Pasión y calvario de un poeta: Ezra Pound
Por Washington Benavides

ezra-pound.jpgEn un fragmento de algo como un Diario, en el verano del 65, Ferlinghetti nos describe a Pound en Espoleto:

“Un viejo impresionante, en una pose rara, flaco y peludo, aquilino a los ochenta, la cabeza ladeada curiosamente, perdido en permanente abstracción...”. Lo sigue (lo persigue) en el concierto de mediodía, y en el encuentro de la noche, en el palco de un teatro, donde leerían tres jóvenes poetas y Pound leería desde su palco. Allí estaba con su vieja amiga Miss Rudge, para salvar cualquier contratiempo y traducir el silencio casi inapelable del poeta. El tipo había escapado al fusilamiento de los partisanos, estuvo en una jaula a la intemperie en Pisa encerrado por sus compatriotas, y se salvó de la pena de muerte porque se le declaró loco. Tuvo a su favor un psiquiatra que se molestó en escribir instrucciones para un hombre en sus cabales condenado a vivir entre locos.
 

 

Pasión y calvario de un poeta: Ezra Pound
Por Washington Benavides
Sábado, 30 de abril de 2011, 10:06


“Ninguna casa es duradera
edificada sobre las ruinas de la de tu vecino.”
(Canto LXI)

 

ezra-pound.jpgEn un fragmento de algo como un Diario, en el verano del 65, Ferlinghetti nos describe a Pound en Espoleto:

“Un viejo impresionante, en una pose rara, flaco y peludo, aquilino a los ochenta, la cabeza ladeada curiosamente, perdido en permanente abstracción...”. Lo sigue (lo persigue) en el concierto de mediodía, y en el encuentro de la noche, en el palco de un teatro, donde leerían tres jóvenes poetas y Pound leería desde su palco. Allí estaba con su vieja amiga Miss Rudge, para salvar cualquier contratiempo y traducir el silencio casi inapelable del poeta. El tipo había escapado al fusilamiento de los partisanos, estuvo en una jaula a la intemperie en Pisa encerrado por sus compatriotas, y se salvó de la pena de muerte porque se le declaró loco. Tuvo a su favor un psiquiatra que se molestó en escribir instrucciones para un hombre en sus cabales condenado a vivir entre locos.

Entre una y otra penuria
Se le volaron trece años.

Y era el mismo tipo que en Londres por el 18, escribía a distintas revistas (la mayoría de su patria) cosas como éstas:”Publique a Eliot en vez de mis trabajos”. Y dos años antes, en similares circunstancias, explicó: ”Acabo de escribir al editor Equis que si no tiene bastante dinero para publicar mi libro y el de Joyce, publique el de Joyce y deje el mío para más adelante”.

Vivía en un departamento triangular (como aquel de Raskolnikov) y allí cocinaba para él o sus asiduos comensales.

Boxeaba con Hemingway, leía jóvenes desconocidos, les prestaba dinero (irrecuperable) y se mataba porque reconocieran a Joyce, a Ford Madox Ford, a William Carlos Williams, a T.S. Eliot. Transformó el estilo del gran poeta irlandés (Premio Nobel) William Butler Yeats, luchó por el reconocimiento del escultor Henri Gaudier-Brzeska (muerto en la primera guerra mundial, en plena juventud). Ya boqueando recomendaba que se leyese a Jules Laforgue y se apreciara su profundidad. Cuando joven y en Londres o París, acaudillaba vanguardias (el vorticismo o el Imaginismo), vestía modestamente gastadas pero limpias ropas, con su cabeza de cobre ensortijado, hablando y discutiendo con su acento de Idaho, traduciendo y retraduciendo de Fenollosa la poesía china o japonesa y soltando ideogramas en Occidente, que para él valían como síntesis, o sea el “dichten: condensare”, fundamental de su poesía. Y ya en el manicomio de St. Elizabeth traduce a Sófocles, las Analectas de Confucio, una antología de las Odas seleccionadas por Confucio, y continuó su Serie de Cantares (así llamados por él) de la Sección Rock-Drill y de los Thrones 96 al 109 de los Cantares. Antes había parafraseado o traducido a su manera poetas provenzales o del “dolce stil nuovo”, a Propercio, y había escrito ensayos sobre la poesía de los Cantares de gesta y Lope de Vega.

Valorando a Perez Galdós y recomendando a los jóvenes que leyeran la buena prosa de Galdós o Flaubert como ejercicio poético. Peleando desesperado y solo contra la Usura. Pagando duramente esa perdida pelea. El viejo grande parecía con algo más de un pie en el otro mundo, cuando lo describe (llorando) Lawrence Ferlinghetti en el 65.

Haciendo guantes con Ernst, corrigiendo La tierra baldía de T.S. Eliot, animando a muchachas escritoras como Iris Barry, que sufría por un desamor; vociferando desde un micrófono en Roma por lo que él consideraba la defensa de la Constitución de su país. Y casi puesto el pie en el estribo confesó que quería que se le recordase como “un satírico menor que había contribuido algo al refinamiento del idioma”.

Una pausa. Un profundo respiro (suspiro) para retomar el oxígeno aún no polucionado de Montevideo, negándome a soltar una lágrima por él. Abro
De nuevo, Los Cantos: “No
Hay
Guerras
Justas”
(Canto LXXVIII)

 


 

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