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portada-memoria-errante.jpg Memoria errante
Cristina Falcón
Editorial Candaya,
Barcelona, 2009.




 

Por Pedro Cerrillo

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No. 43 / Octubre 2011

 

 

 

La poesía, la lírica, es el género literario en el que el lector no sólo tiene que desentrañar el significado de las palabras, sino intentar “leer” también los silencios y las pausas, a fin de cuentas el ritmo con el que las palabras han sido dichas por el poeta, y la manera en que lo ha logrado.

Si la poesía puede ayudarnos a entender, más que cualquier otro género, algunas dualidades en la que se fundamenta la naturaleza y la vida de las personas, Memoria errante de Cristina Falcón sólo podía ser poesía. Aunque Memoria errante es un poemario en el que el tiempo, el desarraigo y la memoria ocupan los espacios más relevantes, es también un libro en el que están presentes dualidades muy evidentes: la ida y la vuelta, el pasado y el presente, la calma y la deriva, la soledad y el reencuentro, la extrañeza y el reconocimiento.

La identidad de uno con un espacio concreto, quizá también con un tiempo, queda intocada cuando se emprende un viaje de ida y vuelta, pero cuando el viaje es de ida, y de ida, y una vez más de ida, la identidad se altera irremediablemente y puede convertirse en errante, en peregrina que anda siempre por tierras extrañas. Esa identidad dependiente se esfuma, y aparece el desarraigo por desconocimiento del yo en esa realidad que le toca vivir, un poco al estilo que definió Dámaso Alonso hace más de sesenta años, aunque las causas del desconocimiento sean diferentes: es el desarraigo que resulta al dar respuesta a la pregunta ¿por qué yo aquí en este momento?

La extrañeza en el nuevo espacio –quizá también la extrañeza de las emociones–, la ausencia de respuesta, o la memoria inmaculada, pueden provocar en quien las siente dolor y angustia, más allá de la duda razonable y mucho más allá, llegado un momento, de la esperanza controlada.

Cristina Falcón ha estructurado los 52 poemas de su libro en 5 partes, dotadas todas ellas de gran sentido: Hubo que irse, Deriva, Regresos, Fronteras y Destinos.

El primer apartado, Hubo que irse, es la partida inicial, la primera ida, pero es ya también el primer desgarro, que intenta olvidar la memoria ­–aunque con la voz baja, porque la primera persona que habla pondrá resistencia–. Los versos finales de esta parte son estremecedores, al tiempo que la mejor señal para corroborar el sentimiento de la “necesidad”, casi la obligatoriedad, de la partida:

De nada sirve la calma
si no hay sosiego.
De nada el paraíso
si es sólo tránsito
.

En el segundo apartado, pese a la Deriva que se anuncia, quien habla tiene los pies en el suelo:

La inocencia se fue quedando
sin razones
sin abrigo
cuando empezó a estremecernos
la certidumbre
de que nada coincidía
con lo imaginado.


Pero la memoria del pasado es el asidero que queda para agarrarse: la infancia añorada, un libro o un abrazo como soportes del alejamiento, la tristeza o el miedo. Pero con un estar a la deriva permanente.

En el tercer y el cuarto apartados, Regresos y Fronteras, la autora se detiene en los momentos efímeros de los reencuentros, intensamente esperados, pero que “no se dejan tocar”, que “pasan como aire”, que delatan al “trasterrado” cuando no es reconocido por los niños de su calle, porque ahora ya es un extraño. Y porque:

 

Nada queda de lo que fuimos.
Somos un regreso pendiente en todas partes
.

 

Por último, en el quinto apartado, el titulado Destinos, la voz que nos habla admite que:

 

Fuimos otros
no fuimos lo esperado.

 

Y asume que:

 

El regreso se aleja
como una tabla de náufrago.

 

La autora ha construido poemas breves, de acompasados versos libres, con predominio de los versos cortos frente a los largos, creando un ritmo que ayuda, y mucho, a que el lector pueda identificarse con una expresión tan personal, a veces tan desnuda que llega a chocar, conmoviendo al lector, sin poderlo dejar ni indiferente ni imparcial. Son, en general, versos limpios, con las pausas intuidas: sólo las más largas se nos anuncian sin dudas. Son versos cargados de franqueza y de sentimiento.  

La experiencia acumulada y la peripecia vital de la autora, que ha vivido, desde su salida de Venezuela hace ya más de veinte años, en Bolonia, Granada, Ibiza y ahora en Cuenca, son la base argumental sobre la que construye su poemario. Un continuo viaje, una memoria errante que el lector descubre en su dolor, en la dificultad del regreso y, en gran medida, en el recuerdo continuo del pasado, sobre todo cuando la protagonista nos ofrece, como bien ha dicho José Antonio Silva “el doloroso descubrimiento de ser una extraña en todas partes”. Son sentimientos que no podemos discutir, pero ante los que un lector atento sí se sentirá conmovido.

La edición que ha preparado Candaya es, además, excelente, desde la elección del papel al diseño de la cubierta o a la maqueta interior.

 



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