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portada-temporada.jpgTemporada de invierno
Carolina Esses
Editorial Bajo la luna,
Buenos Aires, 2009.



 

Por Elba Serafini

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No. 43 / Octubre 2011

 

 

Con el paisaje de la Patagonia en la palma de la mano, comienza una travesía, un viaje; ese viaje remite a otro y a otro: pasado que se enzarza en el presente. La naturaleza propicia la dilatación del tiempo, y aparece la nieve como propósito o como excusa para continuar. Así nos introducimos en Temporada de invierno de Carolina Esses, libro que fue finalista en el concurso de poesía “Olga Orozco” (UNSAM 2008).

La montaña como un gigante puede perder su tamaño en un verso, dos transatlánticos adquieren dimensiones para nombrar silencios, así también los bisontes y los reptiles; es que la mirada hace surgir un imaginario, la quietud y la movilidad son opuestos que se superponen en tiempo y espacio “pasamos el domingo/ como dos transatlánticos abriéndose paso/ en la densidad de un banco de arena”, o “Ahora tu cuerpo es un punto entre las dunas/ ritmo constante de aparición y desaparición./ No deberías darle la espalda al mar./ La playa es el mismo océano que nos expulsa/ hecho arena.”

La voz poética parece querer semejarse en la naturaleza, la levedad del cuerpo es como una rama que cae, un quiebre, ¿qué podría suceder si la palabra no dicha sonara como un ruido fuerte y seco? “Quisiera caer una sola vez y con una sola palabra/ pero todo se prolonga mas allá de lo ordinario”. A la vez hay preguntas a diferentes interlocutores,  planteadas tal vez al lector, sin respuestas, pero son en sí mismas un consuelo “¿Mueren así los animales?/ ¿Engañados como nosotros en la quietud del paisaje?”

La distracción o las palabras, la naturaleza y lo que ella contiene, los pájaros, la nieve, son todas representaciones de la poesía; también lo son el vaivén del camino en donde se intercalan vivencias, un mismo cielo para dar cuenta de la indisciplina de lo temporal: “El tiempo es elástico/ opuesto a cualquier fotografía./ Aquí voy con mi padre por un campito seco/ donde antes hubo nieve/(…) Mi padre habla de distancias/ lo que hemos recorrido/ lo que todavía falta. Y caminamos/ fuera del tiempo./(…) camino con mi padre y me alejo / del orden natural como herencia, paisaje u origen./ Yo soy mi padre de frente/ al sendero/ a la ruta, a la calle./ Algo en mi letra nos acerca/ a esa nieve antigua/ donde pastan los ciervos.”

Caminar por el mallín, humedal del sur, sostener el equilibrio aún sabiendo que aferrarse no prolongará ningún final, ni evitará la novela cotidiana, el amor, la hermana, el porvenir y  “Escribir es un ejercicio del presente./ La tarde se desliza en la superficie/ y avanza o retrocede/ como un bloque de hielo, ya es pasado/ cuando levanto la vista”.

Tal como se puede inferir en la poesía de Yves Bonnefoy, poeta inspirador para Esses, recrear lo que se contempla, y el territorio de la memoria, a través del lenguaje, es un acto de aprendizaje y asimilación. Hacia el final del libro, la autora, tal vez desde la zona apacible del desenlace, reflexiona: “Hace poco atravesábamos un puente/ inestable y débil desafiando la tormenta,/ ahora el jardín se abre a la luz.”

Pensar en el invierno, transitándolo, anhelar un cielo azul o el vestido rojo del sueño, y experimentar la búsqueda sin fin de lo que se esfuma, es poder contar el reverso de la historia.

 

 



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