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portada-paisaje-con-reflejo.jpg Paisaje con reflejo
Rafael Mammos
Paralelo Sur,
Barcelona, 2011.

Por Andreu Navarra Ordoño
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No. 44 / Noviembre 2011

 
Nueve años después de que apareciera su anterior libro (Indocilia, Barcelona, Erizo) por fin Rafael Mammos se decide a entregarnos este libro relativamente extenso (80 poemas, 104 hojas), una obra que ha tardado mucho tiempo en formarse y fructificar a base de ir sedimentando.

Respecto a sus poemas anteriores (algo de ello puede leerse en una antología elaborada por la editorial DVD y que puede verse en su web) es de notar que el autor ha depurado sin piedad su discurso y ha limado cualquier tipo de estridencia que pudiera empañar la absoluta transparencia de su poesía. Lo que escribe Mammos tiene mucho que ver con esos fragmentos líricos griegos encontrados en papiros hechos polvo: poesía misteriosa, tipo Alcmán, sin contexto, para paladearla como un vino antiguo e inactual.

No nos engañemos: Mammos es un poeta radicalmente intelectual (“lo que tomas de la luz, al minuto / lo pierdes en la luz”). Y además es un poeta de verdad, quiero decir vitalmente. Lo suyo no pertenece a la esfera de lo público, no escribe para tener más amigos ni para que éstos lo amen más (lo cual no quiere decir que esto no ocurra luego, los que somos sus amigos le queremos mucho, lo que quiero decir es que éste sería un efecto no buscado). Escribe medio en secreto, como un órgano segrega sus líquidos, calladamente, declinando todo tipo de poses. No es hombre a quien le guste figurar, recitar, empujar, dar la nota. Su primer poemario fue publicado con el pseudónimo “Cadmo”. Yo casi le pego cuando lo vi. Por suerte este libro lo firma con su nombre. Menos mal. ¡Ya es un paso! Aunque él no ha querido incluir su foto en la solapa. En fin, Rafa es así.

Rafael Mammos es esa clase de producto mediterráneo hasta la médula, que cada vez abunda menos en nuestras ciudades, que no sabemos demasiado bien lo que son. El tipo de líquido que destilan sus versos es, indudablemente, el agua salada del antiguo mundo griego. Sólo hace falta citar algunos de los títulos de los poemas para darnos cuenta de este predominio: Ágora, Cumas, Homero, Seferis, Tebaida, Atlas, Acteon, Patroclo, Mitología…

Ahora bien, esta predilección casi hasta racial por lo griego no es, ni mucho menos, exclusiva. Rilke, los poetas norteamericanos, campan libremente por aquí también. Y, naturalmente, magníficos poemas que no remiten a ningún autor, poemas no librescos, de una intimidad rotunda: “una pesadilla atravesándote el cráneo/ que te recordará el origen/ donde las esquinas te buscan/ como guillotinas, y el agua/ oscura del puerto ya tiembla/ pensando en cuanto te agarre,/ crispada, hecha de una historia/ que aquí no puedes explicar”. Poesía propia de un buscador infatigable, de un husmeador escéptico, un monje de la duda, encastillado en una independencia cerebral e inconformista. Una extraña intimidad maridada con un extraño perfeccionismo.

Nacido en Mallorca de padres griegos, ¿cabía esperar otra cosa? Pero es que su vivencia del Mediterráneo es algo consustancial a su ser. Licenciado en Filología Clásica, residente en Barcelona, aunque ha pululado algún tiempo por Estados Unidos, autor de una adaptación de La Odisea. Nada de poesía con tejanos o “para la gente normal” (esto de la poesía “para la gente normal” siempre me ha dado algo de repelús: ¿quiénes son los “normales”? ¿Son los poetas Superhombres o Superegos paternales, falsos progres que rebajan al lector hasta convertirlo en un ser “normal”?). Dios, huyamos de la normalidad. Huyamos de encasillar. No más normalidad. ¿Es que alguien va a negar que los compradores de libros de poesía no son más que los poetas? Si hubiera un censo de poetas (que haberlos los hay), sería exactamente igual al censo de los compradores de libros de poesía. Los que la escriben son los que la compran. Los que la disfrutan son los que piensan en verbal. Y cuando comprar un libro de poemas sea como comprar un par de calcetines, ya podremos ir dimitiendo de la verdadera vida. Aunque, bien es verdad también, que la compra de unos calcetines puede convertirse también en magnífica poesía.

El problema es que al revés no puede ser.

Aplaudamos esta especificidad del autor, este carácter tan acusado. Sólo a través de personalidades singulares lograremos, por fin, doblegar al fósil. Los verdaderos jóvenes ya no quieren saber nada de ese monolito arqueológico llamado poesía de la experiencia. Más de treinta años de predominio político ya no hacen más que cansar, desesperar. ¿Seguiremos otra década en el limbo literario, oyendo lo mismo, oliendo lo mismo? ¿Nos hallamos ante una especie de realismo socialista, de franquismo de los versos? ¿Cuántas décadas nos quedan de limbo, de Restauración? Nos creíamos que esa calamidad había remitido al fin, y que ya podíamos respirar sin que llegaran nuevos árbitros, nuevas poéticas policía, nuevos inquisidores.

Pero, por suerte, aún hay verdaderos poetas. Un poeta no es más que una mente que aspira a la independencia. Libertad para sentir lo que nos da la gana. Eso es lo que reclamamos al abrir un libro de poesía. Y Paisaje con reflejo cumple sobradamente con esta función.

Y por estas razones, por ser un catalanogriego que conoce al dedillo a Homero, a Yorgos Seferis, su poesía huele a salitre y a cultura. A las personas normales les parecerá esta poesía marmórea. Pero es que esta poesía (como toda la poesía) lo que busca es un lector de poesía, un anormal. No sabrán ver lo que late detrás de la artesana elementalidad que hay detrás de poemas como Atlas. No sabrán ver que, escudadas tras un tapiz lento de revelaciones, se entrevé un mundo de sentido y de serenidad.

Y es que al fin y al cabo leemos libros de poesía para huir de la gente normal. De la tosquedad, del simplismo, de los gritos, de las antologías inanes, de la prisa, de las chapuzas, del engaño al fin y al cabo.
 



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