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portada-contracanto.jpgContracanto
Iván Cruz Osorio
Malpaís Ediciones,
México, 2010.


 

Por Daniel Téllez

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No. 43 / Octubre 2011

 

En Imagen de América Latina, José Lezama Lima, al referirse a lo latinoamericano en esta parte del mundo, anota: “Después de la muerte de Bolívar, Simón Rodríguez sigue sumergido en la dimensión incaica, sabe que la intuición de esa dimensión por Bolívar fue la raíz que hizo posible la independencia, sabe que la profundización de esa dimensión será el esclarecimiento del espacio americano”. Lezama recorre la historia de la cultura latinoamericana desde antes de la llegada de los españoles, y establece un paralelismo abierto y apasionado también, con la cultura del mundo moderno, donde ha de hallarse la imagen y el sentimiento americano en el que tantos hombres —del tamaño de dicha grandeza- han escrito y heredado su mayor nobleza sobre esta tierra americana en tantas páginas memorables.

En esa arista Contracanto, de Iván Cruz Osorio (Ciudad de México, 1980), mira hacia la enorme patria que le descubren las extensiones abiertas de sus hombres más grandes y, desde su estirpe latinoamericana que siente la historia y la sinfonía del proceder humano de su tiempo, arde en el fervor bolivariano, como tantos otros dueños de esa flama. Cruz Osorio halla en el bosque latinoamericano una fértil pluralidad de nombres que abren sus realidades hacia los cuatro puntos cardinales de esta América nuestra, que recolectan e impulsan un puñado de sueños, un puñado de ascensos desatados sobre la superficie abrasada a percibir, y a revelar la vida de otra manera: Andrés Bello, Simón Bolívar, Manuela Sáenz, Francisco de Miranda, Simón Rodríguez, José de San Martín, Servando Teresa de Mier, Antonio José de Sucre, Francisco Morazán y José Artigas.

El romanticismo decimonónico luchará por la independencia de las naciones mientras que el modernismo literario, de la mano de Martí, Santos Chocano, Gutiérrez Nájera y Díaz Mirón, americanizará nuestro verbo, desfigurando gradualmente la entelequia europea imperante. Esa es la síntesis de la expresión americana. Esa, la ruta que traza Contracanto, en bella edición rústica, nacida de visión de bibliófilo, con mapas cartográficos que trazan coordenadas para el lector, en tres estaciones: Banderas muertas, Viejo mundo y Cenizas, y con acompañamiento de tres bellos fragmentos, uno, el del pensador libertario Germán Arciniegas a manera de colofón, y dos más, a manera de epígrafe: de El Evangelio Americano (1864) del llamado ‘Apóstol de la Libertad’ Francisco Bilbao y Madre América del nombrado ‘Apóstol’, pensador, poeta y filósofo cubano, José Martí.

En Contracanto cada nombre es un rostro de América, cada uno asiste con su verdad al aire y con sus modos y formas para cada discurso emancipador de América. En el momento preciso, el poeta avisa mediante su Atalaya-mirador el portento de sus cantos desaparecidos en la tormenta del odio y el suelo desangrado. Canta el poeta: “Yo los vi desde estas alturas,/ y sólo ruego a los dioses/ el fin de mi triste faena/ o acaso la ceguera/ para mis ojos marchitos/ que ya no sueñan/ que ya no recuerdan el descanso”. Y en tal circunstancia, el canto se nos brinda en su presencia unificadora mediante los Coros y el poeta Corifeo, danza y canta y anima el vuelo en uno solo que representa el poderoso vuelo americano. Ifigenia, Agamenón, Malitzin, Hidalgo, Hades, Quetzalcóatl, Lautaro, Cuauhtémoc, Che Guevara, Villa, Sandino, Tupac Amaru, Mictlantecutli, Calcante, Noto, Atahualpa, Tajín, Eneas, son coordenadas del canto alto, de la presencia, pero son impulso y cuestionamiento a la vez, de las hondonadas y sombras de esos mismos hombres –Bolívar, Bello, San Martín, Simón Rodríguez, Artigas, Miranda, Sucre, Sáenz, Teresa de Mier- que baten su estirpe a través de varias estaciones en los tres apartados del libro.

Hay una voz, la del poeta Eurípilo, (poema así titulado en la tercera parte del libro), que es la palabra –como en la mitología griega- de varios personajes: la que retrata la América grandiosa y la América trágica. La hostilidad, la pesadumbre, el retroceder, movilizan a todos, el Yo (primera voz) de los poemas Andrés Bello, Simón Bolívar o Francisco de Miranda, es el nosotros (primera personal del plural) de José de San Martín, o el ustedes de Mictlantecutli; o el imperativo, en 2ª persona del Coro, o el desdoblamiento en Yo singular y Yo plural en Contracanto I, se alteran, se sustituyen, se fusionan; la interpelación a una “ella”, “una patria perdida” contribuye a delinear nuestra expresión latinoamericana.

Ya en Tiempo de Guernica (Praxis, 2005),  Iván Cruz Osorio, poseedor de una mirada impar en el espectro de la poesía mexicana reciente, nos presenta una visión histórica-apocalíptica del mundo que hemos construido; crónica de nuestra derrota después de la batalla. Su interés se centra en lo que sucede fuera, el mundo que advertimos y pulsamos: el rencor, el arrebato, la raza, la gloria, los desencuentros, la pasión, la sinrazón, la esperanza. Inmerso –el poeta- en un contexto social lleno de preocupaciones sociales, de luchas estudiantiles, agrícolas y campesinas, sus lecturas y anécdotas poéticas –afirma- “son muestra de reflexiones sobre el estado histórico-político-social del continente, del mundo, pero focalizado en la gloria, la decepción, la esperanza o derrota del hombre”. Ahora en Contracanto, Cruz Osorio apura la reconstrucción de la esperanza y certidumbre, allende la dignidad y la reflexión; remueve un diálogo indisoluble con la historia, y factura una plegaria para guardar la compostura ante el fulgor y la miseria que exhibe nuestro presente.

 



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