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portada-lunas.jpg Lunas de plata
Susana Mayer
oAK Editorial
México, 2010. 

 Por Nedda G. de Anhalt
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No. 41-42 / Julio-agosto 2011

 
 
 
 
 

La poesía de Lunas de Plata asemeja las cicatrices de una palmera donde cada una de ellas extiende un poco la corteza que pareciera contener una inundación, mas ésta no revienta, otorgando así a los poemas, por breves o tersos que sean, un especial brillo erótico de resistencia acerada.

En este poemario tendremos el privilegio de escuchar una voz de gusto cultivado, aristocrática, elegante, pues estamos ante una viajera que muestra en su poesía ciertos hilos autobiográficos sueltos en el amor a sus seres queridos y que sabe compartir intimidades dionisiacas del amor todo lo anterior, escrito con pasión y convencimiento, de modo abierto, pero íntimo de contenido.

Estos son poemas no tanto confesionales como eminentemente personales. En ellos no hay excesos verbales, como acontece con José Lezama Lima o Marco Antonio Montes de Oca, por dar dos ejemplos, sino prevalece una intensidad de recuerdos y evocaciones que en Lunas de Plata, surgen detrás de la conciencia, apenas cubiertos por un velo de palabras.

Cercanía y lejanía bordonean por igual en esta poesía. Y es curioso, pero mientras más sucinto un poeta puede expresar el impacto que le produce una emoción o una experiencia, tal como Susana Mayer hace, esa forma precisa permeará mejor dicha emoción o experiencia en el ánimo de sus lectores.

El amor se extiende en toda su riqueza en Despertar, poema regido no por la búsqueda, sino por el encuentro. Y todo este encantamiento amoroso se ofrece con imágenes simples, como la del melocotón, que es de una certeza tan encantadora como profunda. Despertar es un poema hermoso donde la luna y el sol logran una equivalencia.

Pasión y forma se entreveran en Lunas de Plata, no de manera lacónica, pero sí con cierta severidad contenida. Ésta permite al lector captar la energía de imaginación poética en la autora. Se trata de descubrir, entender y trascender ciertos significados de la vida en experiencias concretas. Cada poema suyo representa un descubrimiento humano. Cruzando Fronteras es una selección sensible que quiere darnos a conocer cierta miscelánea descriptiva de paisajes al descubrirnos Munich, Viena y Praga, tres ciudades enlazadas con la música de Brahms, Wagner y Mozart. En el preludio de una cultura europea, el estado de sensibilidad de este yo poético se entusiasma en sus orígenes y, al mismo tiempo que descubre secretos, entierra otros en las silenciosas pausas de la poesía.

Queda claro, entonces, que la de Mayer no es poesía pantuflera ni tampoco de filigrana, de furores o incoherencias ni siquiera de realidades lógicas. Esta es poesía de involucramiento íntimo, con oscuros fulgores de un pasado que se hizo fuego, se aventó, y cuyas chispas ahora se bañan en las aguas de la serenidad de modo claro y armonioso. Y cuando el lector quiera buscar la médula se encontrará que, sin pedir permiso, Mayer le ha obsequiado uno que otro sobresalto. No podría ser de otro modo. Es la condición lunar de esta poesía que equivale a la condición femenina. Una que marca sus remolinos y se ejercita como la propia luna en el dominio espacial-temporal. Subrayo entonces que nos habíamos acostumbrado a cierto feminismo fatalista. Lunas de Plata se inclina hacia nuevas y afelpadas trampas. Dicho de otro modo, con estos poemas no estamos ante champaña burbujeante, sino ante tequila de puro agave.

Lunas de Plata abre con Imagen, un poema de fina impregnación erótica donde este yo poético pareciera decir que no son los hombres de su vida los que cuentan, sino cuenta la vida inventada e imaginada del hombre de su vida, en la que un yo apetece dibujar la fisonomía del ser amado. De los cinco sentidos, no serán el gusto, el oído o el olfato los privilegiados, sino la memoria táctil, aliada a la vista. Con ambas se hará visible lo impalpable, invisible e inasible qué es el amor.

José Lezama Lima en Llamado del deseoso, advierte que el deseo nos tiende trampas. Ese gran desconocido que nos es tan familiar, ese monstruo que se disfraza de ángel y aparece, nos recuerda Mayerreaparece, se aleja, y regresa siempre de modo extrañamente impredecible, porque es libre y no tiene dueño.

Un verso certero de Lezama Lima me parece idóneo para Imagen: “la hondura del deseo no va por el secuestro del fruto”. Cierto. El tú o el yo, lo interno y lo externo en Imagen, han constituido una simetría y una armonía aparencial. Aunque el delineamiento haya intentado ser eficaz, este yo poético se encuentra ante la imposibilidad de capturar ese rostro. Por ende, no arribará a la coincidencia y, si esta imagen estaba hecha para lograr la unidad con un bosquejo, en el fondo no podrá lograrse la identidad ni la unanimidad de dicha imagen.

Otro ejemplo notable que juega con el parecido de la imposibilidad se haya en el poema Presencias, donde este Eros femenino nos da a entender que, aunque anhele “un hombre para siempre” todos los hombres serán sombras o realidades que expresen el mundo de lo inconcluso, de lo indeterminado, como si todos ellos fueran un recuerdo del devaneo amoroso: “Y lo mismo sucederá con algún otro, sin importar su cara o su nombre.” ¡Qué absurdo laberinto! ¡Qué condena andar persiguiendo fantasmas! Los versos de Imagen están concebidos con terrible precisión. Una palabra sola, “falacia”, penetra en el ánimo del lector como clavo ardiente. Cuando finalice el poema, la potencialidad desencadenada al comienzo habrá perdido ya en el rostro primigenio su fuente nutricia.  Imagen es un poema que sorprende por su brevedad a la vez que por su plenitud. Pocas veces he visto un poemario que empiece tan bien como éste.

Obviamente, aunque todos merezcan un análisis crítico, no se debe comentar cada poema de Lunas de Plata. Señalo, entonces, una armoniosa evidencia: Mayer gusta de jugar en pareja con las antípodas. Sus mejores poemas son los que se debaten entre “yo y tú”, entre “esto y aquello”, la esperanza y desesperanza, las palabras y el silencio, el mundo de los sueños y el despertar, el hombre y la hembra, violencia y suavidad, sol y luna.

La poesía de Susana Mayer dramatiza en acecho flotante los más ordinarios actos del acontecer cotidiano logrando captar asombro, pasmo, ansiedad, frustración de sus mujeres, no obstante tan contemporáneas y seductoras como las de Anais Nin. Las de Mayer son sumamente vulnerables por su necesidad de vencer esa dependencia emocional con los hombres, una dependencia que refleja la agresividad aparentemente sumergida que pudiera irrumpir en cualquier momento.

Mayer aborda estos sentimientos complejos y complicados en su poemario gracias a una extraordinaria capacidad de punzarnos con los detalles o imágenes privilegiadoras de fragmentos. ¿Por qué no hacerlo así, si este es un mundo de disasociaciones? Justamente en esos fragmentos, la poeta no sólo evoca caos, sino muestra también la sabiduría de estas Evas voluptuosas. Ellas no están del todo desilusionadas; por el contrario, las anima la esperanza, si bien la duda tanto como la angustia. Es comprensible, si recordamos el verso de Ovidio en El arte de amar: “El amor es un territorio pleno de un miedo inquietante”.

La vida en palabras de T.S. Elliotpodrá ser baldía o estar plena de desechos, pero en palabras de Octavio Paz existe el “otro” que brinda ozono; alto aire.

Llama la atención que el ser amado en la poesía de Mayer se muestra en ciertos poemas como una sustancia que se evapora o como una piedra preciosa en embriagadora rotación. El dolor es descrito como un rechinido, la felicidad es animal alado y colorido como la de un colibrí o posee la suave textura del gato de angora. La felicidad es también música, ritmo, baile, viaje y “estallido constante”.

Y, claro, al invocar cualquier piedra preciosa, se piensa ipso facto (al menos yo) en Rubén Darío, una influencia manifiesta para Mayer en el uso de sus colores y en los propios epígrafes que reinan en Lunas de Plata. Pertenecen, y lo cito por el orden como se muestran en el libro, a Federico García Lorca, Jaime Sabines, Paz, Jorge Manrique y Rubén Darío. Estas influencias, de modo consciente o inconsciente, no debilitan la personalidad de su poesía, sino contribuyen a fortalecerla. Dejo al lector la tarea de encontrarlas.

¿Por qué estos vaivenes del agua que acarician a la mujer caracola? ¿Por qué esta errancia hacia lo desconocido? La explicación queda implícita en el propio título del poemario. La luna representa el principio volátil de lo femenino y, como sabemos, el metal correspondiente a la luna es la plata. La luna es tan mudable y transitoria cuando desaparece del cielo y lo hace durante tres noches; al cuarto día, reaparece. Ese es un itinerario caprichoso, reiterativo, similar al del propio deseo.

En el prólogo de Lunas de Plata, el poeta Francisco Hernández afirma una negación; “No voy a intentar responder a la pregunta ¿qué es la poesía?”, aunque de prisa y corriendo, se disculpe por no hacerlo, a su favor ofrece la significación de un libro de poemas. Como parte de la flatterie o el halago del que hizo mención Lezama Lima en La cantidad hechizada respecto a Voltaire, cuando exigía a los reyes no sólo la letra, sino “el espíritu de la letra”, en mi caso particular haré algo similar. Es decir, salvando las distancias, me atrevo a acercarme a un príncipe de la poesía como es Francisco Hernández, para dar respuesta a su propia interrogante. Lo haré de modo sucinto. Él pregunta, ¿qué es la poesía? Yo contesto: la poesía, como el amor, es un milagro. Y en palabra del poeta Heberto Padilla, en estos “tiempos difíciles” publicar un libro de poemas al margen de esta vida libresca que bulle ante un público adormecido e indiferente que se abandona al oropel de la literatura light es, ciertamente, otro milagro.

Celebremos, entonces, con Lunas de Plata y, por partida triple, la suerte inefable de estos milagros.




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