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portada-poseia.jpgPoseía,
Víctor Coral,
Paracaídas editores,
Lima, 2010 

 

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regreso a la casa de infancia. el único muro que queda en pie tiene una mancha de humedad negruzca, micótica. a veces la mancha parece más grande que el mismo muro. durará algo más ese muro, pero la mancha seguirá avanzando, hasta cubrirlo todo.

¿debo decir algo más sobre nuestro tiempo?, ¿debo hacer otra pregunta aquí?

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cotidiana. levantarse y no ver la sombra hipnótica dejada por nuestra espalda en las sábanas. Coger el vaso con agua –definitivamente medio vacío- e ignorar el hueco que deja en la mesa de noche –allí donde descansa una grabadora que ha registrado el vacío de mi sueño irremiso-, mesa que de mirarla mucho se hundiría en la ausencia del piso lustroso (y acaso es el lustre lo que sostiene, precario, la escena) y que hace tanto va dejando de existir bajo pisadas. encajar las pantuflas como la respuesta, durísima y fría, encaja en la pregunta; caminar sin ver que las pisadas son sondas huecas que exploran los límites del submundo. abrir la ventana falaz que da siempre al poderoso paisaje de ladrillos marrones y empolvados que parecen –y solo eso- existir más que todo. examinar el cielo embutido de manchones decolorados [acaso el sol se acomoda detrás del edificio aquel que brilla lánguido por un momento] y voltear para ver el cuadro de nadie (¿es una figura, un rayón de color desvaído, una trampa?) aún colgado de la pared color hueso; los restos de una cena más mezquina que miserable, ¡oh ese libro de leiris donde habla del chancro de su espíritu se ha manchado de café!, el estéreo estropeado hace dos años, las pilas de papeles garrapateadas que nadie querría llevarse –y sin embargo se añora el entusiasmo con el que fueron escritos-, las botellas vacías de vino insincero, los palillos de fósforo, la hornilla congelada como la propia mente que acumula infértil tanta imagen para  decirse sólo, sola: ‘este libro debe terminar, debe desaparecer también’; pero sin dejar un hueco, porque, tal vez, en realidad sí existió.

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las palabras ocultan las cosas: cigarrillo, mantel, piedra, leño, mujer, martes, ni siquiera son convenciones, son falsedades con las que armamos un mundo regidor en fuga; y las cosas… las cosas solo están a la mano cuando lo más a la mano es lo más lejano y solo la palabra es nuestro prójimo, ese extraño próximo eximido que oculta-nos su falsedad; sí, nuestras palabras son creaciones de sombras, símbolos de la falta que nos carcome; y sin embargo nos sirven y, peor, nos engañan. 

 

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