No. 39 / Mayo 2011


Palabras que mutan

Mística y Poesía
Por María Auxiliadora Álvarez
 

 



El vocablo “mística”, del griego mystikós, deriva del vocablo “misterio” y se encuentra remitido a la indagación del misterio religioso a través de Platón (El banquete), de quien se dice comenzó a utilizar el término para describir el conocimiento de los mundos sagrados. La aplicación del término mística en la tradición cristiana data del siglo I con el tratado De Mystica Theologia del Pseudo-Dionisio Areopagita, difundiéndose para el siglo III entre todos los cristianos “referido al culto en el sentido litúrgico, a la interpretación alegórica de la Escritura en el sentido simbólico, y al conocimiento de las verdades de la fe en el sentido teológico” (Cilveti).

mistica-el-banquete-platon.jpgComo un compendio de saber litúrgico, alegórico y teológico, éste se abrió posteriormente a una interpretación más amplia al considerarse la mística como una disciplina autónoma en 1690 en el Tratado de Sandeaus. El Tratado de Sandeaus reconoce en la mística “la existencia de un espacio inventivo, de libertad, en el que mutan, como en una operación alquímica, las palabras: la nova fingendi vocabula libertas (Lara Garrido).

Dos siglos y medio después, entre 1924 y 1931, el francés Jean Baruzi propició un análisis de la relación de la poesía mística con la poesía popular. Este estudio vino a esclarecer la modalidad exclusivamente estética de esta relación, alegando que el lenguaje místico no está hecho sólo de palabras, sino de la dinámica interior que las anima. Baruzi interpretó, por primera vez, la poesía mística bajo el prisma religioso o espiritual, denunciando “la abusiva anulación del espacio específico de la mística, y defendiendo el valor noético de su radicalidad experiencial y su especificidad de expresión lingüística”.

Michel de Certeau produjo una obra capital sobre el mismo tema en la segunda mitad del siglo XX, abordando el tema del espacio interior y la dinámica propia del lenguaje particular de la mística. M. de Certeau estableció con La fable mistiqué XVIe-XVIIe Siècle un puente de continuidad que se remontó hasta el aragonés Miguel de Molinos, cuyo voluminoso tratado Guía espiritual apareció en 1675 y ha sido considerado por muchos como el último místico formal del Siglo de Oro.

mistica-baruzi.jpg La recepción de la poesía mística en el Siglo de Oro se dividió en dos criterios. El primero se centró en la parentela literaria de la poesía a lo divino con Garcilaso deslastrándola de connotación propia, y el segundo criterio aceptó la relación estilística entre la poesía secular y la sagrada pero reconoció en esta última su sentido experiencial y la simbología espiritual de su lenguaje. La clave de la convergencia entre ambos criterios, a favor de la mística, radica en que la renovación introducida por Garcilaso llegó en realidad de la mano de Petrarca, cuya espiritualidad consustancial habría sido entonces “secularizada” por Garcilaso para luego retornar repotenciada a su fuente espiritual original.

Signada por la índole de las experiencias acumuladas y las relativas a la circunstancia actual, la vertiente contemporánea de la poesía que retoma la experiencia interior de la antigua mística observa sin embargo registros muy alejados de dogmas religiosos o normas lingüísticas: “parece obligado, en nuestra perspectiva de hoy, hablar no ya de sentido místico, sino de lo espiritual poético como el centro o el objeto de esta experiencia-límite” (Andrés Sánchez Robayna). La “espiritualidad poética” del momento utiliza formas de lenguaje distintas y desarrolla contenidos muy versátiles,  pero estos nuevos modos de aproximación al tópico trascendente aún constituyen eslabones de su vigencia y continuidad.



Ilustraciones:

El Banquete de Platón de Pietro Testa (dibujo a pluma)
http://mirales.es/wp-content/uploads/2010/03/testa-banquete-alcibiades.jpg



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