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portada-oficio-poeta-miguel-hernandez.jpg El oficio de poeta. Miguel Hernández
Eutimio Martín
Aguilar,
Madrid, 2010.

Por Juan Carlos Abril
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No. 44 / Noviembre 2011

 

 

Los centenarios se han convertido en eventos decisivos, poseen una enorme repercusión a la hora de difundir una obra o un autor, y han adquirido una trascendencia muy relevante, ya que a través del sentido mercantil inmanente que conlleva, y que conlleva todo hoy día, no pasan desapercibidos. Pero tristemente se salta de un centenario a otro cada año y las conmemoraciones nos van absorbiendo en una suerte de vorágine. No es una cuestión de modas, ya que no se puede elegir cuándo nació o murió alguien, se publicó un libro, etcétera, sino que las modas se suben al oportunismo de las ventas, y esto es lo que parece que desvirtúa un poco todo. En cualquier caso, y hay que decirlo vivamente, adelante con todas las efemérides como las de Miguel Hernández del año pasado, 2010, aun a riesgo de que en este 2011 parezca que se cae en el olvido.

De las diferentes biografías que se han ido escribiendo sobre el poeta de Orihuela, sin duda que esta de Eutimio Martín es la que más ha llamado la atención y más revuelo ha creado. Es la que más se ha vendido y, suponemos, leído, pues ya se sabe que muchas veces no son sinónimos aunque, tratándose de una biografía especializada, esperamos que así sea. Más aplaudida que criticada, y no olvidemos también esto último, Eutimio Martín es un reconocido investigador que ha estado más de veinte años pergeñando esta meticulosa y amena biografía. Porque ante todo destaca lo bien escrita que está, que se lee, y la claridad expositiva de los datos, los lugares adónde se llega o se nos quiere llevar, las conclusiones y opiniones sobre los temas controvertidos que rodearon al oriolano. Se agradece que Eutimio Martín no tenga pelos en la lengua para criticar a Juan Cano Ballesta, por su condescendencia hacia Luis Almarcha, o a la misma Josefina Manresa, en diferentes ocasiones, como cuando le dice que sentía celos de su cuñada, se quejaba de que tenía que recorrer a pie dos kilómetros  para ahorrarse el dinero del autobús, lamentándose también de su pobreza, y demostrando que no le faltaba ayuda pues poseía cierta regularidad de ingresos de amigos, Vicente Aleixandre, Germán Vergara, y otros; o cuando ya estaba Miguel Hernández en la cárcel, en sus cartas ella sólo le contaba penurias, para que el poeta se preocupara aún más y se quemase anímicamente.

Independientemente de que haya gustado más o menos a ciertos sectores de la crítica especializada, que en realidad no discuten el fondo sino más bien las formas, esta biografía ha servido para acercar al gran público una mirada distinta de Miguel Hernández, mostrando materiales contrastados. Viene a mostrarnos a un poeta desmitificado y consciente del papel que estaba interpretando a la hora de hacerse un hueco en la pléyade de poetas del momento en Madrid que, recordemos, era sin duda la mejor camarilla de Europa no sólo por lo que dijera García Lorca, sino por lo que también confirmara Montale, en los mismos términos. En ese sentido, Miguel Hernández supo exprimir su rol de poeta pastor, al margen de su evolución ideológica que, como se sabe, es un proceso distinto en cada persona y no se presenta como un proceso mecánico. Eutimio Martín destaca esa conciencia de Hernández sobre quién era, qué representaba y cómo supo sacarle jugo a ese rol de pobre que, aunque no pertenecía al lumpen, por mucho que las cabras fueran suyas, tampoco se le puede quitar. Por más que le queramos quitar el estigma de pobre y que pensemos que por debajo de él los había más pobres aún, la clase social a la que pertenecía el oriolano no era boyante, y no se podía comparar con los poetas del 27, que eran hijos de la burguesía. Su padre, intolerante y cerril, poseía ínfulas de cacique pero no dejaban de ser eso, ínfulas, una manera de estar en el mundo y en una sociedad. Cualquier foto y semblanza de un hombre como el padre de Miguel Hernández de la época, dueño de cabras, nos presentaría a un personaje enmarcado en el patriarcado más abusador, en la incultura, en el autoritarismo… Eutimio Martín quiere destacar todo esto, dándole relevancia al cierto nivel adquisitivo de la familia, al contrario de lo que siempre se ha venido exponiendo, lo cual, como decimos, debe ser contextualizado… Sucederá igual con la evolución y deriva ideológica de Miguel Hernández, que le espoleará a no retractarse como poeta, tanto antes de la guerra, cuando había comenzado su cambio, pero sobre todo durante ésta, cuando toma partido definitivo por el pueblo y la revolución. Esta dialéctica contradictoria, desde su formación católica tradicional y contrarreformista, hasta el comunismo más radical y anticlerical, le puso “entre la cruz y la pared” a la hora de no dar marcha atrás cuando podía haber abjurado de todo lo hecho y escrito en sus últimos años, para salvarse, al menos estratégicamente, y después, haber huido... Cualquiera en esa situación lo habría hecho, y no habría esperado ningún juicio externo que lo sancionara, simplemente, lo habría hecho para salvar el pellejo. Y hubiera podido salvarse pero su mala conciencia, que echaría por tierra todo, y en lo que creía firmemente, --porque era lo que le había situado como poeta frente al mundo- no le permitió dar marcha atrás, ni siquiera de un modo estratégico. Fue consecuente con su vida de poeta, que tanto trabajo le había costado forjarse, y lo pagó caro, al más alto precio que se puede pagar, con la vida. Pero eso es una decisión que, compartamos o no, fue tomada por la sola persona a la que le correspondía.

Es difícil juzgar desde fuera, pero habríamos preferido que Miguel Hernández actuara de otra manera al final de la guerra y que hubiera sobrevivido; vivido. Que hubiera hecho lo que fuera por seguir adelante, y luego huir, aunque es cierto que muchas personas no lo habrían hecho. Nosotros sí, y es una opinión y opción personal, claro.

A Miguel Hernández muchas veces se le ha tildado de ingenuo pero se ha olvidado por qué. Es muy posible que tenga más que ver con esos movimientos extraños que realizó desde abril del 39 hasta noviembre, cuando tuvo dos posibilidades claras de refugiarse en la Embajada chilena; incluso barajó otras alternativas de exilio, tal y como hicieron otros. Extrañamente se empeñó en ir a su pueblo dos veces, sin darle importancia a lo que le podría pasar a alguien que había ocupado puestos significativos en el ejército republicano, que había tomado partido claramente, escrito libelos insultando a Franco, y así, un largo repertorio de compromisos con la causa leal que le podían costar la condena a muerte indubitablemente. ¿No era consciente de eso Miguel? Sin embargo, pensó que como “no había matado ni delatado a nadie” no le harían nada, que los escritores van con su arte por encima de cualquier circunstancia política. Y aunque se había visto que no fue así con García Lorca, Miguel se empeñó en no ver la realidad. Fue en su pueblo donde lo apresaron el 29 de septiembre de 1939 y de allí lo llevaron a Madrid, para no recobrar nunca más la libertad. Pero antes de eso nos gustaría recalcar que tuvo dos oportunidades de oro: la primera justo al acabar la guerra, prefiriendo ir a ver a su familia para huir después sin rumbo hacia Portugal por Huelva, cuando fue detenido el 4 de mayo de 1939. La segunda, cuando lo soltaron inopinadamente, por error, el 15 de septiembre del mismo año. Entonces también pudo huir, pero no quiso: en cambio fue a ver a su familia durante dos semanas, primero a Cox, donde estaba Josefina con el niño, y luego a Orihuela a visitar a la familia Sijé, el día 29 de septiembre. Allí en la plaza de su pueblo le volvieron a apresar, allí precisamente le conocían y le tenían en gana. Luego, ya en la cárcel, insistimos, pudo colaborar con el régimen publicando en la prensa, no a favor del Caudillo ni del Régimen, sino simplemente con algún poema o colaboración lírica. José María de Cossío, que siempre había sido su gran valedor, quiso que transigiera, pero Hernández se negó rotundamente, ya que eso significaba echar por tierra su dignidad como poeta y ser humano. Incluso se enfadó con él porque le ofreciera ese rebajamiento de su dignidad. Es cierto que rebajarse es inaceptable, pero mucho más inaceptable es la muerte. Y si hubiera cedido, sin embargo, adoptando una actitud menos orgullosa o vanidosa de sí mismo, habría salvado la piel, consiguiendo que lo llevaran a un sanatorio para curarse, y algún trato de favor carcelario, hasta que lo liberaran. Después habría podido escapar en alguna ocasión. Quizá Miguel esperaba resistir más, seguro que no esperaba morir tan pronto, pero la verdad es que las condiciones de insalubridad de aquellas cárceles no daban demasiadas opciones. ¿Qué más se puede decir? El destino nos deparó una obra inigualable, popularmente conocida y ampliamente difundida, y una herida en nuestra conciencia por la muerte prematura de este poeta. Miguel Hernández entró en el Parnaso literario por la puerta grande, añadiéndole a su obra una muerte de mártir por las causas justas y nobles. Eutimio Martín ha escrito una excelente biografía que anima a leer la obra de Hernández, siguiendo palmo a palmo su vida, una biografía desde la admiración y la desmitificación, que tanta falta hacía para realzar más aún la obra del oriolano.
 



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