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sepia-orejel.jpgPalabras en sepia
Alfonso Orejel
Instituto Sinaloense de Cultura,
Culiacán, 2010.

Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen 2008

Por Francisco Meza

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No. 38 / Abril 2011

 
 
 

La evocación es ajuste de cuentas con los sucesos del pasado y, a su vez, reconstrucción de dicho tiempo. Palabras en sepia, libro de poemas de Alfonso Orejel, es precisamente un ajuste de cuentas con las figuras y los muertos de una infancia a la cual se le rinde una lealtad adulta, cocinada con el tiempo. Sin embargo, no estamos frente a la versión de un paraíso perdido, ni de un infierno soñado, aunque, es necesario decirlo, los recuerdos se fraguan entre lo edénico y lo infernal. Estamos frente a una escritura que con su fuerza y honestidad, limpia, escampa en el cementerio familiar para dejar en las lápidas, a razón de la fuerza de la voz, los epitafios que en su conjunto forman la versión de una temporada recuperada. La casa de Orejel, la casa en sepia, se encuentra llena de fantasmas, no sólo de los que han abandonado esta vida sino también los otros, es decir, lo niños que ya no lo son, los seres que el tiempo ha transformado en otros individuos.

¿Pero de qué manera construye su yo poético Orejel? Pongámonos un poco sesudos. Dentro de la enunciación poética existe el constructor de un yo quien es el que habla dentro del poema. Ese yo, llevará los poderes de la enunciación en su propio núcleo. En Palabras en sepia escuchamos la voz de un hombre que ve de frente al infante. Sin embargo, queda en claro que ese hombre es la consecuencia de la imaginación de aquel niño; tan es así que la puesta en escena de referencias de un época concreta: Kaliman, Ben Hur Ilustrado, Cisco Kid, Serrat, por mencionar algunas, son los indicios textuales de una primera educación sentimental. Dicha educación será una constante subterránea en los ya mencionados poderes del enunciador. Existen, a su vez, expresiones muy personales como apodos y modismos que nutrirán ese mundo recuperado a través de la palabra. No es propiamente una escritura conversacional sino una escritura confesional. Es como si Orejel hubiese enfrentado la página con la actitud de quien entra a un confesionario o se recuesta en un diván.

Palabras en sepia es un libro de poemas con absoluta voluntad narrativa. Son poemas que cuentan historias y que, en su conjunto, forman un universo de correspondencias, reclamos, nostalgias y dolores. Pero a diferencia de su primer libro de poemas que estaba notoriamente influenciado por otras voces, en éste es evidente la búsqueda frontal por la cimentación de una voz propia.

Orejel practica su caligrafía en la ceniza. Su libro es censo y diálogo de fantasma; genera una atmosfera mortuoria, en él existe el reclamo como cuña permanente entre sus habitantes y la arquitectura de un mundo particular. Pero, ¿la muerte es el tema principal en Palabras en sepia? A manera de oxímoron puedo asegurar que es la presencia más viva. Sin embargo, con temor a equivocarme, considero que el dolor de la ausencia, como las ausencias presentes en Rulfo, sería la vena emocional con mayor presencia. Lo que sí me resulta totalmente claro es que la excursión, el viaje a adentro es entre tumbas. Infancia es destino, reza un refrán, quizá sería más puntual decir: infancia es presente. Este libro es precisamente el itinerario del infante por los abatimientos de la parca, una hoz constante va apuntalando la serie de poemas. Pero aún en sus mayores momentos litúrgicos, Orejel recuerda, a razón de la carcajada de un espectro, que esta vida vale la pena vivirla.

Vale mencionar, discursivamente hablando, que de pronto el verso de Orejel tiende a hacer consecuencia de una suerte de fragmentación de la prosa. Sobre todo al momento de la descripción; por ello me atrevo a pensar que la utilización de la rima sirve para darle cohesión musical a sus poemas. De pronto, dicha rima funciona como un murmullo. Un acierto es cuando Orejel más allá de describir los paisajes domésticos, e incluso urbanos, tiende a la descripción de los rostros de ese álbum de estirpe, es decir, a los gestos, a las miradas, al tic del rencor o a los movimientos de la tristeza en una espalda que se inclina. Allí es donde lo descriptivo encuentra su mayor profundidad, su mayor singularidad para esos seres que pueblan estas páginas.

Desde mi lectura, no estamos frente al canto de un sepulturero sino frente al de un hombre que voltea a sus tumbas y decide los epitafios que no les han sido concedidos, frente al canto del infante que se dice, cuando está sólo y nadie lo ve, “Aún siendo polvo,  sueña”.




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