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portada-arcadia.jpg Arcadia
María Baranda
Universidad Juárez Autónoma de Tabasco / Ediciones Monte Carmelo,
Tabasco, 2009.

Por Eva Castañeda Barrera
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No. 44 / Noviembre 2011

 
El cuerpo es una forma de escritura que da nombre a los que nos rodea. A partir de esta reflexión María Baranda traza un entramado poético que atraviesa por distintos lugares y momentos del mundo. El poema inicia con un verso definitorio: “yo era tierra”. Esta afirmación permite a la autora atraer a su centro todo lo que puede ser nombrado: “yo era calle, polvo, casa.” El cuerpo es el receptáculo, de él parte una reflexión sobre el mundo y sobre la escritura. El libro sigue una trayectoria aparentemente lineal, Arcadia es un poema extenso formado por estrofas que conforman una unidad autónoma y que en sí mismas entrañan una porción del mundo que busca representar. Abren lo grande que es el cuerpo para decantarse y llegar a lo minúsculo que es lo aparentemente nimio; sin embargo el periplo no está exento de hallazgos: “un vivir en los ojos que anuncia su mar, su río/ de ciudad interior, lineal y tejida en lo adentro y en la astucia/ de ser, de estar en un zócalo de palabras hambrientas.” Todo es susceptible de ser poetizado y a partir de esta inclusión se construye un mundo diverso.

Uno de los aciertos semánticos del libro reside en el giro que hace la autora sobre el tópico citadino; para una parte de la tradición poética mexicana, la ciudad nos contiene, nosotros la habitamos. Pero para María Baranda el cuerpo es una ciudad que desborda ciudades. La urbe es un espacio de dicotomías: apariciones y desapariciones que dejan en claro que la ciudad es un ente vivo y cambiante. La poeta hace una reflexión sobre los espacios geográficos que habitamos en el pasado y que, producto de las transformaciones, han cambiado, cuando no, desaparecido. En contraposición, también están aquellos lugares que resistieron el paso del tiempo y a los que siempre podemos regresar. La poeta acude a sus recuerdos y dice: “Todo el mundo en la esquina de Insurgentes y Revolución, a miles de años en miles de vidas,/ de momentos sutiles e íntimos, de tiempo guardado en las venas,/ en las venas donde fluye la luz/ como la esencia verbal de las cosas.”

Si el cuerpo es una ciudad que desborda ciudades ¿mediante qué estrategia nombra la poeta a los objetos que forman parte de lo citadino? La duda se resuelve mediante campos semánticos que van conformando micro universos; el lugar de las cosas es dictado por una voluntad que nace de lo poético, esto lo confirma cuando dice: “Nombro lo que no alcanzo,/ lo que tuve de mí en mi áspera piel.” Los recuerdos viven en el cuerpo y con ellos la voz lírica construye una ciudad habitada por un perro que ladra junto al cangrejo, un insecto aplastado en el vidrio y: “Todo el mundo detenido en la esquina de mis trece años,/ de mi nuevo mundo escrito por mi piel.” Cada verso es una confirmación continua de que la ciudad es un trazo al que, de forma permanente, añadimos algo propio. Arcadia es un ejercicio en el que la voz lírica apela a la memoria, pero sobre todo, al cuerpo como eco del tiempo.

En términos formales, Arcadia se construye en buena medida, mediante enumeraciones y repeticiones: “Yo era el padre y el hijo, y la madre y el tiempo, el lodo y la sombra y su largo camino de madres.” Aunque también prima una especie de narratividad que cobra sentido en tanto que explica la necesidad por parte de la voz lírica, de contar una historia desgranando el pasado y el presente; lo imperioso que resulta nombrar la construcción de una ciudad a partir de la memoria y lo corpóreo.

El cierre de Arcadia igual que los versos iniciales, es exacto: “Soy texto y muero en las orejas del silencio/ entre las uñas de un renglón apócrifo,/ un renglón insólito, un vaso para beber el tiempo…” La voz poética se asume como texto, lo cual resulta determinante para entender las implicaciones vitales, pues intrínseca a esta afirmación está la posibilidad de nombrarlo todo e igual que como andamos una misma calle muchas veces, esa voz regresa una y otra vez para escribir: “volver. Volver a decirlo todo./ volver a escribir desde la grieta. Volver a tras multiplicándome, extendiéndome por calles y bulevares”. Una reflexión sui generis sobre la escritura, el cuerpo, los recuerdos y la ciudad es entre otras cosas, lo representa Arcadia.



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