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portada-nombre-nigro.jpg Después del nombre
Mariella Nigro
Estuario Editora,
Montevideo, 2011.

Por Fanny del Río

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No. 42 / Septiembre 2011

 


La más célebre de las mujeres enamoradas pregunta:
¿Qué hay en un nombre? Lo que llamamos rosa
Expresado de otra forma tendría el mismo dulce aroma.

Con esta respuesta que se da a sí misma, Julieta procura convencerse de que el acto de nombrar no afecta aquello a lo que se nombra, como si al negar la importancia de nombrar pudiera esquivar el golpe, el despiadado manotazo del destino. Los versos de Julieta son expresión de su rebeldía adolescente.

Mariella Nigro, en cambio, con este libro lanza una suerte de declaración de guerra a esa actividad que le fue prematuramente arrebatada a las mujeres todas a través de la emblemática mujer primera: Eva.

Formó, pues, el SEÑOR Dios de la tierra toda bestia del campo, y toda ave de los cielos, y las trajo a Adán, para que viese cómo les había de llamar; y todo lo que Adán llamó al alma viviente, es ese su nombre.

Con aguerrida pena, desde la desafiante tarea de su escritura, Mariella Nigro elabora esa tremenda pérdida:

(Vuelo de duelo:
Doloroso el cielo de la página,
Ralo el ramaje del árbol del poema.)

Reclama para el género la tarea: pienso en Julieta, en Eva, en Diótima; para muestra, los epígrafes poblados de mujeres. Los hombres están en otro lado: en la dedicatoria a pie de página: Luis Bravo, Jorge Arbeleche, Carlos Vargas… siempre Agustín y Domingo.

Mas hay, como un épico telón de fondo, una tristeza como una lluvia persistente y tenaz; acaso la conciencia de que también esta es una batalla sin victoria:

atrapar el brillo en el lomo vocal
del pájaro, el fraseo en llamas
su línea de fuga hacia el papel del cielo.

Pero el acierto de este libro es que, en vez de rehuir la condena, por el contrario pone el dedo en la llaga. Después de todo, hay otras formas de saciar la “sed de la página en blanco”.

Con sus diversos poemas en el tiempo, Después del nombre asemeja una red de terminaciones nerviosas, como una hoja iluminada al trasluz que muestra su hermosa nervadura, sensible como la piel de un potro.

En su sutil arquitectura, la voz de la autora es terciopelo: “invisible filigrana la escritura”.

Y el tiempo de cada verso se abre a la belleza del vocabulario que Mariella Nigro emplea como un ramo de magnolias: “ojiva sagrada”, “raíz del viento”, “luna del hueso”, “pliegue del iris”, “Caracola, matriz, corsé, celestes aguas” y “fractales invisibles, pequeñas hadas”.

Hasta que la autora encuentra una hendija por donde dinamitar la sentencia bíblica: si no nombrar, la misión posible del género es entonces la transmisión de la lengua, que se enseña como excelencia y habilidad. La mano de Diótima es al mismo tiempo habilidad y excelencia, poiesis y techné:

Glosario de la vida te doy:
te hablo.

Fuera de eso, todo es orfandad: una “espesa telaraña de amargura”, un “sumergido mundo que no alcanzo”, donde “siempre es noche”. Anidan en la intemperie tan temida los “desamparados”

sin que el tiempo les tienda
una prolija hilacha,
el amparo de un nombre,
algún regio vestido de palabras.

La redención última es la continuidad: de la creación de un mundo, de la fecunda identidad.

Por eso hacia el final, la Fe de erratas; tabla de equivalencias que debe funcionar como un manual para la propia supervivencia: "Donde dice la muerte no existe solo separa el cristal del día debe decir tu propio hijo espera en la vigilia de otro tiempo".

Como una nervadura iluminada, escrita en filigrana de hilos de plata, Después del nombre deja tras de sí una estela luminosa que resplandece en la noche.

 



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