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portada-amotinados.jpg Amotinados a las puertas del cielo
Arturo Córdova Just
Cabos Sueltos
México, 2009.

Por Emiliano Álvarez

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No. 39 / Mayo 2011

 
 
 

William Carlos Williams, al hablar de "la mente del poema" sugiere, de manera genial, que los poemas tienen (además de una vida propia) esa capacidad inherente a sus creadores; esa capacidad tan defendida, definitoria y, hay que reconocerlo, no siempre bien ejercida: la de pensar. El axioma del poeta norteamericano cambió mi forma de acercarme a la literatura. Ahora cuando leo un poema, me gusta preguntarme: ¿qué piensa este poema?, ¿qué siente?, ¿de qué manera me dice (o me deja ver) lo que piensa y lo que siente? Para descubrir lo anterior hay que preguntárselo sobando, repetidamente, su tinta con la mirada; hay que dialogar con él, escucharlo con atención

¿Qué piensan los poemas? Si tomamos en cuenta los elementos formales de un poema, tal vez  nos daremos cuenta, como Francisco Rico (el espléndido filólogo español), que son "objetos verbales forjados para permanecer en la memoria". ¿Qué quiere decir eso? Que el poema no sólo quiere que lo escuchemos, sino también que lo recordemos; que no sólo tiene la voluntad de decir, sino también la de convertirse en un eco que no se apaga. Esa intención, tal vez, ocupe parte de la mente de los poemas. Esa permanencia memoriosa es directamente proporcional a la eficacia o destreza con la que éstos hayan sido forjados, con la que sus elementos formales estén engarzados entre sí: por más intenso o interesante que sea lo que se esté diciendo, si no está bien dicho no será memorable.

Amotinados a las puertas del cielo es un poema (todo el libro es un solo poema) de trescientos treinta y siete versos divididos en nueve apartados; es, ya se ve, un poema extenso. El trabajo de un poeta, tomando en cuenta lo dicho párrafos arriba, es el de pulir cada verso hasta lograr que su forma sea exacta para perdurar en la memoria del lector. Se podrá intuir, por tanto, que escribir un poema de más de trescientos versos es algo que requiere de mucho trabajo y de una detreza peculiar. Sin embargo, el poema-libro de Arturo Córdova Just es fuerte. Tiene una mente fuerte: soporta el análisis minucioso, está lleno de versos francamente memorables, y deja la huella firme de su ritmo en el oído y en la lengua.

¿En qué piensa Amotinados a las puertas del cielo? Piensa en la muerte, en la pérdida de los seres queridos, en lo universal y lo íntimo de todas las vidas humanas. Es un poema a la vez elegíaco y de celebración. Fue una coincidencia que poco antes de que Amotinados a las puertas del cielo llegara a mis manos, yo decidiera emprender la relectura de las Coplas a la muerte de su padre (el extraordinario poema de Jorge Manrique) y que, a propósito de la experiencia profunda que dejó en mí esa relectura, decidiera buscar y leer algunos de los textos críticos que se han escrito sobre las Coplas... Uno de los textos críticos más bellos y disfrutables sobre el tema es Elegía y Sermón, del poeta español Pedro Salinas. Menciono todo esto porque si algo me resultó soprendente fue descubrir que Elegía y Sermón es, en muchos de sus pasajes, fácilmente aplicable al análisis de Amotinados a las puertas del cielo. En algunos de los párrafos subsecuentes utilizo aquellos pasajes (parafraseados y con las enmiendas necesarias) para analizar el poema de Córdova Just.

Si desde la primera lectura de Amotinados a las puertas del cielo percibimos la densidad humana del poema, su peso temático, compensado por la perspicuidad de visión del poeta, es porque Córdoba Just trae a capítulo, en sus versos, no uno sino varios nudos de pensamiento, y todos de suma trascendencia. No están superpuestos mecánicamente sino que se subordinan a una función común, misteriosamente viculados, como miembros pertenecientes a un mismo organismo, y funcionan acordes con la unidad de designio de éste; dotados de por sí de valor individual, perfectamente sensible en el poema, sin embargo, someten su autonomía a la función final que el poeta señala en su obra.

Ahí está ya el primer acierto de Córdova Just. Los grandes y poderosos lugares comunes (lo digo sin ningún afán de menosprecio y sin ninguna ironía: muchos de los versos predican eso: la existencia de lugares que todos, o casi todos, pisamos en algún momento de la vida) se enlazan, como por la mano, en un poético juego de trascendencias. ¿Y cuál es ese designio al que quedan armónicamente subordinados, es decir, recibiendo órdenes, los grandes tópicos del poema? La vivencia de esa eterna oposición entre temporalidad y eternidad, proyectada en la vida del hombre; vacilar entre las dos, y su desenlace; fervorosa convicción en la primacía de lo eterno, de que la vida de los muertos subsiste en la memoria de los vivos. Este designio crea su propio diseño, su manera de dar extensión y forma temporal a la idea pura.

Córdova Just dedica gran parte del poema a indagar y describir una de las realidades más enigmáticas del mundo: ¿qué sucede con los muertos al morir? Esa descripción se construye por afirmaciones doctrinales o (mejor, para no usar esa palabra tan cargada moralmente), conclusivas. Esto acarrea otra característica de estilo: la sentenciosidad. La sentencia condensa y entrega, en breves palabras, lo que debe quedar en el alma de la operación previa de la exposición. Por otro lado, indagar sobre la mortandad (o mejor, de la post-mortandad) y exaltar lo eterno sobre lo caduco, encuentran su cauce poético y su ejemplificación particular en la presencia de cuatro figuras: los abuelos del poeta. En la vida, en la muerte y en la presencia memoriosa, todavía quemante, de esas cuatro figuras, se extiende la mayor parte del poema. Sin embargo su designio es llegar a fondo y no quedarse en sacudidas melodramáticas

Leído a profundidad, el poema evidencia su verdadero ser: poesía a la mortalidad y poesía a esas cuatro personas mortales. Pero para remediar toda posible inclinación a considerar a esas figuras de manera aislada, como cuatro personas reales y no más, para atajar todo exceso de individuación, ahí está el resso de la elegía, envolviendo al lector en anillos concéntricos, cada vez más amplios y más generales, de pensamientos y meditaciones sobre lo humano. Estas muertes, tan vívidamente representadas, desembocan en el mar de todos lo hombres muertos, pero allí (a diferencia de lo propuesto por Jorge Manrique en sus inolvidables Coplas) no se borran los contornos del individuo; rendidos a la grandeza abrumadora de lo sin nombre, siguen aquí, en una vida latente que envuelve la memoria del poeta y ahora, sus versos.

De las manos de Córdova Just, en fin, se desprende un poema que aborda uno de los temas más tratados en la literatura, sin embargo, por su sinceridad, por su habilidad para manejar el lenguaje, y por la profundidad íntima con que se desarrolla el texto, tenemos la sensación de que lo que leemos no lo habíamos leídos antes y, más importante aún, de que es una lectura necesaria.

Si me pidieran (como a veces se nos pide) reprocharle algo a este poema, sería tal vez la grandilocuencia de unos cuatro o cinco versos, en los que se roza un sentimentalismo evidente y no se trabaja, como en el resto de la obra, con imágenes que sugieran un sentido que al descubrirse ante nosotros, nos conmueva y nos emocione. De cualquier forma, la observación no debilita la fortaleza mental de este poema cuya lectura, según este reseñista, no tiene desperdicio.

 



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