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portada-junkie.jpg Junkie de nada
Zazil Alaíde Collins
Lenguaraz
México, 2009.


Reseña de Christopher Manuel García Vega


Reseña de Daniel Bencomo

 
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No. 39 / Mayo 2011

 
 
 

Por Christopher M. García Vega

Tomo el libro en mis manos. Con placer casi hedonista, recorro de esquina a esquina sus contornos. El título en letras blancas me hace pensar en las novelas de Welsh. Me llena de expectativas el azul del fondo: no sé qué esperar (poesía, eso es seguro). La pequeña figura en la esquina baja de la izquierda sostiene un hilillo de tinta que se eleva hasta la contraportada, me hace toparme con un papalote en un fondo celeste. Al leer los versos que figuran en la parte superior dudo en abrirme a las páginas de arena, plagadas de hormigas significantes.

Supero la duda. Me entrego al prólogo, lleno de halagos y promesas, y comprendo, mientras crecen mis expectativas, que la poesía es un encuentro personalísimo: ¿de qué sirven las palabras que pueda agregarle al libro? Al fin y al cabo de estrellas está lleno el espacio, cuán brillantes se vean, depende de la oscuridad de cada uno (¡perdóname, reseña en curso!, te acabo de tirar un ladrillo).

Paso epígrafes, pistas, títulos y versos de El Fandanguito, que van acaparando mi atención. Para cuando llego al primer poema, sonidos y recuerdos se han apoderado de mí: Concha chocolata, anuncia la página como título. Leo un verso, dos; continúo leyendo y me cuesta un poco identificarme con la voz que vierte todas esas palabras en mi cabeza. Pronto noto un aire femenino y fuerte en cada verso. Me gusta. Me gusta ver la otra cara de la moneda en los versos amorosos, en la queja contra los ciclos femeninos, en la sexualidad…

Porque vivimos del miedo
seísmico, gongorino y celestial,

oh, uterogracia, desgraciada y benevolente,
eres un hueco en la tierra.
[…]
yo perdonándote y tratando de olvidar,
ay, puta menstruación
farenheítica / fronteriza,

(no me gustan tus choucitos musicales)
me divides la felicidad,
el éxtasis vegetal en mí:

habría que batir los records de tristeza
para que el aire de timidez
grite su lenguaje de ideas:
yo contra ti, puta menstruación.

Las coplas de El Fandanguito siguen apareciendo al principio de cada sección, y se quedan como eco-guía. Casi se escucha el repique de la quijada de burro. Uno se ve transportado al bullicio del baile y la improvisación mientras la voz poética va dejando guiños que llevan al lector a otras latitudes simultáneas al poema.

Lamentablemente, parece ser que la necesidad de ruptura (algunos la llamarán innovación) se ha enraizado con demasiada profundidad en la voz de la poeta. Junkie de nada adelanta el título del libro, pero, tras pasar poemas y más poemas llenos de epígrafes en distintas lenguas, notas al pie que llevan a ninguna parte, algunos con nombres en amuzgo…, uno comienza a preguntarse si en verdad la voz poética es adicta a la nada. Hay tan inmensa multitud de voces ajenas a la propia en todo el poemario, que la voz principal parece ahogarse, y la palabra nada salta como si fuera eso lo que la voz realmente tiene para decir. No se comprende por qué hay notas al pie que llevan a páginas en internet inexistentes, o a instalaciones de artistas que no se encuentran.

Llego al apartado Los chiles verdes. Después de todo, pensar en Welsh no era tan desquiciado: Trainspotting aparece ante mis ojos en la página 52, y río en silencio al descubrir que existen otros que aprecian la brutalidad del escocés (ja; escocés brutal: ahora se me antoja un whisky).

El insomnio me hace alucinar.
No necesito químicos
en mis linfocitos.
Algo mejor que el sexo
¿Opio?
Fiebre mental.
Grito en mi cama.
Sudo.
Me evaporo. […]

No puedo negar que la propuesta de este poema era buena. Lástima que, de nuevo, la voz se deja seducir por latitudes ajenas e inserta versos en inglés que bien podrían sustituirse por otros en la lengua principal del libro. Ni que la cadencia del español fuera incapaz de igualar: “you must learn/ how to entertain yourself”, o “everything’s change”, o “true love”, o que fueran frases inmejorables para tener que recurrir a otra lengua.

Finalmente leo la última sección y cierro el libro. Tantos murmullos cuchicheando en mi cerebro confunden, en su tropel, el timbre de la voz poética. Alcanzo a distinguir algunos poemas solitarios, en los que sin ayuda de NADA, fluyó por sí solo el mensaje poético de Zazil Alaíde Collins. Todo esto me lleva a pensar en los desvaríos de la modernidad y en el juego macabro que hace perderse a muchos poetas, que quizás tienen algo bueno que aportar en el flujo vertiginoso de la vida actual, con intentos fallidos de innovación como resultado. Recordemos: “el secreto es no excederse” (ya basta de whisky).

 



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