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portada-avatares.jpg Avatares de la memoria Eduardo Mosches
UNAM, 2010.

 

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No. 39 / Mayo 2011

 

La marcha y los círculos

Los ventiladores
familiares lejanos e insignificantes
de los helicópteros
son excelentes depredadores
del aire.
Giran lentos
ritmo leve
de blues
un jadear ronco de perro gris
que se cobija lánguido
bajo la sombra
del hombre caminando.

Un vaso de agua fresca
está al acecho
debajo de la almohada
sueños.

Pesadilla es vacío y sed
granos de sal en la garganta
y el aullido interminable del embrión.

Convertido el espejo en ventana
las aguas se solidifican
cambian los tiempos
agriadas sales
yerbas varían color
destila rabia de caballos
sólo vigilan
la marcha correcta
de sus circunferencias
quejosos por falta de ángulos.

Desechar pañuelos
carcomidos por lágrimas
que la lejanía produce
forma sutil
de soplar las velas
de los amores frustrados.

El ventilador continúa
su aburrido vuelo.


Serenidad matutina

El mar se encuentra sereno
en esta mañana.
Cuartea el cielo
ventanas de olas y gaviotas
signos de admiración al infinito
algún borrego enorme se transforma en nube
aborda la tranquilidad una sinfonía de Mozart
unta la piel y oídos
el cuerpo de mujer descansa
entre las sábanas legañosas
soplo de vida en sus entrañas.
La mano susurra cariño en la nuca y cabellos.
Bosteza tibia la mañana.
Los barrotes de la ventana
fragmentan en varios a un pájaro en vuelo.


La borrachera del conejo

                                                                                 para Eduardo Milán

Sobre el techo negro del cielo
cuelga una luna circular con sonrisa de complicidad
ilumina murallas de piedra corroída
hemos dado varias vueltas a su alrededor como gato en celo
algo ha cambiado
ha crecido poca hierba entre las rendijas
Un poco más abajo algunos humanos siguen
en su rara tarea de destrozar cuerpos
por esa cosa tan absurda
como la propiedad sobre la tierra
giran las ruedas del planeta
la bola amarillenta continúa cargando su conejo
borracho por el sol casi inmóvil
al ritmo lento de mi respiración
acaban su tarea parte de mis células
siguen creciendo las uñas
prosigo enamorado
Los candados cierran las puertas
detrás de las imágenes saltan los ojos
un espejo cae desde su refugio
buscar mi mejor perfil
me lleva a mirar de frente.


Los tejidos narrados

Con estos días me he enredado
en tenues hilos de araña
que el tiempo y la pequeña historia
de mi familia fueron tejiendo

Envuelven penetran algunos pasadizos
ignorados en las vísceras del sentimiento
encontrados laberintos de la vida de mi progenitora
nombre ilustre para mantener cierta distancia
equilibrio para no abismarse en el precipicio
de lo emotivo
Su voz comenzó a recorrer los adoquines gastados
de esa ciudad al temblor parturiento
nombre que suena entre exótico y praderas
ondulantes trigales bullicioso puerto agrisadas cebadas
y algún caballo uncido a su relincho
Se volvió más pequeña
podría caber en cierto dedal de Andersen
sin bastón y con los ojos más azules
se entregan las joyas envueltas en alguna tela
de lino o en una bolsita de color angustia.
Suben al barco percudido
sudor en las axilas del carguero
olor salado y miedo interrumpido
aduaneros rumanos beben aguardiente de ciruela
escupen gargajos de rabia pintados de tabaco
entran al estómago de hierro
vuelo pesado de las moscas sobre los platos
después de mareos y sopa de papas y coles
algún atardecer con gusto a costa lejana
los deposita en el entrecejo más sureño
del sueño americano
Soplaron seis años en la flauta
del recuerdo olvidadizo
Mi madre está preparando
con sus manos nudosas casi invisibles
una taza de té conversador
flota rodaja amarilla de limón
bebemos juntos el tiempo de su historia

Una canción de alguna infancia
penetra por la esquina ignorada de la rayuela
cae el sol en el fresco vaso de cristal
saltan los pies llegan al cielo
en el giro constante cansado en el rincón
cara a la pared despintada
soplido suave en los hilos de araña
levadura de infancia infla el pan
se comen partiendo el trozo amarillo
las migas son mascadas por los cuervos
Caen las primeras gotas de lluvia esperada
rozaron las hojas del gran árbol
nuestras mejillas
y la isla dolorosa de la despedida


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