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portada-ojos-cordero.jpg Los ojos del cordero
Germán Arens,
Ediciones El suri porfiado, Buenos Aires, 2010.

Por Elena Annibali

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No. 37 / Marzo 2011

 
 
 

Los ojos del cordero es el tercer libro de Germán Arens. Está compuesto por cuarenta y dos poemas de extensión variable, y posee una evidente unidad temática que en cada uno de los poemas se realiza de manera singular sin dejar de remitir a tal unidad.

Podemos leer en la poesía de Arens, cómo el discurso intimista, búsqueda del yo, reflexión acerca de la condición del sujeto lírico en relación a sí mismo y hacia el otro, repliegue desde el cual el poeta aprehende el mundo o lo exterior, se cumple y, a la vez, se transgrede.

Se cumple desde el momento en que el sujeto se erige como axis mundi, eje desde el cual se ordenan y adquieren sentido las relaciones con la familia, el mundo, los otros. Se transgrede desde el momento en que por y sobre la voz del que habla, se cuelan discursos que no son propios y que no pertenecen, o no pertenecerían naturalmente a ese ámbito de lo íntimo, de lo familiar, de lo propio, donde el libro adquiere su condensación. Pero estos discursos se valen de la voz de Arens para ser dichos, para emerger. Y viceversa: Arens se vale de estos discursos alternativos para que lo central, lo medular del texto adquiera, por un lado, la singularidad que le debe ser dada para que emerja como hecho poético, pero también para que adquiera carnadura y realidad: lo personal enquistado en lo familiar, lo familiar en lo social, lo social en lo universal. Y el camino contrario de lectura también es válido. ¿Si la voz se universaliza corre el riesgo de disolverse en un anonimato, en un otro que podría ser cualquier otro, en esa multitud de cuerpos que los temas universales intentan abarcar? No pasa aquí, al menos.

Ahora bien, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de esos discursos alternativos, que ingresan a la poesía de Arens? He aquí una lista que pretende ilustrar sin por ello ser exhaustiva:

-Un discurso que sienta sus bases en la geografía, que estaría dado en Los ojos del cordero, por un nombrar o describir lugares específicos de una región que identificamos como la Patagonia y sus fronteras. Hacia allí y desde allí viaja Roby Arens, uno de los sujetos que vamos a encontrar cruzado en todo el texto. Su movimiento es el del círculo. Parte de la casa paterna e inicia, cada año, un periplo que lo lleva por espacios en los que recoge noticia y una clase de saber que bordea lo mítico-fabuloso para retornar al hogar primero, viaje que es a la vez periplo y  hábito.                                                  

-Aparece, por otro lado, el discurso publicitario. Tenemos, por una parte, un uso peculiar de la tecnología (la televisión que transmite el canal del pueblo) para dar cuenta de una oferta poco habitual en relación al medio por el cual se realiza. Arens no discute con la tecnología. Su uso, aún en un espacio no urbano, se demuestra útil y eficaz. Pero la ironía da cuenta de la tensión que se produce cuando a esa publicidad le sigue la aparición de estos “argentinos exitosos”, fauna televisiva, farándula. Más aún, si los dos espacios que representan esta tensión son, por un lado, Buenos Aires, y por el otro, un espacio rural apenas entrevisto en los poemas, pero fuertemente  presente como parte de una región, la Patagonia argentina.

-También aparece el discurso literario en su variante de ciencia-ficción, pero parodiado. Estas características: la de un texto poético que contenga a la vez, un relato cercano a la science-fiction, asociado a un tono paródico, hacen al libro particularmente complejo y rico en lecturas y asociaciones. Una especie de híbrido. Híbridez que no entendemos como neutralidad, sino como convivencia tensionada de géneros, o como un solo género (la poesía) felizmente invadida, resignificada, puesta a convivir en una dialéctica inesperada.

-Finalmente, podemos dar cuenta del discurso lírico-amoroso, materializado en reminiscencias bucólicas, esto es, una representación de la vida rural, y también, por qué no, su exaltación, en tanto la situación representada tiene mucho de eufórico, de ideal.

Hablamos de discursos alternativos, sí, pero no los agotamos. La poesía de Arens los fagocita, los asimila, los absorbe, y nos los devuelve renovados, extrañados. Nos preguntamos -quizá no tengamos más que preguntas- qué es lo que hace posible este juego en que lo inventado se reinventa, en que lo pretendidamente encasillado se desarticula. ¿Es la mirada lúcida? ¿Es la mirada pura? ¿Es la mirada natural del poeta que, fuera o lejos, o más allá de toda convención genérica posible, nos ofrece otra vía de percepción, de lectura, de encuentro con la palabra?

Estos discursos se realizan en un fondo que los contiene y los ancla. El tópico de lo familiar es el cimiento en el cual descansa y adquiere sentido todo lo demás: la casa, los vivos, los muertos, la herencia, las tradiciones, la sabiduría, los que se van, los que llegan. Hay una línea de fuga y esa línea es el poeta: un punto, un centro, no inmóvil ni detenido, si no un punto que explora, una cámara lúcida, inquieta, asombrada.




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