De su revelación
I
Ojalá sabiéndome vivir pudiera
Abrir mi corazón como granada
Reintegrar a la tierra al agua al aire al fuego
esa semilla que a ti y a mí nos fue otorgada
y al espacio del continuo fluir pertenece
No temer a la muerte sí a los dioses
impuestos y palpables
Pensar que de nosotros se alzará una energía
consecuencia final de todo lo vivido
que podrá o no enlazar sus manos:
al finito eslabón
sin principio ni fin del Universo
II
¿Por qué sufres entonces
tiñendo de veneno tus latidos?
Por qué nunca aprendemos
a no sentir el peso de nuestra exigüidad
Quizás es que en el fondo nos sabemos
tan leves como plumas
subyugadas a la fuerza del viento
Y cubriendo con guantes nuestras manos
vamos echando lastre
de todo lo celeste y lo terreno
que atrae al interior del horno inmenso
nuestro cuerpo y espíritu imanados
Hacia el mundo candente y mineral:
licuar transformador universal
de los metales
III
Hoy he sido testigo
de aquel irremediable instante
en que todo en la vida que te ha sido otorgado
has de restituirlo y regresarte
Hoy he visto en su rostro imponerse
el color de la muerte
Un maquillaje hueco e instantáneo
de carne desvalida
La máscara del mismo carnaval
al que por último cuerpo y alma desnudos
sin excusa posible:
todos
tendremos que aceptar su invitación
IV
Padre
quiero estar preparada como tú lo estuviste
después de tus errores
para acceder a ése tu más allá del mundo
Quiero sin desespero absorber el aquí
con una fe distinta y aferrada a la vida
pues sé que en ella misma reside lo sagrado
Y el misterio infinito de la eterna respuesta
oculta en las raíces hondas e inaccesibles
para que alimentemos ese juego:
poético y tenaz de las preguntas
sobre todo lo incierto
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