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portada-arbol-esperanza.jpgÁrbol de la esperanza
Angélica Santa Olaya
Mi Cielo Ediciones,
México, 2011.    



 

Por Marianne Toussaint Ochoa

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No. 43 / Octubre 2011

 

Angélica Santa Olaya, como todo poeta, anda por el mundo urgida de palabras. Esta permanente búsqueda le da la certeza de una soledad. Apenas logra tejerse una frazada para el frío y ya hay que abandonarla; la urgencia por la palabra es más fuerte.

La incesante búsqueda de la palabra justa que llene y rebase el contenedor, la lleva a crear mundos particulares donde encuentra a la palabra convertida en metáforas y alegorías. Una escritura que roza con las tendencias impresionistas y expresionistas. Personifica lo abstracto, construye una zoología donde la duda: “…antena de mil bocas/ las dudas que asoman bajo la lupa/ con sus dientecillos de tiburón/ tendiéndole una trampa a la certeza…” Parte de lo concreto para hacer tangible lo abstracto, en todo caso, trasmitir la emoción es el objetivo principal.

Su poesía propone siempre un viaje abismado de ida y vuelta. Hay un constante regocijo por tejer palabras con sentidos opuestos que provocan desconcierto en el lector, invitándolo así a sumergirse en su propio imaginario poético, y a tender puentes invisibles entre los sentidos que, aparentemente, permanecían desconectados. Así, observamos cómo este recurso sostenido de crear alianzas entre lo irreconciliable provoca la paradoja, como el leitmotiv de su poesía. En la constante paradoja somete a juicio al mundo, a la vida, a la misma palabra.

Su visión del mundo nos habla de una poeta que apenas ha dicho poco de todo aquello que bulle por salir en sus versos. Lo que nos augura muchos poemarios más de esta escritora en búsqueda continua de sí misma. Enhorabuena a este libro donde la palabra es obsesión y recinto; desasosiego, pero también su templo y su reposo.

 



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