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portada-rios.jpg Cómo usar los ojos
Margarita Ríos-Farjat,
Conarte / Bonobos Editores,
México, 2010.

Por Leticia Herrera

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No. 37 / Marzo 2011

 
 
 

El instante en que la vida se condensa puede ser el conjuro, la clave, el entendimiento súbito, la comprensión del mundo y del ser como una sola cosa. Y el poeta, ese observador perpetuo, ese mirador atento que registra y desdobla las señales, se acuna en los significados que va bordando y los arropa con su vida, con los hechos nimios que le dan su pureza al mundo.

Cómo usar los ojos, de Margarita Ríos-Farjat, pudiera ser entonces el instructivo, el mapa que nos guía por entre los meandros del dolor, de la pérdida, de la evocación inútil frente a la muerte o la pérdida de situaciones de vida, hacia la luminosidad, el instante, el canto de la moneda que se detiene para darnos, de súbito, la clave, alguna respuesta, dudosa, sí, pero respuesta al fin y al cabo, de que la vida es un jirón de viento, un sol que alarga la sombra y la desmaya, apacible, a los pies, y nosotros un sólo instante, una sensación, un ojo que ha registrado para siempre, esa vulnerable, ínfima pero irrepetible participación en el concurso del universo.

La imposibilidad de detener a la vida, llevada de golpe por la muerte, abre la disección que Margarita realiza con sus versos, para entenderse con las horas, con el hecho de estar viva y acechante, buscadora de los tesoros que percibe y registra a través de la mirada. Y el tránsito, como una sucesión de viñetas, nos conduce de esa nada obtusa que dejan las despedidas hacia las pulsiones de vida: el asombro de perderse en el fondo de otros ojos, el hallazgo de atisbos que podrían ser una certeza, y paulatina pero inexorablemente, la anchurosa luz que se desparrama y se conjuga con el entorno, con los rayos solares, con el pequeño corazón del hijo.

Cómo usar los ojos es un libro redondo, autocontenido, que parte de la muerte hacia la vida y regresa, haciendo paradas para mirar, para regodearse y aprender y entender que vivir es sólo un instante efímero. Es el entendimiento de la vulnerabilidad humana y su necesidad de tener asideros lo que da las variaciones de la mirada, de la tristeza al asombro, del desconcierto a la apacibilidad y la reconciliación, hasta el júbilo de haber entendido lo que significa formar parte del mundo.

Ni conmiseración, ni lástima, ni autocompasión, sino la pregunta abierta de la mirada abierta que sólo busca explicarse el porqué de las cosas. Cómo usar los ojos es un libro de aliento melancólico, un registro de espacios, personas y tiempos perdidos, pero que se reencuentra con el ser en la recuperación a través de la memoria, del recuerdo como composición de una piel que se regenera cada vez, permitiendo la vida y la alegría como conjuro, como contraparte de los estadios del dolor.

A través de una mirada simplificada, la poeta nos va mostrando la decantación que es necesaria en la vida para trascender la muerte y el adiós. Hay una sabiduría inherente, cuasi milenaria, en esa humildad con que la poeta se aproxima al mundo, con delicadeza, como intentando no lastimar el mundo o sus señales.

Diferentes ojos para diferentes registros, en diferentes tiempos y momentos se van concatenando en esta observación participante de la poeta, que nos convoca en una especie de gira emocional que desemboca, podría decirse, en el origen de la conversación: la muerte duele, mira este desconcierto de qué hacemos en el mundo, quiénes somos y, ¿acaso para algo estamos aquí? Interrogantes que se van desdoblando en respuestas concretas cuando el ser se descubre en pequeños deslices del mundo, momentos inofensivos en que se puede concluir: sí somos parte del todo, y no necesitamos mucho para estar y ver, y disfrutar. Y en esa conciencia lo demás ocurre, siempre que estemos ahí, ojos bien abiertos, para registrarnos en la historia del mundo.




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