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portada-diastasis.jpgLa diástasis de las tibias largas
Marina Serrano, Editorial Estamos enamoradas, Buenos Aires, 2008

 

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Por la vereda

Es difícil seguir el paso de las tibias largas,
el centro de gravedad oscila más que lo habitual
y legitima, en cada uno de ellos
esa parsimonia inherente a su estirpe aristócrata.

Pieles y volados circundan los hombros
destacan su cintura escapular y la cabeza erguida
hace ya tanto tiempo, en pos de la razón.

Las costuras y sus aperos
traccionan en cada zancada.

Cierta necesidad de permanecer en silencio
me interrumpe,
mientras ella respira.




Sudoración matinal

Me acostumbré a despertar con las tibias largas
cruzadas sobre mí.

Ella gira el cuerpo rechazando la luz
y su pelo, como si hubiésemos pernoctado a la intemperie
guarda el desparramo de las ráfagas.

Apoyo mi cara en su espalda, y adapto
el resto del cuerpo a las inflexiones,
se genera un espacio de sudoración
que transmite las variaciones de su materia
a mis muslos, al pecho, al abdomen, luego
puedo crear su cuerpo entero
dentro del mío.

Escucho la apertura de sus válvulas cardíacas
veo la sangre llenar cavidades
volcarse al circuito mayor
y la siento
llegar a mis pies.

La huelo, la cubro con el brazo.
Es uno de mis momentos favoritos
cualquiera sea el día.




Viernes santo

A ella no le preocuparía
que el viernes santo, por la mañana
me ponga a leer.

En una ciudad muerta
carente de frenadas, secas
las veredas sin porteros,
escucho venir desde lejos
un vehículo de baja cilindrada,
el efecto doppler deja un eco de cosas mínimas
y enseguida vuelvo a sentirme acompañada
por la heladera y un mismo pájaro.

No, sé que no le preocuparía, pero ella
desconoce lo que estoy haciendo,
si estuviera conmigo se enrollaría
en la sábana como un panqueque
y seguiría durmiendo.




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