No. 43 / Octubre 2011


Cantare amantis est 

Mística y Poesía
Por María Auxiliadora Álvarez
 

mistica-san-agustin-de-cantorbery.jpg A pesar del pesar y el ensimismamiento de la era, en el sentido ontológico (tanto como en el cósmico) la predominancia de la luz es exactamente equivalente a la predominancia de la sombra, y su testimonio es un acto, estado o acontecimiento connotativo de la gracia. A la par de la angustia existencial, la necesidad de ver o esperar ver lo que hay más allá (de lo que ya se ve) también ha constituido una realidad humana atemporal: la mirada fija en la luz, no en la niebla, cósmica, George Steiner definió esta esperanza como “nostalgia del absoluto”; Andrés Sánchez Robayna la entendió como “espiritualidad poética”; Octavio Paz la relacionó con la recuperación del pasado; y Juan Liscano la adscribió a la necesidad de la pureza.

No por elusivo menos definitivo, el sendero de la gracia constituye el eje neurálgico de todos los mundos sagrados, contribuyendo tal vez al peso equilibrante de la balanza en la paradójica premisa que emitió Stefan Zweig antes de suicidarse: “el hombre maduro no va hacia la rebelión, va hacia la armonía”. La poesía, como “hambre de todo” al decir de Cintio Vitier, también apetece el sol de la mañana y el recinto de una paz comunicante e inefable.

Cautivando el hondo interés de Simone Weil y María Zambrano (recuérdese de ésta última su definición de “bienaventurados”), los benéficos sin flujos de la gracia han sido intensamente (d)escritos por poetas como Tagore, Rilke, Hölderlin, Novalis, George Herbert, Blake, T.S. Eliot, Brodsky, Juan Ramón Jiménez, José Ángel Valente, Alberto Blanco, José Watanabe, Magdalena Chocano, Chantal Maillard, Armando Rojas Guardia, Javier Sicilia, Diana Bellesi y muchos otros. El poeta no es pues solamente el doloroso del mundo, sino también su amoroso y su restaurador. Un artesano agraciado en suficiencia para dar (y esperar) lo mejor: “el amor no ha dejado de tener sus sirvientes, sus mantenedores. Son más que ningunos otros los poetas, rememorando un tanto la situación antigua, cuando sólo los poetas lo sostenían al margen de la ciudad y casi de la ley” (María Zambrano).

mistica-y-poesia-juglar.jpg En su exégesis propia, la historia de la poesía no ha sido otra cosa que la historia directa del otro. E incluso el especular emblema del yo es otro de Rimbaud tenga tal vez mucho que ver con esta dinámica intensificada del mirar, del pensar, del admirar, del compadecer (padecer en conjunto) y el amar. Una apertura ontológica con capacidad de proyectarse y de recibir proyección, a la que Hölderlin llamó “lo abierto”, Sófocles, “el corazón vacío”, y Heiddeger relacionó, con respecto a Hölderlin, con la alegre festividad de lo sagrado ingresando en una conciencia desesperada (que quiere decir “sin esperanza”) para sustituirla. A la inversa, este desplazamiento viene a empalmar con el “vuelco en sí fuera de sí” del acto amoroso y comunicante: “No es fácil amar mucho y no cantar; y cantar y no medir las palabras y los sonidos. Es propio del amor cantar”. San Agustín explica la sonora proyección en pocas palabras: Cantare amantis est.

 Al mismo centro convergen las más disímiles esferas humanas, estableciendo muy estrechas semejanzas entre sí. Las jarchas y cantigas del siglo IX rezuman tanta necesidad del amor como los Romanceros que les siguieron. El dolor por el mundo destruido se describe en la poesía de la postguerra del siglo XX con fuerza similar a los Cantos de angustia del México conquistado del siglo XVI. Una idea de restauraciónmistica-cantare-amantis-est.jpg (recuperación del sentido vital) que no buscó ni construyó un mundo imaginado (aunque Ficino y Bruno hayan definido la imaginación como una de las categorías más altas y preeminentes del ser, situándola entre la inteligencia y la sensibilidad), sino que se adscribió al ejercicio de su fuerza vital primigenia, como lo sintetizaron los poetas persas en el medioevo: “Mi corazón se ha hecho capaz de adoptar todas las formas” (Ibn Al-Arabi), un “corazón” capaz de transformar el mundo: “Sabed que son las olas del amor las que hacen girar las ruedas/ .... sin Amor, el mundo estaría inanimado” (Rûmi).





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