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portada-lobo.jpgMientras el lobo está
Eduardo Chirinos
Visor,
Madrid, 2010.

XII Premio de Poesía Generación del 27



 

Por Juan Carlos Abril

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No. 43 / Octubre 2011

 

Mientras el lobo está posee un poco de fábula y un mucho de buen libro de versos. Aunque remotamente tenga que ver con una canción infantil, la trama sintáctica y narrativa que lo recorre desde la primera hasta la última palabra, responde a una construcción adulta, altamente adulta, podríamos decir, en lo que esto significa como consagración de la madurez del autor.

Estructurado en tres ‘movimientos’ (si atendiéramos a que hay una canción infantil que lo motiva), que son Pabellones comidos por la niebla, La misteriosa costumbre del frío, y Su terca y vacilante redondez, cada uno de los títulos de estas partes viene extraído de un poemas. Así, el primer título está entresacado del último poema de esa misma parte, titulado, curiosamente ma non troppo (y lo explicaremos acto seguido); Mientras el lobo está (p. 25), el segundo pertenece a Un persistente silencio (p. 40); y el tercero, al primer poema de esa misma parte, Círculos cerrados (p. 47). Extirpados los títulos, por tanto, de los propios poemas que a su vez se hallan situados en lugares estratégicos en esas respectivas partes, y siendo el mismo título del libro homónimo de un poema (a la vez introducido por una canción infantil como cita al inicio del poemario), la estructura general no puede presentarse mejor dibujada, diseñada con fino lápiz o, mejor incluso, fino bisturí. La pulcritud formal de la poesía de Eduardo Chirinos es uno de sus baluartes, ciertamente, escrita bajo el impulso torrencial de una palabra que el poeta va conteniendo y dosificando, escanciando en lo que luego resulta en un poema. Cada una de las partes se compone de quince poemas, con lo que hay que hacer hincapié en esta visión de conjunto, y pasar de esa macroestructura de las formas a la microestructura del contenido. Pero antes de pasar al contenido habría que incidir en otro aspecto externo, esto es cómo se muestran las tiradas versales, las riadas de versos largos, por lo general, más bien versículos, en una única estrofa. El poema se escenifica en un espacio previamente pactado, la página en blanco, y ahí se revuelve y se resuelve. No nos confundamos, estas consecuencias visuales y textuales son resultado de una elaboración anterior, de una serie de valoraciones y elecciones. Eduardo Chirinos conoce sus recursos y los pone en funcionamiento, sacándole el máximo de partido posible:

Noche sin dormir

Si voltea al otro lado de la cama el otoño
adquiere actitudes de felino. Turbias las
hojas empiezan a caer y caer como garras.
Hay mordiscos entonces hay resecamiento,
árboles que se mecen con violencia. Y un
poco de tos. Amarillo es inevitable. Ciertos
rojos que avanzan, ciegos, hacia la madurez.
Si volteo me escuchará roncar. Manchas
dispersas de verdor. De pronto vacas en
un establo, bloques de hielo donde navegan
los osos. ¿Invierno? Verdor dije. (Estoy un
poco confundido). Al otro lado de la cama
el verano agobia. Nubes de insectos sobre
la tela metálica. Azul cobalto. Nadar en
el trópico es un lujo: sobrio el mar lanza
botellas, naves absurdas, severos códigos.
Mañana es frágil. Un cuadro al que le faltan
líneas y le sobra color. Te falta primavera.
Cuando ella amanece es primavera. (p. 53)



En realidad, tras la descripción de las horas de duermevela en las que se plasman algunas paranoias imaginísticas, como flashes o cruces de ideas que se mezclan y superponen, en una deriva a veces incontrolable en relación al estado del espesor del sueño —técnica surrealista—, lo que se halla es el propio poema, que va escribiéndose del mismo modo en que se va desvelando la noche. Con la luz llega el amor de la persona amada que se despierta, pero llega también el poema, el poema como realización de lo que hasta ese momento era mero balbuceo, simple elucubración azarosa, incontrolable en la oscuridad.

La tónica de Mientras el lobo está bien podría apreciarse en Noche sin dormir, en cuanto a su estructuración: una sola estrofa y una riada versal de ideas que van convergiendo, procedentes de muchos niveles distintos, hasta configurar el texto que se presenta como un todo, con una sola estrofa y una complicada geografía sintáctica. En ese recorrido narrativo, de muy personal prosodia, “[l]o que importa es el ritmo” (p. 52), ya que como hemos dicho antes, las composiciones se articulan en torno a versículos que se van devanando en un ovillo textual mucho más amplio, que aunque se escancie en poemas, pertenecen a una dicción y una forma de ver el mundo independientemente de este u otro libro, pero que —también es cierto— sólo se pueden desarrollar en la escritura. Los poemas disfrutan internamente de una decantación sintáctica, sintagmática y pausal única, lo que le da a todo el libro un matiz muy personal, ciertamente brillante. La unidad del poemario sobresale y contrasta en un equilibrio o ejercicio de variantes, en la riqueza de temas, en la diseminación de anécdotas, abriéndose aún más desde la introspección más emotiva o aséptica hasta la descripción de casos y cosas. La contaminación cultural es también destacable y reseñable: recuerdos peruanos, viajes emprendidos, contemplación de cuadros o sucesos vividos en la lejana Missoula, en el Estado de Montana, entre la vida doméstica o conyugal (Otro poema doméstico, p. 11) y las extrañas historias de unos personajes de una sociedad desestructurada (ver Un persistente silencio, p. 40) que van apareciendo, dejando notas de diversidad cromática y estilística, con diferentes estímulos y tradiciones.

La reflexión que Eduardo Chirinos aporta nos lleva hacia un mundo interior, musical y armónico, que atravesamos con sorpresa y escalofrío, como en Carrièra del Taur (p. 19), caminando por la ciudad francesa de Toulouse; Mientras el lobo está, donde efectuamos un travelling por algunas obsesiones y recuerdos del niño que fue el autor; A la mañana siguiente (p. 29), realizando una feliz y fugaz metáfora de la vida conyugal y generacional, de padres a hijos, y que podría tener una réplica interna en Una historia que contar (p. 35), ya que ahí se contempla también el asunto de las generaciones que se van sucediendo unas tras otras y, en fin, vida conyugal que luego se verá retratada de modo inverso en Las palabras del mundo (p. 33) y otros textos; sin olvidarnos del magnífico Ajuste de cuentas (p. 31), escrito contra sí mismo en primera persona, como si el yo fuera otro; o el estremecedor La salud de los poemas (p. 32), donde habla de los jóvenes que se autolesionan. Podríamos citar algunos poemas más de entre nuestros preferidos, pero baste esta muestra para dejar constancia de cuáles son las líneas que más nos han gustado.

Aún así, nos gustaría señalar, ya para concluir, que la poesía de Eduardo Chirinos, más allá de lo apuntado de la estructura, es decir de las formas y del contenido, se presenta unitariamente. Cualquier elemento señalado de la forma no tendría razón de ser si no poseyera su correspondencia en la parte del contenido, e igualmente a la inversa. La estructura es lo que da cohesión, entendiendo a ésta como un todo indisoluble, aunque para el análisis y la teoría —hipotéticamente fuera del tiempo— podamos construir compartimentos estancos. Pero sólo en la teoría.

 



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