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viento-castro.jpg Viento quebrado. Poesía reunida
Dolores Castro
FCE
México, 2010.

Por Alicia García Bergua

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No. 38 / Abril 2011

 
 
La poesía de Dolores Castro reunida en este volumen del FCE, Viento quebrado, tiene la grandeza de quien escribe humildemente, asumiendo en cada poema lo que Gaston Bachelard, en su ensayo Instante poético e instante metafísico, llamaba tiempo vertical. Para este autor la prosa permite unirse al pensamiento explicado, a los amores sentidos y a la vida social y personal, como algo que pasa de largo frente a nosotros. En cambio, la poesía nos permite ascender y descender en un tiempo presente constante; captar esa dimensión donde la simultaneidad, la ambigüedad y la unidad de los contrarios, o de lo que no está directamente vinculado, son posibles.

Este tiempo es la verticalidad de la existencia personal y en él están presentes el silencio y la respiración particular de cada poeta. Uno de los primeros poemas que escribió, perteneciente a su primer libro El corazón transfigurado, expresa esta forma de asumir el silencio y la propia respiración, que constituyen finalmente una voz poética, como misterio al que hay que seguir a lo largo de la escritura. Prestarle atención a este tiempo singular compuesto de su contemplación, respiración y silencio, transfigura a la poeta, y transfigura sus palabras.

¡Cómo pesa el silencio!
Más cerca de su inmensidad
que de su acabamiento.

Sintiendo
cómo al abrir la boca
pruebo una bocanada
de misterio.

Sintiendo
estas palabras mías
apuntalándolo
en medio de mi cuerpo.

En todos los buenos poemas sentimos que hay un silencio que se respira y se contempla, el poeta lo apuntala con sus palabras y éstas son en mucha medida, consecuencia de su estado anímico y corporal en ese momento. Dolores Castro hace patente en su poesía este aliento vital momentáneo, anímico y corpóreo, que orilla a mirar la experiencia de existir con asombro y con vértigo, y la arroja más allá de sí misma. Dice en su poema Con los ojos abiertos:

Yo no sé qué me lleva
más allá de mis ojos
y me dobla las fuerzas
como rama.

Yo no sé dónde empieza.
Cuando cierro los ojos
no miro el fondo,
y si los abro
entra profundidad como una ola
entre todas las cosas.

Yo no sé qué me lleva
y me dobla las fuerzas como ramas.

Como señalé, en la poesía de Dolores Castro el conocimiento y el desconocimiento no son guiados por el mero pensamiento sino también por esta transfiguración anímica y corporal. Esta transfiguración da lugar a una actividad metafórica donde la identidad de la poeta se despliega y se metamorfosea en sus contemplaciones:

Yo soy un pobre pájaro dormido
en la tierra de Dios,
bajo sus ojos he perdido las alas
y mi canto es el canto de las mutilaciones.
Habito en una casa transitoria
a la que el viento lleva eternamente
como al silencio mismo
en un canto desgarrado y profundo.
He quedado tan pobre como el viento
que toma y lleva y abandona todo,
he quedado tan pobre como el eco
bajo los cuatro muros apagado.
Ha gastado la lluvia mis angulosos bordes,
mis huesos han bebido de las constelaciones
habito como musgo en las manos del tiempo
y siento mi ceniza que se desprende y cae.

En la medida en que uno avanza en la poesía de Dolores Castro, notamos  que este gran impulso de transfiguración anímica y corporal que guía su poesía a identificarse, o a sentir empatía con todo lo viviente, ya no es simplemente enunciado como en este primer gran poema, sino que se va apegando a la existencia diaria. Entonces nuestro desamparo y nuestra fragilidad se vuelven en sus poemas, misterios de la vida humana: por qué desde ellos vislumbramos la naturaleza y la inmensidad del cosmos, por qué nosotros siendo criaturas igual que las otras tenemos esta facultad de ver como desde otra parte, desde otra existencia. Dice su poema Noche:

Noche, yo ya no alcanzo
tu tibieza,
el seno donde rompe oscuridad
la luz de las estrellas

Yo ya no soy
quietud que refleja
sino afilada
pregunta sin respuesta.

Oigo, hacia mí
oigo el llanto
que empieza cuando mi mundo empieza
y al cabo de los años es llanto
que se aferra,
juventud de anchos sueños que se aferra
y madurez
que ávidamente se aferra
para llegar con el poder de los brazos
a la impotencia de la vejez.

Y sin embargo, noche,
tú debes tener otra respuesta
aunque no sé si sean muchas respuestas
que sea una para el niño visionario
y otra para la mujer que sueña.

Una para el navegante en alta mar,
Otra para el que espera en tierra.
Una para el enamorado
otra para el hambriento,
otra para el que ya no sueña.

No sé si será lo mismo pedirte una respuesta
a la luz de una vela
y con el estómago aligerado
o en el cielo abierto
sin que ningún techo
nos abrigue respuesta.
Anubarrada noche
de pura oscuridad tu manto tiembla
sólo se ahonda en ti
el silencio de tu respuesta.

La poesía de Dolores Castro es entonces una constante indagación con “esas palabras grises rumiantes de hierba machacada que arrancan del silencio y se lanzan en una noche larga”. Esas palabras son lanzadas a la inmensidad de la noche en esta poesía, para que cobren y adquieran muchas mayores resonancias, las de la vida de una poeta y las de la vida en general. Son el rebaño de palabras que llevamos a pastar todos los días en nuestros actos mínimos, palabras sencillas y directas que lo nombran todo: los animales, el pedernal, la hierba, el agua, el vuelo, el viento, los árboles, las llamas, las cenizas, la cueva, el viento, la ola, el cielo, la madre, los hijos... Ellas son el quebradizo universo humano que guarece nuestro silencio y nuestras emociones: el amor, la ira el fervor; con ellas figurativamente “se puede deshacer el frío, romper el hielo a dentelladas, desterrar el invierno”. Las palabras en esta poesía son el calor humano en la noche larga de la humanidad.

La noche  y el sueño tienen en la poesía de Dolores Castro un gran poder, con el sueño el cuerpo fluye ajeno, va y regresa, se aligera para poder retomar las palabras día a día y que no pierdan su brillo, su importancia; que no se vuelvan rutinarias y permitan hacer aflorar de una manera sutil y original una gran gama de sentimientos al momento de escribir: el amor, la ira por la injusticia, el duelo, la compasión, el asombro, el cariño, la admiración... O que simplemente permitan contemplar la existencia. En la forma en que Dolores Castro hace brillar estas palabras grises, cotidianas, como ella las llama en algún momento, no sólo se advierte su gran oficio de poeta sino el hecho de que en cada poema, como lo señala en una entrevista que le hizo Aurora Bernardez, en otra reunión de sus poemas: Qué es lo vivido. Ahí ella se enfrenta al problema de cómo vivir la vida. Para Castro el poema es un dintel desde el cual formular las preguntas y darle vida a las ruinas que sin querer, vamos dejando diariamente. Y en referencia a esto último, hay en la atmósfera de su obra algo que comparte con Juan Rulfo y con Octavio Paz, la sensación de que las palabras son un viento un poco fantasmal que recorre el paisaje árido y difícil de la vida, un himno entre ruinas, parafraseando a Octavio Paz. Dice en el primer poema de su libro Las palabras, donde está su hermosa elegía a su difunto marido Javier Peñalosa:

Las palabras
agujeros negros
música de tinieblas
piedras lanzadas sobre conciencias
amplias como un atrio
en donde todos los vientos se dan cita.


Es curioso como Dolores Castro sin que se refiera a ello, todo el tiempo nos transmite la sensación de que escribe en México y que este país es algo muy antiguo y muy actual a la vez. Sin utilizar una gran memoria retórica, con palabras sencillas, evoca las atmósferas presentes e intemporales de la vida de aquí, de su vida de aquí. Dolores Castro es una de las grandes poetas en nuestra lengua, nacida en México.

 



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