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mundos-lucas.jpg Los mundos contrarios
Antonio Lucas
Madrid, Visor 2009
XXX Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla

 

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No. 38 / Abril 2011

 

Lautréamont

Quisiera como tú, arriesgar el viaje. No ser ni luz ni sombra: sólo límite. Dejar una penumbra por todo patrimonio y hacer brotar mi sangre, sentarla entre nosotros, oír cómo se apaga su cauce diminuto, el líquido aderezo que me impulsa, la lenta munición de mi existencia. Oigo un rumor de cosas que pasan por la calle, el miedo es la moldura que las une. Y si miráis más al fondo de mi vida, si acercáis el oído al acorde del frío, será la locura quien hable.

Pacíficamente he borrado mis huellas, he apoyado en la noche mi cuerpo impreciso, mi fe humeante. Acerco mi pecho al vacío. Es el aire un tarot de pájaros ciegos que escupe este canto futuro. Sólo quiero apurar mi edad, mi tierna maldición sin años y que la obscena clave de mi nombre suene por el triángulo del cielo, por el aula de las nubes que nadie ha conquistado, por todo lo que fue abatido y yo defiendo brindando a la salud de los siglos sucesivos, puntual en la violencia intermitente del invierno.

Porque mi generación no existe nada hay más terrible que un clamor de multitudes. Escribir es no aceptar lo irremediable, buscar sin equilibrio, amar sólo del tiempo el oscuro sobresalto de su rumbo. Del olvido extraje un esqueleto afín al mío, un hermoso mástil. Bastará el día en que muera con escribirme el epitafio en la niebla de un espejo.


Contra los héroes

Dime: ¿qué importan los dioses?
¿En qué astro accidental
prendió la llama o nieve de la vida?
¿Qué importa una palabra
si no es mayor que la ceniza
de lo que ya se ha dicho;
si no es rayo de aroma
ni va a existir jamás
cuando vuelva el mundo a su raíz,
al fabuloso abandono de la nada,
a su honda claridad de nube a la deriva?

Tu inocente escritura caerá sin estruendo,
como un símbolo en desuso.
¿Para qué sirvió entonces el idioma?

¿Y para qué los terribles héroes?, dime ahora.
Por qué no maldecir el curso de los siglos
si todo ha sido ya sobre la Tierra:
la vida por la vida,
ese oscuro sufrimiento de cosechas,
esta sombra volcada en cloroformo,
este humano haz de dentaduras,
este germen que intercambia
un sueño de agua curva
por un mal carbón de contrabando.


Retrato de mujer
 
(Egon Schiele, en el Museo Albertina)
 
Un solo cuerpo desnudo. Cuerpo sin madre. Un leve borde tendido, fruta de nada. Un dolor esencial o arrebatado a la noche. La carne difusa, dos sílabas negras el alma. Esto soy yo: rostro imperfecto, sexo, ceniza, fragmento. Soy el jardín rendido, la insistencia de una sangre sin costumbre, el tallo de la sombra, un himno a tientas por el verde de los labios.

Mira la tela. En ella eres tan sólo una curva transformada hasta ser nadie, una verdad muy lenta donde la herida transcurre: tu frío llega hasta nosotros como el ruido de un vivo corazón golpeándose en las jaulas. Un amor inaudible atraviesa la sala. La vida está en los ojos y casi no se mueve. Una mujer finge la luz y es la luz un río por fuera. Quisiera tocar el agua de su miedo, gastarme en lo concreto de su frente, equivocar tu calentura. Ser algo más que víctima o testigo de la tarde. Ser algo más que un hombre de mi tiempo admirando un desnudo delirante en un museo sin entusiasmo. Ser cualquier cosa antes que el estruendo de la calle derribe de una vez nuestra mitad humana. Pues más allá tan sólo existe el ascua ciega de este cuadro, su ozono dañado.


Cabo de Creus

Será un rasguño el corazón.
Será un rastro de nieve para entonces.
Será una gota tarda que no ha caído todavía,
una amarra repetida que lanza cabo al mar,
un pañuelo enjuagando la memoria,
un triángulo será para alumbrar la savia de tu daño.

Y aun así volveremos a este mismo lugar.

¿Quién habrá zarpado para entonces?

Estabas esperándome donde se apaga el día,
a la hora en que toda claridad voltea y el deseo gime
al otro lado de los barcos, en la parte oscura de su rumbo,
en su ronca gramática de aguas.

Allí donde se cierra el día menhires de sombra ondean
y son tu voz secreta, tu pulso que se empapa de horizonte
y contradice el orden puro de la tierra, y niegan la alegría.

Pero la noche no llega a lo que no será ceniza,
se detiene antes, en cualquier respiración sin alboroto.
Y allí hace nido hasta rendirse,
allí se balancea hasta que el nudo, perfecto,
pone coto y argumento a la intemperie,
le quita la pereza y la razón a todo cuello.

Dejemos que este tiempo detenido sea candela del mar
por unas horas.

Del fin no temas su falsa evidencia,
sino el desorden que al otro lado asoma.
Mira cómo ruge la vida escalonada
en el estrépito del precipicio:
en forma de ave,
                    en fuente de aire,
en yunque de sueño,
                    en zumbido de amor.

Y aun así volveremos a este mismo lugar
y otra será la misma luz despedazada.
Dentro de ti clamará aquel dios que aquí invocamos.
Estará la piedra con su herencia de volcanes,
con su dura cruz de siglos dentro.
Estará lo que antes fue perdido,
aquello que hoy dejamos igual que un molde intacto,
lo mismo que una pausa con historia:
el himno inacabado, el hombro aquel desnudo y su armonía,
la sílaba que cristaliza en el oxígeno,
el arduo empeño de tus ojos por ponerle quilla a lo que miras,
que nunca más naufrague lo que has visto.

En la obediencia del mar,
los dos entonces,
tan sólo pediremos a la vida
la clave de esa tarde a contramuerte.

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