.....................................................................

portada-maleza.jpg Maleza
José Ángel Cilleruelo
Huacanamo,
Barcelona, 2010.

Por Andreu Navarra Ordoño

.....................................................................

No. 42 / Septiembre 2011

 

 

Quien se adentra en Maleza, libro que recoge la totalidad de la poesía escrita por Cilleruelo entre 1990 y 2010, se da cuenta de que algo ha cambiado si se tienen en mente los poemas de su ciclo anterior, los reunidos en el libro El Don Impuro (Málaga, Puerta del Mar, 1989). La variedad, la nocturnidad, cierta fiereza sensual y selvática, han dado paso a un discurso más intelectual, a un discurso más reflexivo que añade interés a la base sensorial de la que parte el autor.

Sin duda los escorzos y las visiones mutiladas que encontramos en los textos de 1995 sacuden al lector de un modo más eficaz que un haz de vectores sin puño. La poesía de Maleza se compone, en gran medida, de objetos rotos o romos que frecuentemente vienen acompañados de tiempos perdidos, huidos o imposibles: “instante/ decapitado” (p.12), “Tiempo de nadie”, “Capiteles segados”, “columnas cercenadas”, “Un tabique” que “ciega un arco”, “suelo agrietado” (p.13), un “tiempo abandonado o vacuo” (p.14), un “silencio atrapado entre la hiedra” (p.16), “luz menguada”, “exánimes lagartos” (p.24). Incomunicación, futilidad, imposibilidad de aprehender o de comunicar el deseo, ése el sentido de estos sonetos que Neruda llamaría “de madera”, porque huyen de la sonoridad artificial, buscando la justa contención de la estrofa clásica desgajada de todo empaque histórico.

Es de elogiar la habilidad con que el autor maneja la métrica, sin que nosotros notemos torsión alguna de las palabras y las frases. Sin duda, la mejor poesía es la que ha aprendido a prescindir de cualquier andamiaje externo.

El resultado de todo ello es una poesía que explora los momentos intermedios, los instantes de perplejidad, la conciencia de estar viviendo una vida gris, vacía, donde los actos tales como conducir u observar se tiñen de una relativa culpabilidad. Y ese descubrimiento es un llenar el vaso de relativa luz. La concavidad, el anonimato, la oquedad o la vacuidad, la ausencia, son los valores que pueblan esta poesía; son como personajes sobre un escenario gris y deshumanizado que es la urbe. Incluso las ciudades con una presencia más intensa en los textos de Cilleruelo, Lisboa y Florencia, son a veces campamentos de grisura y muerte donde la vida es inalcanzable porque se ha exiliado a rincones (quizá bares) que ya escapan a la vivencia del intelectual. La arquitectura macerada o destruida (o sencillamente abandonada), pero sobre todo olvidada, es, con frecuencia, el correlato de una individualidad moderadamente desgarrada. La culpa del intelectual, una culpa que no puede redimirse, es no estar viviendo la vida, sino estarla leyendo, pensando o escribiendo, desde fuera: “Toda la vida han de recordar/ el bar donde esta noche se desean,/ pues suya es la memoria y mío el silencio / efímero de quien se queda fuera”.

En definitiva, el poeta actual es un ser absurdo (suyo es el silencio), un tipo que sacrifica su vida para la nada: “alguien tendrá que hundir ojos y manos/ y erguir la torre esplendorosa. Tiempo/ de vigilia: escritura para nadie”. Y, de repente, comprendemos que las cosas rotas y los tiempos evadidos aparecen fusionados, y nos damos cuenta de que una cosa rota no es más que un tiempo encapsulado y ya, por desgracia, difunto: “Un abrevadero/ de piedra, roto, auspicia el abandono/ también de un tiempo abandonado y vacuo".

Me atrevería afirmar que los poemas más perfectos del libro son los que, por haber desalojado la variedad que atenaza al hombre que observa (y que a veces es un voyeur del deseo ajeno), se convierten en estampas casi juanramonianas. Los poemas que el autor designa como “ligeros” son de una indudable fuerza sugeridora:

Los setos blancos tras los setos verdes.
Seto negro, en la noche, seto oculto.
Figuras verticales, mi figura.
Setos contra la tierra, setos blancos.
Los ojos verticales entre manos.
Las manos de la tierra ante los ojos.
Las manos y las manos y los ojos.
Mi figura. Figuras verticales.
Contra la tierra setos que se mecen.
Con el sabor antiguo. Mi sabor.

Lo siento pero no he podido evitar transcribir este poema entero, el poema que siempre hubiera querido escribir. De algún modo quería asegurarme de que era leído. Un poema construido de ausencia y presencia a la vez. Presencia que se ausenta, mutilándose.




Leer poemas...



{moscomment}