Defensa de la poesía
 
Pedro Serrano

Los poemas nacieron seguramente en un conglomerado que mezclaba gestos del rostro, movimientos corporales, jadeos, aspavientos y probablemente un contacto directo con los interlocutores. Quien por primera vez alcanzó ese poema iniciático, desdoblamiento de necesidades y respuestas anteriores y presentes, compartía con sus semejantes una experiencia propia. Hay que imaginar ese momento en que la gestualidad aprendida se reconducía en una abstracción individual y regresaba como emoción en común. Ahora bien, ese ortopoema tenía que ser efectivo en su contacto. Si no, a ese individuo lo habrían subido al árbol como al bardo de Asterix para seguir disfrutando de la cena, o se habrían vuelto a mirarlo con curiosidad y seguido de largo. Algo en esa maraña expresiva tendría que resonar o retumbar en los otros para detenerse y escuchar. Y entonces oír. Más que en un escenario de teatralidad pura, los poemas hubieron de surgir en un espacio performativo, es decir más inestable, más transitable y más forzado aún, efímero y punzante cada vez que aparecían e imposible de instituirse en su representación. Y sin embargo se fueron guardando, quedando y acomodando en la memoria de quien los decía y también de quienes lo escuchaban. Con la escritura, los poemas pudieron por fin conservarse. Pero la exclusividad en el conocimiento de la lectura, y la escasez de materiales escritos hizo que esa lectura fuera durante un largo tiempo un ejercicio compartido. Los vecinos o los amigos se reunían alrededor de quien sabía leer, y esa persona desplegaba las palabras sabidas o leídas hacia la compañía, la multitud o la muchedumbre. Muchos siglos después, el invento de la imprenta permitió que los poemas se organizaran y repitieran en un espacio ajeno a la viva voz del grupo. Y conforme el ejercicio de la lectura comenzó a extenderse y alcanzó un despliegue democrático, su actividad se fue haciendo cada vez más privada, más individual y más en silencio. Los lectores se recluían en espacios cerrados, se recogían en sí mismos, y entonces los poemas dejaron de resonar en la vía pública para hacerlo  en la mente de cada uno. O quizás así fue siempre y no hay contradicción entre una cosa y otra. En el ruedo del fuego original cada individuo recogía el poema para sí y lo hacía suyo. Si podía repetirlo y reactivarlo, y si esa reactivación era efectiva, el resultado era la ampliación de su propio movimiento apropiatorio, respiratorio aunque fuera en su mente y aunque fuera en fragmentos. Quien lo escuchaba se hacía del poema, en el doble significado de poseerlo y ser convertido, y una vez hecho esto lo guardaba en sí y lo reacomodaba en una emoción propia. Y así sigue siendo. Cada manera en la que el poema se acomoda es distinta, cada vez la forma del poema es la misma.

Pedro Serrano