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portada-amotinados.jpg Amotinados a las puertas del cielo
Arturo Córdova Just
Cabos Sueltos
México, 2009

 

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No. 39 / Mayo 2011

 

2.

Parecen niños en la lejanía,

los cubren de sal para que no renazcan.

No los ves; siguen a tu lado (nueve dedos a la izquierda).

Desflorecen desfalleciendo al completarse la conexión, reflexionar.

la ventisca en el mármol.

Divagan junto a las ventanas,

les fascina permanecer en los escaparates,

ser sacudidos como el polvo,

cristalizar sin la noción del tiempo,

que los enjoyen antes de depositarlos.

Los sorprendes en una campanada,

son como las llaves cuando se te olvidan,

piden les otorgues frutas para el camino de regreso.

Las misivas que mandan viajarán durante lustros,

construyen nichos en barcos que nunca zarparán,

dilucidan los cantos en la niebla,

son imprudentes como los sueños,

escandalosos porque nos presienten,

cometen la veleidad de expulsarte de la cama.


4.

Y otros muertos se prolongan:

pesan más que los dioses,

no se quieren ir del todo,

te cuidan para que no tropieces,

te hundas en un charco,

consiguen la pluma, la prestan a un ángel,

y éste protege tu escritura de la historia.

Algunos muertos bendicen al día,

tocan pianos en un bosque,

al amanecer deliran fabricando cuerdas líquidas,

entre nubes son ejecutantes de excepción,

dispersan lo masificable,

establecen su alianza con la serpiente,

muerden la manzana y la intercambian por su corazón.

Otros muertos desobedecen imposiciones y salvan a los vivos,

impulsan la controversia con el aquí y el ahora,

se reúnen en los patios,

deletrean a coro,

organizan ofensivas contra los creyentes,

no reparan o diagnostican sin compromiso,

se interponen,

atraviesan el llano,

el arenal,

te sacan del hoyo,

te acompañan a desafiarlas,

a estipular acuerdos con las monstruosidades.

Han tallado un mazo de barajas para darte el as,

colaboran desatando nudos

entre la palabra y los actos,

desmontan el modelo para volver a armarlo,

te acarician mientras duermes,

el silencio les sirve para oír

y todo te obedezca,

en sus tumbas preservan a la plata y al azahar,

se amotinan a las puertas del cielo,

exigen liberar al santo que está preso,

rescatan al sol de sus secuestradores,

defienden a las ideas del frío de las planicies,

visitan tu agonía,

ahuyentan a los deudos,

te arrojan del espejo,

te deslindan de una muerte que no te corresponde,

pasan sumergidos,

aconsejan mientras se ponen la postrer camisa,

no son limítrofes como creías,

con fuegos de San Telmo esclarecen tus entornos,

escriben por ti,

escribes por ellos,

los conociste cuando niño,

se fueron a la opacidad,

están aquí,

se dejan acompañar si los sigues,

al concentrarte, detallas el índice temático de sus aromas.


6.

Mi abuela Trinidad:

a los 80 cumplió los 16,

en el coletazo del río,

en lo más hondo de la espiral,

a cientos de kilómetros,

cortándose la cara en una roca,

con roturas en los intestinos,

en el ahogo total,

su hermano menor supo que ella lo escuchaba morir.

Horas adelante,

entre lo evanescente y la materia,

él viéndose apagar,

en la zona de lo incierto,

en el pasaje,

mi abuela jura que lo advirtió llamándola.

Protegiendo a mi papá, ella se negó, tajante, a rozar el picaporte,

enseguida contaba que arremolinado,

haciendo chasquidos,

apurado en actuar,

el viento terminaría absorbiendo al penumbroso.

Al fin, al asomarse mi abuela,

la calle fue un paso de gato,

las ratas de siempre,

un vidrio sobre un vidrio,

el silencio en el que un fantasma abre la boca.

Los portales respiraban agitados.

 


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