Invocación
En todo corazón hay una llaga Quiero librar una batalla de luz. Me queda sólo una palabra. Una sola palabra, y no la escribo. Algo radiante, aún, me queda. Algo incisivo, un resplandor que me atraviesa como alfiler delgadísimo, rayo que me traspasa, casi invisible, resplandor que es forma viva. Una palabra. Por ella nada más habito en lo divino, y el cuerpo divino me habita. Por ella, la palabra que levanta en instantes extraños, luminosos, sin forma, mi condena por mi falta de fe. Algo se desvanece, algo cae, sonoro, sofocado, algo resbala por los muros invisibles del alma y los ensucia. Veo todas las cartas, sin misterio: un universo entero de estupidez, dolor, rencores y derrotas. Un barco atado en un canal, agua estancada, barco que apenas se aleja con un golpe hinchado de agua y ya una cuerda podrida lo regresa, cuerpo negro, aceitoso de una nave que no se larga nunca a ningún sitio. Y telarañas, brillo que hiere la mirada bajo el sol que afilan las nubes de junio: construcciones de divina perfección. Un brillo oculto también, pero incisivo, mientras frente a mí se desata un torbellino de estulticia, la vida inútil dando patadas en un cerebro inútil, rostro vacío como una cicatriz, mueca de necio fracaso en un rostro que quise poder amar, hundida en lo más hondo del pozo, tirando desesperada de las cuerdas podridas que, ahogándome, confundí con formas de fe. |
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