Coral Bracho 

 archivo-portada-bracho-voz-viva.jpg"La sintaxis de Coral Bracho suele desconcertar a los lectores pero no a los oyentes. En las lecturas públicas de sus textos poéticos, ella despliega lo más parecido a una interpretación musical; debe decirse aquí algo quizá poco sabido: Coral Bracho es y ha sido cantante aficionada durante largos años —su tesitura: soprano—, y ha formado parte en estos últimos tiempos del Coro Filarmónico de la UNAM. Pero en la lectura en voz alta de sus poemas no busca ella una melodía musical, ni estricta ni relajada: no canta, propiamente hablando; ofrece a la escucha un ritmo lleno, pleno, una modulación de las líneas sílabicas y acentuales gracias a la cual es posible discernir, con relativa facilidad, su concepción del verso libre..."

David Huerta

 

archivo-portada-bracho-voz-viva.jpgLeer y escuchar 


ESE ESPACIO, ESE JARDÍN
Parte IX (fragmento)

 

 

  HUELLAS DE LUZ
El ser que va a morir (1981) III
Agua de bordes lúbricos

 

  

HUELLAS DE LUZ
Peces de piel fugaz (1977)
Peces de piel fugaz

 

 

    HUELLAS DE LUZ
Peces de piel fugaz (1977)
Deja que esparzan su humedad de batracios

 

 



ESE ESPACIO, ESE JARDÍN


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Parte IX (fragmento)


Ese meollo asible de hacinada ternura,
        ese delgado

envés.

        Los muertos vuelven también allí.

De allí nos miran; nos reflejan. Nos orillan

a ver.

                                Unen

la luz del tiempo, las estancias abiertas, incesantes,
del tiempo, su entramado acaecer,
sus desbordadas resonancias en el cénit
de una alcanzada desnudez:         este gozo que vuelve,

nítido.

Esta radiante

hilaridad.    Esta risa que funda
Y su fisura.

-Como un venero, un amuleto.        La fuente oculta
de un jardín.
Este huerto, este rapto
que heredamos
como una abierta melodía entre la noche, como un
                                                                                             [destello,
                                                                                     una pregunta,

este cuerpo

*


y su sed.

-De allí nos hablan,
de allí nos llaman, como entre sueños.

                                                De un sueño a otro

nos llevan.

De un sueño a otro nos trazan,          nos transparentan.
Como rasgos muy tenues en un paisaje.
Como respiros.        De un sueño a otro buscamos
la solidez:          este fuego
que enlaza, que perdura.
Esta pasión que arraiga,
que arrebata, y su acentrado contrapunto,
este sentir que engendra.         Ya tu mirada se abre
lo que aún refleja.

               Unen
la luz del tiempo,             las estancias abiertas, incesantes,
del tiempo, sus remontables laberintos, su abarcable
                                                                                               [acaecer:

Este aliento,
esta savia que funde, que transluce, que nos envuelve
como un oleaje,
como un acorde:                  Estos contornos íntimos.

—Un giro breve del cristal.       —Una arista de luz.

Una textura.             Una palabra.

-Porque la muerte tiene
en el colmado corazón de la vida
enraizados sus vértices,
                                                                    y en ellos arde,

en ellos cede,               en ellos une

esta espesura. 



HUELLAS DE LUZ

El ser que va a morir (1981) III


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Agua de bordes lúbricos


Agua de medusas,
agua láctea, sinuosa,
agua de bordes lúbricos; espesura vidriante
   -Delicuescencia
entre contornos deleitosos. Agua -agua suntuosa
de involución, de languidez

en densidades plácidas. Agua,
agua sedosa y plúmbea en opacidad, en peso -Mercurial;
      agua en vilo, agua lenta. El alga
acuática de los brillos -En las ubres del gozo. El alga, el
      hálito de su cima;
—sobre el silencio arqueante, sobre los istmos
del basalto; el alga, el hábito de su roce,
su deslizarse. Agua luz, agua pez; el aura, el ágata,
sus desbordes luminosos; Fuego rastreante el alce

huidizo -Entre la ceiba, entre el cardumen; llama
pulsante;
agua lince, agua sargo (El jaspe súbito). Lumbre
entre medusas.
-Orla abierta, labiada; aura de bordes lúbricos,
su lisura acunante, su eflorescerse al anidar; anfibia,
lábil -Agua, agua sedosa
en imantación; en ristre. Agua en vilo, agua lenta —El
    alumbrar lascivo

en lo vadeante oleoso,
sobre los vuelcos de basalto. -Reptar del ópalo entre la
    luz,
entre la llama interna. -Agua
de medusas.
Agua blanda, lustrosa;
agua sin huella; densa,
mercurial
     su blancura acerada, su dilución en alzamientos de
        grafito,
en despuntar de lisa; hurtante, suave. -Agua viva

su vientre sobre el testuz, volcado sol de bronce
        envolviendo
-agua blenda, brotante. Agua de medusas, agua táctil
fundiéndose
en lo añil untuoso, en su panal reverberante. Agua amianto
        ulva
El bagre en lo mullido
-libando; en el humor nutricio, entre su néctar delicado;
        el áureo
embalse, el limbo, lo transluce. Agua leve, aura adentro
         el ámbar
—el luminar ungido, esbelto; el tigre, su pleamar
bajo la sombra vidriada. Agua linde, agua anguila
        lamiendo su perfil,
su transmigrar nocturno
-Entre las sedas matriciales; entre la salvia. -Agua
entre merluzas. Agua grávida (-El calmo goce
tibio; su irisable) -Agua
sus bordes

-Su lisura mutante, su embeleñarse
entre lo núbil
cadencioso. Agua,
agua sedosa de involución, de languidez
en densidades plácidas. Agua, agua;         Su roce
-Agua nutria, agua pez. Agua

de medusas,
agua láctea, sinuosa; Agua,



HUELLAS DE LUZ

Peces de piel fugaz (1977)


{play}www.archivopdp.unam.mx/media/coralbracho-pecesdepielfugaz.mp3{/play} Peces de piel fugaz

El borde es una boca finísima, una escisión aguda y deslumbrante —el negro como una forma de luz que marca orillas, espacios entorpecidos, fuegos limítrofes—. A medida que avanzo el agua cambia.

La fiesta estaba impregnada de pequeños monos inabordables. Alguien incrustó sobre el lodo una estructura cuadriculada de ramas huecas y fue como abrir un espejo a las ansias de nado.
Todo se esparce en amarillos. Los monos saltan.

Antes, cuando miraba el tiempo como se palpa suavemente una seda, como se engullen peces pequeños. El sol desgajaba del aire haces de polvo.

Es un espacio abrupto pero preciso, a partir de entonces los árboles. Hacia abajo las ganas irrefrenables.

Los monos, como dijeron todos, eran salvajes; cuerpecillos tirantes y amarillentos. El juego era portentoso, desarraigado; las manos llenas de lodo.

El agua brilla, pez lento y adormecido; en sus ojos la noche es un impulso vago y oscilatorio.

Pero empezar aquí con el consuelo de ver a todos enardecidos, y mirar de improviso sus dedos híbridos, infantiles.

Vocecitas hirvientes que revientan desiertas.

Al margen hay un abismo de tonos, de nitidez, de formas. Habría que entrar levemente, oscuramente en ese instante de danza.

Hay una grieta aquí, en este lapso. En la cueva las raíces se adhieren con fanática astucia, las ramas se desdoblan con gracia.

Es en vez de morder la espesura reciente, o separar las sombras —espumosas y leves— con un esguince de fauno. De cerca, llueve.

Atrás los paraguas se extienden sobre las olas. Los hay de colores lentos y de formas hirientes. Las horas se arremolinan. Y tengo fe, porque así como dicen de los estanques.

Pequeños peces de hiedra tornasolados.

Había gatos, insectos, tigres; y cuando quisieron abrir las puertas, y todo, desde el templo de entrada estaba concentrado en dos líneas; dos fragmentos de feria.

Bailan en las orillas.

Y retroceden, porque asomarse es la atracción sin muelles. Donde apoyar la calma de mirar desde lejos sin arriesgar el tacto.

Son alusivos los desenlaces. Las sombras se abren a veces lentamente. Región umbral de nostalgias reblandecidas, de palabras limpias y secas.

Pero es la tierra de sal. Nadie que vuelva o que mida. Agua que drena en la certidumbre y en el olvido remansos breves de mar.

Queda entonces tan lejos. Y sus manitas flacas y frías como una aguda destreza emergida de espacios inexpugnables.

De aquí, los troncos y la maleza brillan su nitidez intacta. Virgen que exhala una cadencia tibia y ensimismada. Los peces saltan.

Los monos saltan. En el fondo la luz se angosta y los cuerpos empequeñecen. Entonces se desprende la asfixia; una sed amplia y albuminosa.

Beben pausados sorbos de té.

Y si uno hunde la cara para ver más de cerca.

También rastrearon las carpas. El circo; toda la orilla era como un incendio, los animales se escurrieron en zanjas y plataformas.

Para sostenerse, tal vez. Lo difícil. A veces sus irrupciones abren un espacio naranja.

Es hermoso palpar entonces las aguas. El cielo se reconcentra en azules profundos. Los verdes crecen hasta tocarlas. Estira sus bracitos elásticos en un giro aliviante.

Las raíces inhalan. Basta deslizar poco a poco los dedos sobre las rocas para saberlas lisas y despobladas. Árboles de cristal.

Y es el instante de inusitar la lancha por la quilla y deslindar el filo. Los dedos largos y finos.

Sus ojos límpidos.

Este estupor de seda que se derrama. Pero empezar aquí.

La fiesta -sombra finísima- lenta. De la cueva se desprenden sus voces como suaves racimos. Piedras jugosas. Desde el zumo del circo.

Y es el instante; pero empezar aquí. Sus ojos ávidos, insondables. En los bordes los gestos, las voces, las aguas cambian. Peces de piel fugaz.




{play}www.archivopdp.unam.mx/media/coralbracho-dejaqueesparzansuhumedad.mp3{/play} Deja que esparzan su humedad de batracios


He ido cerrando, una a una, las puertas;
las ventanas están urdidas de hiedra,
de arena fina; en los pretiles se acumulan las aguas.
Casa de lirios y brebajes ocultos,
de patios hondos.
Pequeños charcos de luz donde crecen y cohabitan los
         gansos
y las retamas. Sauce de tierra fría. De aquí
los volcanes, las caudas,
los desvarios. Frágil cerco la arena de los destellos;
Humo denso las llamas.
Entre paredes el trazo débil de los recuerdos, la incisión
de los grillos.
Como una oscura tajada a mitad
                                         El tiempo,
                                         de pronto, se arremolina; deja pasar
esa presencia anfibia,
esa cauda imprecisa
por los canales, por los esteros, por las orillas. Deja
que se desborde.

En los portales, como ruido de cobre,
como risa de niñas, los colores responden.
Las luminarias en los umbrales.
Los tordos bajan al polvo;
los loros gritan y encienden las estancias, el aire;
en sus jaulas de alambre, en sus redes de alcándaras y
     ramajes.
El licor del estío; el aroma incisivo del heliotropo.

Bajo las tablas, el temor y la calma.
Deja que pasen,
deja que inunden con su sombra imprecisa
los resquicios, las fuentes, los piracantos,
deja que impregnen su ansiedad de batracios
en las baldosas tibias.
Savia de lirios.
Como una oscura tajada. Las tardes brotan de los vapores
en la terraza; las noches mecen la flama.
De aquí, los arcos,
los algarrobos
y los delirios.