Ludwig van Beethoven: irish & scotish songs |
Por Jorge Fondebrider Existe en el mundo occidental la dilatada costumbre de adaptar las melodías tradicionales, puliéndolas de lo que el gusto de cada época considera sus defectos para transformarlas, estilización mediante, en piezas que se tengan por dignas para auditorios que se ven a sí mismos como más sofisticados. De hecho, es lo que pasa cuando lo que canta un cantante no educado pasa a formar parte del repertorio de un cantante folklórico profesional. También, cuando lo que canta este último se arregla para adaptarse al repertorio camarístico u orquestal. Muchos músicos han dado ese paso. Algunos, por razones puramente estéticas. Otros, por necesidad. Beethoven, por caso, como muchos de sus colegas, hizo este tipo de labor para aumentar sus ingresos. En 1806, un tal George Thomson, editor de Edimburgo para el que ya había trabajado Joseph Haydn, Ignaz Josef Pleyel y Leopold Kozeluch, y con quien Beethoven empezaba a mantener contactos comerciales, le envió casi un centenar de melodías escocesas e inglesas, sin las correspondientes letras, para que el compositor se ocupara de armonizarlas. A partir de 1810, Beethoven devolvió el material completamente transformado. Así, Thomson recibió 53 melodías adaptadas para tres instrumentos —piano, violín y violoncello—, que debían acompañar a una voz solista o a dúos y tríos, incluyendo las correspondientes introducciones y conclusiones. Por los frecuentes pedidos de Beethoven para que las melodías llegasen con sus correspondientes letras, la correspondencia entre ambos que se conserva permite suponer que lo que empezó siendo nada más que un trabajo terminó por interesarle a Beethoven. Sin embargo, Thomson —un hábil comerciante— había decidido sumar aún más valor agregado a las canciones originales, encomendando sobre las armonizaciones de Beethoven nuevas letras a algunos poetas contemporáneos; entre otros, los escoceses Robert Burns y Walter Scott y el inglés Lord Byron. Se comprenderá por lo dicho que las melodías folklóricas y populares son apenas la materia prima sobre la que trabajo Beethoven hasta llegar a su transformación en canciones de cámara que sólo muy remotamente remiten a los originales. La posterior elaboración literaria termina de alejarlas de lo estrictamente popular. Para 1816, Thomson había sumado a los envíos material irlandés y galés, así como tonadas tradicionales de otras partes de Europa (principalmente, de Alemania, Dinamarca, el Tirol, Polonia, España, Rusia y Hungría). La relación comercial entre editor y compositor se mantuvo hasta entonces, aunque con frecuentes fricciones motivadas por el orgullo del segundo. |
No. 38 / Abril 2011 |
Ludwig van Beethoven: irish & scotish songs |
Música y poesía por Jorge Fondebrider Existe en el mundo occidental la dilatada costumbre de adaptar las melodías tradicionales, puliéndolas de lo que el gusto de cada época considera sus defectos para transformarlas, estilización mediante, en piezas que se tengan por dignas para auditorios que se ven a sí mismos como más sofisticados. De hecho, es lo que pasa cuando lo que canta un cantante no educado pasa a formar parte del repertorio de un cantante folklórico profesional. También, cuando lo que canta este último se arregla para adaptarse al repertorio camarístico u orquestal. Muchos músicos han dado ese paso. Algunos, por razones puramente estéticas. Otros, por necesidad. Beethoven, por caso, como muchos de sus colegas, hizo este tipo de labor para aumentar sus ingresos. En 1806, un tal George Thomson, editor de Edimburgo para el que ya había trabajado Joseph Haydn, Ignaz Josef Pleyel y Leopold Kozeluch, y con quien Beethoven empezaba a mantener contactos comerciales, le envió casi un centenar de melodías escocesas e inglesas, sin las correspondientes letras, para que el compositor se ocupara de armonizarlas. A partir de 1810, Beethoven devolvió el material completamente transformado. Así, Thomson recibió 53 melodías adaptadas para tres instrumentos —piano, violín y violoncello—, que debían acompañar a una voz solista o a dúos y tríos, incluyendo las correspondientes introducciones y conclusiones. Por los frecuentes pedidos de Beethoven para que las melodías llegasen con sus correspondientes letras, la correspondencia entre ambos que se conserva permite suponer que lo que empezó siendo nada más que un trabajo terminó por interesarle a Beethoven. Sin embargo, Thomson —un hábil comerciante— había decidido sumar aún más valor agregado a las canciones originales, encomendando sobre las armonizaciones de Beethoven nuevas letras a algunos poetas contemporáneos; entre otros, los escoceses Robert Burns y Walter Scott y el inglés Lord Byron. Se comprenderá por lo dicho que las melodías folklóricas y populares son apenas la materia prima sobre la que trabajo Beethoven hasta llegar a su transformación en canciones de cámara que sólo muy remotamente remiten a los originales. La posterior elaboración literaria termina de alejarlas de lo estrictamente popular. Para 1816, Thomson había sumado a los envíos material irlandés y galés, así como tonadas tradicionales de otras partes de Europa (principalmente, de Alemania, Dinamarca, el Tirol, Polonia, España, Rusia y Hungría). La relación comercial entre editor y compositor se mantuvo hasta entonces, aunque con frecuentes fricciones motivadas por el orgullo del segundo.
|
{moscomment} |