, y también a la multiplicidad de los diálogos. 

Adolfo Sánchez Vázquez, un hermano contrincante, define a Ramón como un “hombre poliédrico” y polemiza con él desde un humanismo ajeno a salidas deistas, austeramente fiel a la objetivo y revindicador de lo humano. Creo que no hay superficies de rígidos ángulos en el pensamiento de Ramón Xirau pues es el suyo un pensamiento nuclear y de esencias; es el suyo un pensamiento de raíces y veneros, de intimidad conciliadora y atenta a descubrimientos, de respetuosa convivencia con las diferencias. Es un pensamiento que crece con base en sus revelaciones. Sánchez Vázquez menciona en la compañía de Xirau a otros dos filósofos españoles que vivieron en México, y que también se preocuparon por la relación entre poesía y filosofía: María Zambrano y García Bacca.

Sobre esta unión de filosofía y poesía tan representativa de este hombre puente que es Ramón Xirau, ahonda Mauricio Beuchot, como hermeneuta, haciéndonos reflexionar en el hecho de que la poesía es preferentemente connotativa mientras que la filosofía es denotativa. 

Esta dimensión de hombre puente no se limita sin embargo a articular la poesía con la filosofía, sino que también arma lazos de unión entre el pasado y el presente mediante diálogos que atraviesan y enriquecen  nuestras miradas, y que nos permite tomar distancia de nuestra propia contemporaneidad. En la obra de Xirau hay una genuina recuperación de la verdad mística, y hay también, como lo señala Juliana González, una revaloración de la concepción de la memoria según San Agustín, de la memoria como habitación del alma, de la memoria como posibilidad de liga con Dios.

Pero  hay también en Xirau una gran modernidad, sobre todo en lo que respecta a su particular concepción del tiempo y a su valoración de la presencia. Cito a Juliana: “El hombre puede encontrar, justo en su presencia en el mundo, en su estar aquí y ahora, lo contrario de una pura caducidad y nihilidad: puede participar de algún modo de la eternidad”. Es interesante el hecho de que este tema de la presencia, tan importante en la obra de Xirau, lo sea también en la obra de Paz, con la que de muchas maneras se hermana.

Termino diciendo que Xirau se quejaba en su último homenaje de que se hicieran tantos homenajes a los vivos y tan pocos homenajes a los muertos –como Paz o Rulfo. Terminaría diciendo que una obra abierta, como la de Ramón Xirau, tiene esa misteriosa capacidad de revivir a los grandes muertos, de dialogar con ellos, de volver a darles presencia y viva, de permitir acercarnos a convivir con ellos.         


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