Literatura en el Bravo,
I Encuentro Internacional de Escritores en Ciudad Juárez

 Chihuahua, Septiembre de 2007

 

Literatura en el Bravo, I Encuentro Internacional de Escritores en Ciudad Juárez.

Ciudad Juárez, Chihuahua, Septiembre de 2007

 

Por Ana Franco Ortuño


 En el marco del Tercer Festival Internacional Chihuahua, se convocó a reconocidos poetas y escritores de distintas nacionalidades para que participaran en un homenaje a José Emilio Pacheco. La conferencia inaugural estuvo a cargo de Elena Poniatowska.

El ambiente era muy festivo; los autores llegaban sonrientes al hotel y se saludaban, evidenciando amistades o lecturas anteriores. Yo los miraba llegar mientras tomaba café. El grupo de anfitriones, coordinado por Jorge Humberto Chávez, había tomado un ritmo de vertiginosa amabilidad y corrían por todos lados para que el evento saliera de maravilla.

 Se llevaron a cabo 17 mesas de lectura y debate con diferentes marcos: Poetas Chihuahuenses, Escritores de Canadá, Poetas de América del Sur, Veracruz en la literatura, El Narco y la Lira, Identidad y Frontera, Poesía de América del Norte y  Nueva Narrativa de la Frontera, entre otros.

Los invitados oscilaban entre los 30 y los 68 años (aproximadamente), dato que me parece interesante porque creo que ser escritor en este mundo, es, entre muchas complicaciones, una prueba de resistencia. Me resultó encantador ver cómo, por lo mismo, el tiempo en lo literario y lo poético es un factor que instala a los maestros en un lugar de privilegio. Fue rico, por ejemplo, sentir que esperábamos la presencia de Silvia Tomasa Rivera, y mirar a algunos autores no mucho más jóvenes, que se tomaban una fotografía con José Luis Rivas.

 Los invitados fueron: García Delgado, Alfredo Fressia, Carl Lacharité, Carlos Montemayor, César Silva Márquez, Daniel Espartaco, David Ojeda, Denise Chávez,  Edgar Rincón Luna, Élmer Mendoza, Federico Patán, Francisco Hernández, Francisco Hinojosa, Francisco Magaña, Françoise Roy, Heriberto Yépez, Jennifer Clement, Jorge Souza, José Ángel Leyva, José Luis Domínguez, José Luis Rivas, José María Memet, Juan José Rodríguez, Laura Elena González, Leonardo da Jandra, Luis Armenta Malpica, Luis Arturo Ramos, Magali Velasco Vargas, Marco Antonio Campos, Mario Heredia, Martín Espada, Martín Sueldo, Miguel Ángel Chávez, Nati Rogonni, Nicole Brossard, Norma Lazo, Raúl Manríquez, Renato Sandoval, Renee Acosta, Roberto Ransom, Rodolfo Häsler, Rosario Sandoval, Silvia Tomasa Rivera, Víctor Manuel Mendiola y Willivaldo Delgadillo.

Obviamente, con tanto autor, el ritmo del encuentro fue acelerado. Las lecturas se llevaron a cabo en el nuevo Centro Cultural Paso del Norte, gran edificio que inauguraba su librería y la Feria Estatal del Libro. Las mesas de debate trataron el tema de la política y la cultura.

 En general, las obras presentadas me gustaron, aunque siempre hay autores que uno prefiere (comento algunas impresiones rápidas): Jennifer Clemens con sus poemas neoyorquinos, de mujeres de ciudad, gastadas por el humo o el cemento, dulces y adoloridas; Renato Sandoval y sus duplicaciones, márgenes, espejos; Memet, muy cinematográfico; Sueldo (que se declara más narrador que poeta) crítico, inteligente y lúdico; Marco Antonio Campos que recorta sus versos en el aire, con las manos, Fressia, encantador.

Para mí, que llevaba la semana entera tratando de conciliar lo histórico (el inmediato-afuera que se desgaja en el país y en Juárez), con lo poético y su ¿compromiso?¿intención?¿finalidad? (que no lo utilitario); la salvación fue un verso de Rossard: “Tocar a la puerta de la historia en plena crisis de esperanza”. Lo leyó en la mesa de mujeres, mientras los señores se dieron ‘hora de recreo’, por lo que se perdieron esa lectura que sin duda, fue una de las mejores.

Las conversaciones fuera del evento siguieron siempre en el tema de la escritura, aunque se habló también de astrología, de amor, de recursos y falta de recursos. Hubo noches de fiesta, hubo paseos breves por la ciudad, tan mitificada.

Y en la larga y emotiva mesa final, para Pacheco, su voluminosa y limpia presencia de guayabera blanca y su sonrisa enorme, acompañó la lectura de tanto poeta que me era, para entonces, casi familiar. ¡Cómo no sonreír si te hacen ese hermoso homenaje!

 


 

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