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portada-ganar-jonio.jpg Ganar el desierto
Jonio González
Ediciones en Danza,
Buenos Aires, 2010.

Miguel Gaya

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No. 41 / Julio-agosto 2011

 

Ganar el desierto, el último libro de poemas de Jonio González, es una apuesta fuerte. Llegar al desierto, ganarlo para sí, no resulta sencillo. Ni como epopeya personal, ni como empresa de todos. ¿Qué significado tiene, al fin de cuentas, “ganar el desierto”? ¿Huir, como Fierro, de la civilización, entrarle al desierto? ¿O, como querían quienes lo expulsaron, “ganarlo” para la civilización, aplastando la barbarie? ¿O tendrá que ver, en términos quizás más sutiles, con ser capaces, ser dignos, de ese desierto? ¿O tal vez fue el desierto, finalmente, quien nos ganó, y así hemos quedado perdidos, exiliados, sin destino como país, sin patria, ausentes?

Algo de todo eso dice el sexto libro de este poeta radicado en Barcelona desde 1982 que, sin embargo, habla una lengua tan personal como nuestra. Dando cuenta de una epopeya tan individual como colectiva, donde el yo habla, de algún modo, de cada uno, en cada uno.

El libro está compuesto por dos bloques o libros supuestamente autónomos, El templo y El monte. No sabemos a ciencia cierta, cómo saberlo de ese modo en la poesía, a qué templo se alude, dónde queda ese monte arbolado. Tal vez el templo aluda a uno mismo, a quien es alguien en la existencia (“levanta la vista hacia la cúpula/ reconoce su rostro/ entre los frutos/ que ha dado la ceniza”). Tal vez el monte se refiera a un lugar, un lugar donde queda la infancia pero no como pasado, sino como espacio perenne; tal vez, sólo tal vez, perdido (“despierta una mañana/ y está en otro lugar/ en otro tiempo/ le dicen que es el mismo”).

Cada libro tiene unidad y una construcción secuencial. No como sentido o trama, sino de climas, ecos e iluminaciones, o re iluminaciones, si se puede decir. De ese modo, los poemas hablan entre sí, o dicen al lector, rebotando en otros. Incluso los dos tramos se comentan mutuamente, con infiltraciones. El resultado es otro tipo de unidad, inquietante, entre uno y la historia, entre la experiencia y la nada.

El lenguaje es acorde al planteo, y tiene el eco y sello de los libros anteriores. Imágenes y finales como garrotazos, o bisturís, o relámpagos (“es como si murmurase/ en una lengua extraña/ acertijos/ sobre el dolor del oro”). Un lenguaje calcinado, que extrae los humores y la carne de las palabras y deja los huesos (“todo ha sido hecho en tu nombre/ y como tu nombre/ será olvidado”). 
Jonio Gonzáles ha trabajado en este libro con la experiencia generacional desde una perspectiva política agónica. No en términos testimoniales sino en lo que tiene de esencial, de común a toda criatura en la historia. Como si le hubiera prendido fuego a la historia y escarbara en sus huesos, que son los nuestros, y están, cómo decirlo, en carne viva “porque ha llegado/ desnudo de sangre/ de entendimiento/ desde la casa saqueada/ a reclamar las ruinas”.



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