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portada-arcadia.jpg Arcadia
María Baranda
Universidad Juárez Autónoma de Tabasco / Ediciones Monte Carmelo
Tabasco, 2009

 
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No. 44 / Noviembre 2011


 

Arcadia
(fragmentos)

Yo era tierra.
Yo era calle, polvo, casa.
Yo era el padre y el hijo, la hija y la madre y el tiempo,
el lodo y la sombra y su largo camino de madres.
Yo era propia y rodeada como el fuego, veraz y fecunda en el olvido.
Yo moría bajo la luz imperceptible de una tarde a finales
de invierno.

Fui mancha, fui polvo, fui grano de arena e insecto
aplastado en el vidrio.
Fui azogue, fruición, simulacro, circunstancia y vestigio.
Vestigio y mareo en la nervadura de una frase,
en la fría colocación de la palabra en el texto.
Fui texto.

Cuerpo de mí,
cuerpo de quien,
partícula abriéndose paso en cada diminuto tablón
de la falda escolar, de la Pléyade y su abertura en el mundo,
en el Sur por el humo, en el Norte dibujada en el rostro
de seres fluviales, metamorfosis simples que pasan
a milímetros de mi yo, asidero y filamento, borde
diseminado,
borde mediterráneo, borde en el ojo que arde
y transpira la sal y la carne, la piel diferida en las
comisuras del texto,
hacia adentro rozando la estructura de trabes y frisos,
uniones mecánicas, ánforas donde siempre guarda la cercanía
como un punto en la piedad, una gota en la fuente.

Ciudades que caen de mi boca
como trozos de un mapa inventado.
Sombras que ocultan otras sombras
en lo profano de la piel,
en lo impensable del silencio.
Sentidos descubiertos en la punta de un arpón falso,
de una lanza equivocada,
de una flecha que nunca da en el blanco
y que olvida la ruta,
como el estibador olvida su nuevo frasco de viaje,
la luz que alguna vez vio cómo se hundía
en la sentencia de un mar distinto.

Todo el mundo detenido en la esquina de mis trece años,
de mi nuevo mundo escrito por mi piel.
Boca abierta a los tantos gritos interiores,
al nuevo magma que me recorre
desde entonces como una letra negra que avanza sorda
y puntual y verdadera. Todo el mundo en la esquina
de Insurgentes y Revolución, a miles de años en miles
de vidas,
de momentos sutiles e íntimos, de tiempo guardado en
las venas,
en las venas donde fluye la luz
como la esencia verbal de las cosas,
la materia del brazo,
la materia del sueño
y la mesa y la silla que siempre guardan,
como se espera una ciudad vestal. Una ciudad escrita
por mí y por mi vida vivida
una ciudad es un fruto que estalla
como un sol desesperado,
un sol veloz en mi pecho dentro de mi corazón.



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