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Juan Carlos Abril
(Jaén, 1974)


Pan de ayer

Vengo del sur y soy
la pulpa o la amistad de un fruto,
dunas sólidamente asidas a la nada
o el modo en que se relacionan
aquellas formas, si habité
sus letras,
y que aún puedo recordar.

Imagino
que lo imposible puede ser posible.

Los recuerdos… llevadme
con ritmo de aspersores
y puñados de conchas,
como racimos deshumanos
o fiebres infantiles.

Llevadme
igual que un músculo dormido
donde pueda leer mi historia.

Y vienen, sin embargo, sus fragmentos,
anticipando el mal que va a ocurrirte.

Ella reunió las cartas por despecho,
buscando en una antigua caja
de zapatos, y se las entregó
a aquel marido
del que se separó años después.
En las pupilas de sus celos
se dio un combate singular,
estampidas de cebras
y ecos de autómatas,
ocultos diálogos
que nunca van a comprender.

Otra las destruyó ella misma.
Quiso borrar así las interrogaciones
vivas, y las palabras en su nido,
colar por la ternura al odio
hacia las vastas regiones heladas,
sin aurora…

Memoria alpina, víctima
de mi propio deseo
de perdurar
atravesando alternativamente
franjas de sombra y arcos claros
bajo una luz apóstata
que hoy pide paz
a su pasado, ya sin piel,
aunque la voluntad no justifique
ningún trayecto histórico.

Y aunque la muerte las espere
en la aduana, no han desaparecido
aquellas emociones
por las que yo luché.

Lejos del meridión hallé mi casa,
fundé los mitos orientales
de quien posee su futuro,
bailes íntimos,
y estas flores cortadas en horas alegres
bajo la luz, también, de lo posible.





Don de la ingenuidad



Cuando regreses
a la ciudad verás las ilusiones
que madrugan con sus acentos
incapaces de desprenderse
del pasado, que ignoran
lo mismo que nosotros.

Tú ni siquiera sabes por qué vives,
cómo es posible limitar
la realidad de varias formas,
si es tuyo este deseo
en la utopía de los débiles,
rebeldes, nunca hermosos.

No dormirán las culpas hasta tarde
y en su espiral el ruido
con su dragón ajuglarado
bisbiseará un nuevo día:
Horarios imposibles,
beata actividad.

Contra ti mismo cuántas veces;
cuántos modos conoces
de hacerte daño.
Ya no quedan violines
y la melancolía de las fuentes
posee menos memoria
que sentido común.

He de explicarlo casi todo.
El tiempo, como un herpes, su sintaxis
sin posibilidad. Irás
pero no volverás.
Este país tiene la pata herida.

Yo quise destruirme
fregando platos,
dije lo que me apetecía.

En los desfiladeros
de mis eses,
con el afán
de principios de curso
superé mi propia rutina
y eliminé
lo que no soportaban.
Unos dicen que ha muerto,
otros que nunca morirá.

Aún así
te convences con poco.

Colono de una lengua
que hoy sigues recordando,
quiero reírme
de esas largas genealogías
mientras diseño aquí mi casa:
encinas y palmeras,
tamarindos,
palabras con descuento
e insistencia:
es tu virtud.

Y otro episodio
dentro de ese vacío
infantiloide
que debes aceptar
intermitente,
la descripción de un personaje
con flexibilidad: ser puente o río.
 


 


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