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portada-huerta-baja.jpg Historia
David Huerta
Práctica mortal,
México, 2009.

 

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No. 37 / Marzo 2011

 

A fuego lento

Tu vaso está señalado Tus espantosos vidrios
Alzas un hombro santo para volver creíble la embriaguez
Otros cuerpos son vidrio Pasto de la traición terráquea
Esas gargantas que no ves y yo beso en sueños
Esos brazos levantados contra el muro del sexo
Esas piernas disueltas en la piscina violeta del ocaso
Vuelves regresas tornas Tus viajes navajeros rompen al alba
Tus olas cortan Tu aliento recordado confunde
Si dijera “te extraño” si lo escribiera así sin culpa
Por esas largas hilachas por ese trasiego infinitesimal
Por ese orgasmo no pedido Por tus membranas vivificada
Por todo eso alzo mis índices para darme silencio
Causa y razón de ausentarme por un segundo dos diez mil
Escribo a fuego lento Paredes tiemblan rozo los nudos
Mis vértebras te cupieron en la mano eso lo sé
Y sombras bosques playas montañas lagos buques te atesoran
Lánguidas carreteras me dan el sabor de nuestras lluvias
Esos años y esos cuartos moribundos supieron
Todo lo supimos quedó ahí Está volviendo siempre




Torre de Líbano
Cantares 7, 4



1
Egipto de tus ojos
—destello solo
del alba indescifrable.

2
Nieve sobre tus manos:
el blanco invierno
y el verano bermejo.

3
Hundido en sueños
imagino tu boca:
resplandor en la niebla.

4
La nariz de mi amada:
torre de Líbano
que mira hacia Damasco.

5
Te veo despertar:
el mundo cambia
cuando abres los ojos.

6
El agua te rodea,
frágil y desatada
luz que acaricia.

7
En el frío del mundo
duro y silencioso,
tú eres el fuego.

8
Sin saber cómo
la noche se ha encendido
sobre tu desnudez.

9
Miro tu cara:
en tus labios hay luces,
rubias ondulaciones.




9. Despertar



Antes del alba ardiente se aparecía, en mi sueño,
con un peinado de viuda, con una metafísica
de resentida, con ese mal acomodado respirar
de ronco mirlo
que me exasperaba como roce de metal contra vidrio.
Yo veía, soñando, cómo un ancho perfume iba secándose en
    la ventana adjunta...
La cercanía de Simonetta en la cama abismal
era un sortilegio, un aura de ceniza, un halo de brisa
espumeante, un dorado anillo dando vueltas en llamas.
Luego venía la pesadumbre del despertar. Ir entrando
en el mundo al abrir los ojos, ir viendo
las afiladas manos reales de ella, sus húmedos cabellos, los
    labios
llenos de luces: era el cúmulo de las inauguraciones,
de los diurnos inicios. Encajaba las manos en mi sombra
y yo veía, despierto, su lentitud soñada de cimitarra;
veía sangrar la sombra, derramarse
lo oscuro de mi presencia desde los lechos innumerables.
Mi despertar le deparaba gozos inéditos, volubles
ocurrencias de fascinada: rozar mi frente
creando una brisa violeta; acariciarme las orejas para que yo
    escuchara
la furiosa melodía de sus yemas;
empuñar los escasos vellos de mi pecho inmóvil
sólo por ver cómo era capaz de arrancarme, desprenderme,
    cortarme.

Soñar o despertar: siempre estaba sembrándome.
Abrir, cerrar los ojos: nunca dejó de sonreír, danzar, cantar
para mi ser exhausto
—y toda ciega, toda vidente impedía, en fin, que yo me
derrumbara —cual un guerrero grecolatino—
sobre sus joyerías horrendas.
De haber tenido yo en las manos, despierto y dormido,
esas gemas y brillos; si únicamente me hubiera permitido
respirar en lo hondo de sus fantasías concéntricas; si
de algún modo su Vestido me hubiera cubierto cuando yo
estuve desnudo como una Fruta...

El si condicional era la médula atroz de su soñar erguido

 

[De Historia]


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