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portada-tiento.jpg Tiento
Rocío Cerón
Universidad Autónoma
de Nuevo León,
México, 2010.



 

Por Gaspar Orozco

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No. 43 / Octubre 2011

 

 

 
  • La palabra Clan marca el inicio del viaje. Del tañido de esa palabra, bronce y vidrio, de esa nota ininterrumpida que se prolonga mucho tiempo después de alcanzar la última palabra del libro, se desprende el poema entero. En esa semilla está vivo el árbol completo.

 

  • ¿Retorno al país natal? Si, pero en Tiento las latitudes de ése país no son otras sino la sangre memoriada.

 

  • La poeta coloca una gota de su sangre en el vidrio de un microscopio y enfoca. Transcribe con fidelidad la visión que de ahí brota- las nieblas y los mares, el escarabajo y los tigres, las casas y los barcos, las ausencias y las presencias, el padre y, sobre todo, la madre. La poesía como instrumento de la memoria, como espejo retrovisor de la sangre.

 

  • Tiento es un intento de cerrar el trazo del círculo, de, como apunta el esclarecedor epígrafe de Clarice Lispector con que abre el libro, concluir la herencia y el peso de carne y alma inacabadas de aquellos que nos antecedieron. Pero, ¿acaso hay algo acabado? La poeta, tal vez sin saberlo, encadena su errancia al exilio mismo del que hace la crónica. Continuación de la herida que queda abierta.

 

  • En algún momento, T.E. Lawrence definió al desierto como “casa de hielo espiritual”. En este libro el desierto –Atacama, Sonora- se invoca como página en blanco para que el exiliado vuelva a escribir su historia. “América es un desierto sonoro”escribe Cerón con algo de naufragio. Y ese desierto nos despoja de todo elemento superfluo, todo brillo no esencial: “Ante el desierto sólo queda ver”. Ver: vivir. Otra vez. Por lo menos esa es la esperanza.

 

  • Fotografía dentro de la fotografía –memoria dentro de la memoria. Las fotos -entretejidas en el poema- nos cuentan otra y la misma historia. Y es que ese ojo, suave y afilado, sabe de exilios, sabe de separaciones. Valentina Siniego ha sabido encontrar la luz dentro de la sombra fugaz del errante, de los miembros de la “tribu profética de ardientes pupilas”. Y por eso, en este libro la luz escribe el mismo poema que la letra.

 

  • En el corazón de la niebla los pensamientos deben hacerse más precisos. Ahí radica la responsabilidad del poeta.

 

  • Alguna vez oí a Hugo Hiriart referir que el cello era el instrumento de registro más cercano a la voz humana. Las piezas de Enrico Chapela –como las de un joven Ligeti-  parecen comprobarlo. Por ahí escapa, regresa y continúa la energía del poema. Voz, voces atrapadas en una botella, señas intermitentes de luciérnagas que unen su destello y su sombra a la luz continua del tiempo. 

 

  • Somos los nombres que nos anteceden. En nosotros están todas las partidas y todos los encuentros de aquellos que vinieron antes de nosotros. Y así, de esta misma manera, en el oído de nuestros muertos fluía ya nuestro silencio, en sus ojos ardía ya nuestra luz. Estaba escrito, pues, que la poeta reuniera estas palabras que son, entre tantas otras cosas, un acto de reconocimiento. 
 

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