No. 43 / Octubre 2011

 
Poesía visual en movimiento

Poéticas visuales
Por María Andrea Giovine
 
 

El movimiento normalmente no es un elemento que se asocie con la literatura. Sin embargo, la poesía visual lo ha llevado a estos terrenos. Los poemas visuales en papel transformaron nuestra manera convencional de leer, es decir, de izquierda a derecha y de arriba a abajo, al dislocar el discurso en la página, generando una lectura multidireccional. El lector-espectador de un poema visual literalmente se mueve por el texto y lo transita de manera muy distinta a la poesía y literatura convencionales (verso a verso, línea a línea).

El poeta y pintor estadounidense e.e. cummings escribió poemas tradicionales (sus sonetos son muy conocidos, por ejemplo), pero también experimentó mucho con la tipografía, la disposición de las palabras en la página, el uso de las mayúsculas y la puntuación. En algunos de sus textos, la puntuación se emplea de manera totalmente inusual, en ocasiones, entre las letras de una misma palabra hay puntos, comas, guiones o paréntesis que pretenden conseguir efectos visuales y semánticos inusitados.

r-p-o-p-h-e-s-s-a-g-r (grasshopper) es un poema particularmente interesante porque, por un lado, muestra su especial uso de la tipografía y la puntuación y, por otro, incorpora un elemento inusitado y plenamente revolucionario: movimiento. Para que el lector pueda leer el poema, literalmente debe realizar saltos de lectura para ir uniendo las letras y lograr configurar el sentido de las palabras. Con los movimientos de lectura, el lector no sólo lee acerca de un saltamontes, sino que se convierte en uno.

 

r-p-o-p-h-e-s-s-a-g-r
by e. e. cummings

                             r-p-o-p-h-e-s-s-a-g-r
                      who
  a)s w(e loo)k
  upnowgath
                  PPEGORHRASS
                                        eringint(o-
  aThe):l
             eA
                 !p:
S                                                         a
                          (r
  rIvInG                         .gRrEaPsPhOs)
                                                         to
  rea(be)rran(com)gi(e)ngly
  ,grasshopper;

 

Las desviaciones lingüísticas que hay en los poemas de cummings en ocasiones son tan extremas que su lectura requiere poner en práctica ciertas estrategias a las que el lector de poesía tradicional no está acostumbrado. Así, la lectura de este poema exige una recomposición de los elementos del texto que parecen haberse dislocado por la página. En el caso de grasshopper, las mayúsculas y minúsculas (que acercan y alejan), los paréntesis (que separan), los signos de puntuación fuera de lugar (que dificultan la secuencia de la lectura), las inserciones de palabras dentro de otras (que superponen sentidos), incluso la posibilidad de realizar lecturas verticales (que suprimen la idea de una recepción lineal), dibujan en la mente del espectador la imagen de un animal rápido y escurridizo.

Sin embargo, el poema presenta elementos verbales que se complementan con los visuales. Dentro de la aparente confusión, por ejemplo, además de la palabra “grasshoper” escrita de cuatro maneras distintas, también se puede distinguir una alusión a “nosotros”, los observadores: “a)s w(e loo)k / up nowgath”, es decir, “as we look up now gathering into the leap as arriving to rearrangingly become grasshopper”. Somos nosotros, los lectores, quienes al buscar el sentido del poema juntamos las piezas que recomponen el sentido. Somos nosotros quienes saltamos por el texto, somos nosotros el saltamontes.

Con la llegada del poema visual, comenzó a hablarse de direccionalidad en la lectura. Dirección implica movimiento. Con los distintos usos del espacio, la alternancia de tipografía y la inclusión de imágenes y formas, tanto en un plano bidimiensional como tridimensional, los poemas visuales hicieron que el lector estableciera nuevas relaciones gestuales con el texto. Muchos poemas visuales, por ejemplo los caligramas, son composiciones complejas cuyo sentido se configura dependiendo de la dirección de lectura que elija seguir el lector-espectador. El hecho de que no se lean de manera tradicional, es decir, una palabra después de otra siguiendo un orden de izquierda a derecha y de arriba abajo, y que el lector pueda “saltar” de un elemento a otro y reconfigurar el texto de varias maneras posibles es en sí una reflexión sobre el movimiento de lectura. El lector de poemas visuales se mueve por el texto, lo transita, lo recorre.

El siguiente es un ejemplo de ello. En este poema no hay un inicio ni un final. El lector puede comenzar la lectura a partir de cualquiera de los elementos y luego puede decidir seguir leyendo en la dirección que desee. Por otro lado, la distribución tipográfica hace que el lector deba mover el poema para poder leerlo con mayor facilidad (sobre todo en el caso del texto escrito en espiral). La lectura no es lineal sino multidireccional y la mirada del lector salta de un elemento a otro, lo cual genera una relación de movimiento que no está presente en la lectura de textos no visuales.

visuales-1.jpg


visuales-2.jpg

Los poetas visuales también se han preocupado por reflexionar sobre el movimiento de manera explícita en sus poemas. El poema visual Péndulo de E. M. de Melo e Castro da cuenta de la necesidad que tiene la poesía visual de mostrar de manera explícita que las palabras pueden aproximarse a lo que representan de manera mucho menos vaga y abstracta que en la evocación semántica realizada por el receptor a partir de un significante. Aquí vemos cómo las letras de la palabra “péndulo” se acomodan en la página a partir de un eje fijo formado por la letra “p” y a partir del cual las demás letras se acomodan hacia el lado derecho, desprendiéndose del eje y constituyendo la impresión de movimiento, precisamente el movimiento del péndulo. En este ejemplo, la carga visual creada por la tipografía y la colocación de las letras nos acota a qué se refiere el poeta al utilizar la palabra “péndulo”. Así, escrita sin este orden visual, la palabra péndulo podría generar en el lector la imagen mental de cualquier péndulo en un reloj, solo, grande, pequeño, de algún material en específico, etc. Sin embargo, lo que tiene en mente el poeta es precisamente el movimiento asociado al péndulo y ésa es la idea que nos logra transmitir muy claramente en el texto a través de la incorporación del elemento visual, el cual, podría decirse, hace las funciones de los adjetivos y demás determinantes y nos acota del todo el sentido hacia el cual apunta el texto.

El poema concreto Pêndulo, del brasileño Melo e Castro, muestra las letras que conforman la palabra “pêndulo” en una distribución gráfica que alude precisamente a un movimiento pendular. Así, tanto la forma como el fondo de este poema remiten directamente al movimiento. Siguiendo la tónica autorreferencial presente en muchos poemas visuales, las letras que conforman el significante literalmente llevan a cabo la acción a la que éste se refiere en su significado. Melo e Castro logró cristalizar el movimiento pendular en su poema, sin embargo, por las características mismas del poema en papel, se trata de un movimiento fijo.

En los tres ejemplos antes citados, los autores intentaron ofrecer al lector una experiencia de movimiento (limitada por la bidimensionalidad del papel, pero efectivamente conseguida). El perfeccionamiento de la tecnología ha logrado cumplir los sueños de muchos poetas visuales. Las posibilidades que ofrecen la animación y la imagen en movimiento del video son ilimitadas.

Las propuestas contemporáneas de poesía visual que se realizan en soportes distintos al papel han radicalizado la incorporación de movimiento como un elemento que las caracteriza y define: la poesía en la piel, la videopoesía y la ciberpoesía son prueba de ello. Y nosotros somos testigos de una nueva faceta para la literatura, una literatura que se mueve, o bien, por la que uno se mueve de nuevas maneras, un cambio de paradigma en nuestra forma de relacionarnos con la palabra poética.

 

 

Créditos de las imágenes:
1. Colectivo Artefacto de Montevideo, Uruguay, Escrito, sin fecha.
2. Ernesto de Melo e Castro, Pêndulo, 1961.