El Billar de Lucrecia: 15 bolas


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En abril de 2005 sale el primer libro del Billar de Lucrecia, Hatuchay, de Washington Cucurto (Quilmes, 1973). Abril, no enero, para no empezar el año con propósitos, como todo mundo. La idea ya la habían anunciado antes. Ya sabíamos que se la inventaron en Chile, vinos en medio, por una conversación ontológica sobre el sinsentido de ser latinoamericanos y vivir bajo el imperialismo yanqui, y encima hacer poemas. Quedaba el vino. Poquito. Entonces las 15 bolas las jugaría una vieja buenísima, una especie de madre de todos los poetas latinoamericanos.

No. 44 / Noviembre 2011


 

El Billar de Lucrecia: 15 bolas

Por Ana Franco Ortuño



En abril de 2005 sale el primer libro del Billar de Lucrecia, Hatuchay, de Washington Cucurto (Quilmes, 1973). Abril, no enero, para no empezar el año con propósitos, como todo mundo. La idea ya la habían anunciado antes. Ya sabíamos que se la inventaron en Chile, vinos en medio, por una conversación ontológica sobre el sinsentido de ser latinoamericanos y vivir bajo el imperialismo yanqui, y encima hacer poemas. Quedaba el vino. Poquito. Entonces las 15 bolas las jugaría una vieja buenísima, una especie de madre de todos los poetas latinoamericanos. No de todos, nomás de los que no se juntaran con la ‘tradición’, y que no siguieran haciendo versitos políticamente correctos; tampoco de quienes no hubieran nacido muy cerca del 70, ni muy lejos. Tampoco de una generación; más bien una apuesta, algunos gustos personales, lo más provocativo que se pudiera como la madre Lucrecia: “esta mujer: estas curvas: esta voluptuosidad de carnes que mamaría toda Latinoamérica”, y los amigos, claro, faltaba más. Eso sí, muy latinoamericano todo, incluidos exilios, transfronteras e intercambios.

Las lisas, además de Cucurto, son de Germán Carrasco (Santiago, 1971), Damaris Calderón (La Habana, 1967), Eduardo Padilla (Vancouver, 1976), Montserrat Álvarez (Zaragoza, 1969), Pedro Montealegre (Santiago, 1975) y José Carlos Yrigoyen (Miraflores, 1976).

espacios-billar-02.jpgLa 8 es la primera antología de la colección: Malditos latinos malditos sudacas, Poesía Iberoamericana Made in USA. El desplazamiento de la bola central cumple su cometido, con “el descubrimiento de las trayectorias parabólicas por ataque no horizontal”, como dice Guatave en su Teoría matemática del juego de billar. Los incluidos posicionan la voz poética en el traslado de la cultura. El Billar de Lucrecia ya había definido sus intenciones migratorias. Muchas voces, muchas lenguas, muchos intercambios. El proyecto estaba consolidado; sabían que no serían 13 sino 15 libros, sumaban sellos, librerías en un montón de ciudades, encuentros, presentaciones, conferencias, talleres, herramientas y procesos poéticos.

Siguió otra reunión de autores, ahora para Brasil: Caos portátil. No toda la crítica encuentra lo caótico que pretendió ser.

El número 10 es de Néstor Rodríguez (Dominicana, 1971), y el 11 una nueva antología, esta sí, de plano, pa’ los cuates: Nosotros que nos queremos tanto. Luego Carne prensada, de Sylvia Figueroa, el primero de la colección en incluir fotografía. Laura Lobov ocupa el número 13 (Buenos Aires, 1978), Roxana Crisólogo (Lima, 1966), el 14; y cierra el juego, Porque el país no alcanza, poesía emigrante de la América Latina.

Del Billar de Lucrecia me interesan además de los libros, dos cuestiones fundamentales: la capacidad de mantener y acrecentar una gran vitalidad a lo largo de cinco años, sumando ideas, personas, ciudades y países (un vistazo al blog nos lo demuestra); y el diseño de un concepto editorial independiente (no sólo de libros), que se supo adaptar a las posibilidades –no ‘necesidades’, esto probablemente no aplica a la poesía–, de un mercado complejo (auditorios, formatos, convocatorias): “actualizar los pasos de baile según el ritmo” declaró Rocío Cerón alguna vez, y supo hacerlo.

De sus ideas iniciales: que no se incluya lo de siempre y dejar la ruta de lo establecido o las formas decorosas de la poesía correcta; que conformaran una generación Picapica, (¿qué causaría urticarias en lectores poco comprensivos / intuitivos / inteligentes?); que la experimentación no tenga límites; cumplieron con muchos. Si bien no reúnen lo más ¿picoso? de la producción latinoamericana del 2005 al 2010, sí son un corpus del que vale la pena enterarse.

El negrito infaltable es que como sabemos, una de las críticas que se hace al mundo de la poesía en México (y en muchos lugares) es el asunto de los grupos. Álgido tema-reproche que tiene a mano cada uno de los grupos; EBL declaró que tenían “gran interés en que la poesía se mueva por el continente y dejar de lado las miradas endogámicas para tratar de comprender los cauces poéticos ajenos a los del país de origen de cada quien”. Sin duda la colección ofrece una panorámica, que termina por ser de nuevo una selección, y configurando un grupo, tanto dentro como fuera del país. Lo demostraron con Nosotros que nos queremos tanto. Como lectora, mi único 'pero' para el libro, al margen de que no me interesen todos los incluidos, es que de la colección, es el que se financió con más sellos gubernamentales.

Por lo demás, creo que El Billar de Lucrecia es uno de los conceptos más comprometidos con hacer poesía. Es un concepto innovador que no se refugió en el libro en soporte de papel y sus romances: “Aunque seguimos hablando de contenedores formales como lo son los libros, Lucrecia apuesta por diseños refrescantes, vitalizados, lúdicos, emergentes, desconcertantes, con portadas que nos hablan más de biografías escandalosas que de poéticas de alto riesgo”. El ejercicio proyectivo (que no es el más practicado en nuestros países ni por los editores ni por los políticos) se cumplió con inteligencia. Hacer, con diseños actuales, tantos libros en tanto tiempo, y sostenerlos con una importante campaña de presencia física (en ferias, presentaciones, lecturas, etc.), con la que se comprometan todos los involucrados en la cadena (poetas, editores, diseñadores, compiladores, traductores, bartenders, libreros y lectores), es fundamental para las nuevas maneras de hacer y distribuir cultura poética.

No sé cuántas colecciones en papel queden en los almacenes del Billar, espero que muy pocas, pero queda también el registro del blog, que es otro documento interesante para quienes nos preguntamos cómo dejar de ser “extremos” sólo por dedicarnos a la poesía, en un mundo que genera un mercado hasta para los peores gobernantes de la historia actual. 



Entrevista con Rocío Cerón

El Billar de Lucrecia: 15 bolas.

Si bien tenías programado cerrar el proyecto del Billar con la bola 15, creo que no estaba programado cada libro, ¿cómo fueron saliendo, y qué pasó a lo largo del juego?

Había algunos autores que ya tenía en mente cuando abrí la editorial: Washington Cucurto, Germán Carrasco y Damaris Calderón. El resto de títulos y autores fue una aventura lectora y después editorial. El catálogo se fue creando a partir del gusto personal pero también pensando en darle al lector una suerte de mapa generacional y de diversas poéticas de autores de América Latina nacidos hacia finales de los 60 y durante los 70.

Ahora, frente al resultado, ¿qué panorama refleja el conjunto sobre la poesía actual?

Creo que, de alguna forma, EBL permitió el acercamiento hacia otro tipo de poéticas y tesituras de las que se venían dando en México, más libres, menos engominadas y librescas. Poetas como los brasileños incluidos en Caos portátil. Poesía contemporánea del Brasil le brindan al lector las posibilidades que hay de crear poemas como artefactos verbales donde los ruidos de la calle, de las favelas y de un mundo pop saturado están presentes en el discurso poético con estrategias escriturales muy diversas. De alguna manera, libros como Zimbabwe de Eduardo Padilla o el que mencioné anteriormente son libros que son comentados y que son una referencia para varios poetas jóvenes mexicanos.

Háblanos de los números: poetas, poemas, ciudades, países, el proyecto editorial y sus economías.

Muchos poetas, muchas ciudades y largas horas, meses, años de trabajo, lo más importante, más allá de las cifras, es el catálogo mismo. Cada libro es, ha sido, una apuesta y sigo considerando que es un buen termómetro de la poesía contemporánea de América Latina.

¿Qué ha seguido al Billar de Lucrecia?

Una paz desasosegada… que culminará en un nuevo proyecto editorial del que próximamente daré cuenta a los lectores del Periódico de poesía

  


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