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mundos-lucas.jpg Los mundos contrarios
Antonio Lucas
Madrid, Visor 2009.

XXX Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla

Por Juan Carlos Abril

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No. 38 / Abril 2011

 
 
 

Antonio Lucas es el poeta de su generación que ha reivindicado con más claridad su adscripción al surrealismo. También el que mejor lo ha aplicado. En ese sentido, el cuarto libro de Antonio Lucas, Los mundos contrarios, sigue fiel a su estilo, pero no sólo eso. La innovación viene de la mano de lo que podríamos denominar abiertamente como una evolución encaminada al ensanchamiento del horizonte expresivo y al del utillaje siempre necesario que acompaña en su labro al poeta. El resultado es un enriquecimiento evidente, ya que se han sabido conjugar, siempre partiendo de la base irracionalista, otras introspecciones tanto narrativas como reflexivas, otros poemas que escarban en otros paisajes de la conciencia. Si el surrealismo indaga en el inconsciente y éste es el sótano de la casa, un sótano donde se van acumulando aquellas cosas inservibles y que se van olvidando, acumulándose pero sin perderse jamás (en el acto de la escritura el poeta se dispone a recuperar ese material ya olvidado o desusado), en este libro también se mira hacia otros lugares de la casa, esos lugares de la conciencia que pueden estar representados también en el jardín o en la buhardilla. Combinación de estilos, de lenguajes y técnicas, pero sin desplazar su principal adscripción surrealista, Antonio Lucas ha llegado a demostrarnos que pocos la dominan como él hoy día en España.

Así, según estas nociones, hay varios poemas realmente memorables a lo largo de Los mundos contrarios, como el titulado "Federico García Lorca confiesa a John Ashbery en la noche del East Village", "Réquiem para tarde a oscuras", o "Noche de carnaval," pero no son los únicos (destacan, además, a lo largo del libro, los poemas en prosa que poseen una alta tensión verbal, imaginística). En ellos, como decimos, se ensaya una técnica cercana al balbuceo del médium, a los precipitados de deseo, al lenguaje que no ha pasado por el tamiz de lo racional. Eso es la técnica, pero Antonio Lucas selecciona el material lingüístico, examinándolo y retocándolo, hasta darle forma al poema. Ésa ha sido, desde siempre, la herramienta asociada al surrealismo, que no puede confundirse con un marasmo de palabras recibido que se plasma tal cual en el texto, como si ya fuese el poema. Y es verdad que las pretensiones eran ésas, pero la elaboración prima por encima de cualquier otra fase del proceso, puesto que estamos hablando de una obra de arte y no de psiquiatría.

Podría justificarse la inclusión de otros recursos narrativos como ciertas descripciones de tipo realista, ciertas meditaciones más encauzadas por la reflexión y la meditación, que se combinan. El surrealismo no es antitético, sino inclusivo. Los mundos contrarios reúne, desde su título, voces y lugares, los pone a dialogar, los enlaza con un mismo denominador común. También desde su estructura formal podría caracterizarse este conjunto de poemas, ya que "Álbum del desconcierto" tiene mucho que ver con "Bazar de instantes," primera y tercera partes. "Psicofonías" es la parte medial, una suerte de cuaderno de homenajes, retratos, etc. que bien podría servirnos como referente de los gustos personales del autor (una clara y divertida ironía se encuentra presente en algunas partes del libro, desde el mismo título "Psicofonías", como en otros tramos versales, en comparaciones, o en imágenes tomadas con el cuidado de quien maneja el escalpelo de la imaginación). Hablando de referencias, en Los mundos contrarios se hallan Karl Marx (en una cita con la que se abre el libro) y Arthur Rimbaud (en un estremecedor poema titulado "Rimbaud en el ocaso de Abisinia"). Y recordemos que los surrealistas reivindicaban a ambos en grado sumo como los pilares de sus planteamientos.

Por eso, y ya para concluir, nos gustaría señalar ciertas cuestiones de forma (ya que no nos da lugar para análisis más profundos). Primera y última parte forman una especie de simetría, contradictoria a veces, pero también complementaria. La parte medial ejercería de bisagra en esos dos "mundos" que se presentan como contrarios pero también como correspondientes (una especie de carácter dual podría aplicarse al libro en su conjunto, y sin que queramos reducir su lectura a cuestiones tan simples, también es verdad que eventualmente se presentan, iluminadoras para su interpretación). Nada es casual en un planteamiento tan bien urdido como Los mundos contrarios, que nos deja algunas pistas por las que podemos discurrir, en tanto que construcción poemática y "conjunto" de poemas. Por eso los poemas titulados "Fin de las palabras", en la primera parte, e "Inscripciones," en la última, finalizan con la palabra “enmudecer”. Habría algunos otros rastros interesantes que señalar, para ejemplificar esta correspondencia y antítesis de ambas partes, pero sin duda que éste es el más destacado. La palabra “enmudecer” se presenta como clave para poder comprender el papel del lenguaje, el papel del poeta, y sus dudas acerca de la comunicación, ya sea con el fin de transformar la sociedad, ya sea con el fin de expresar lo que siente. Puesto en duda el carácter esencial de las palabras en sus vertientes individual y colectiva, sin embargo, el poeta (pero también el lector en tanto que sujeto cotidiano que busca en la poesía un refugio de emoción que no haya sido desnaturalizada, "colada" por el racionalismo) tiene que replegarse en sí mismo, en la literatura, y asumir el carácter definitivo de la muerte y de la materialidad de la vida como único destino. Enmudecer, o no enmudecer, esa es la cuestión. Y obviamente Antonio Lucas sigue optando por la segunda parte del sintagma, pero mostrándonos esa lucha que se deriva de mundos que siempre están enlazándose y oponiéndose, pero en pugna.




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