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portada-outsider.jpg La canción del Outsider
Álvaro Salvador,
Visor,
Madrid, 2009.
XI Premio Internacional de Poesía Generación del 27

 
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No. 45 / Diciembre 2011-enero 2012

 


Nocturno de Nueva Inglaterra
 
 
                                               Toda una historia, un alma se te muestra
                                               Ahí, y las piensas hermosas,
                                               Hechas de recatada confianza en lo sabido,
                                               De respeto sin miedo en lo ignorado,
                                               Viendo tratar así los pobres muertos
                                              
que recuerdo impotente son tan sólo.
                                                                                              (Luis Cernuda)

 
Oigo el rumor del viento restregarse
contra los abedules y los arces,
en esta noche oscura, desolada,
noche de insomnio lejos de mi tierra.

Ha nevado de nuevo y habrá nieve
mañana. Siempre hay nieve dormida
sobre otra nieve muerta en primavera,
en esta primavera de otro mundo.

El viento arrastra ruidos del pasado,
melancólicas voces que no atiendo
como ayer atendí. Me inunda en cambio
un dulce olor a rama de canela
y a madera de arce perfumada.

Bajo los álamos que escoltan mi ventana
hay nieve, sí, pero también memoria,
memoria que es desvelo de los vivos:
el cementerio extiende sus leyendas
desde mi casa hasta la barranquera.

Mañana, cuando la noche ya no esté,
no sea la noche oscura ni temida,
ascenderé la cuesta del silencio
entre las tumbas frías y serenas.

Inmóviles, debajo de la nieve,
más allá de las noches y los días,
las tumbas nos señalan lo que somos
el futuro de nuestra condición.

Esta noche, el viento cerca inquieto
mi ventana, mi insomnio, mi esperanza,
como lobo estepario de un destino
que me aguarda en el bosque más profundo.

Pero yo no le temo. Nada puede
temer quien nada tiene, quien nada
espera tener, apenas tiempo:
calor en los  inviernos impacientes,
en los cortos veranos, sólo sombra.

Y la digna memoria
que esta noche presiento
bajo nieve dormida,
sobre otra nieve eterna.


Pizarra negra

                                               He soñado que sueño...
                                                               (Ludwig Zeller)

He soñado que sueño
y en el sueño yo entro
en la casa vacía.

¿Qué casa es esa casa
que yo soñé perfecta
en mi sueño soñado?

¿El patio de mis padres
con su pozo y su higuera,
la casa de mis hijos
y sus sillas sin nadie?

¿O quizá he soñado
con la casa extranjera,
aquella en donde fuimos
por una vez felices?

¿Qué casa es esa casa
que yo soñé perfecta
en mi sueño soñado?

He soñado que sueño
soñar en las alcobas
de mis casas perdidas.


Un hombre no siempre es todos los hombres

                                               Voy en la multitud y mi nombre es nadie
                                                                                              (Juan Manuel Roca)

                                               A Waldo y Roberto

Yo no fui hace siglos un guerrero en la cordillera de los Andes
ni un sacerdote en la ciudad sagrada de Sechín,
tampoco un jaguar
ni un tejedor de estrellas
ni un pastor de vicuñas
ni un centauro extranjero con escamas de plata.

El dios Chall nunca me concedió su gracia,
no permitió que me encarnara en la fogosa flor del flamboyán
ni en el abundante fruto del macuili.
No pude ser el aura que vigila los aires de los secos desiertos
ni el cóndor que preside las cimas de las altas montañas
o el humilde colibrí que labora en los claros de la selva sagrada.

Oigo el constante grito que lanzan los hijos de esta tierra,
ese constante grito que intenta seducirme, dominarme,
y me llena de turbación con su esplendor,
con tanto exceso de afirmación,
tanta sobreactuación de luces y colores
(mil palabras donde yo aprendí a pronunciar tan sólo una).

No, yo no he sido un guerrero del Imperio del Sol,
ni siquiera un centauro plateado nacido de los mares furiosos,
no he sido un sacerdote levantando su daga en el templo sagrado de Tulum
ni un patricio caído en la batalla por la bandera de la libertad.

No, yo no fui, no estuve allí, no lo vi.
Lo leí, lo tuve que creer, me lo  contaron.


El dios de los peces

Si existe algún dios,
si hubo alguna vez un dios en tu corazón,
el dios que ahora te acoge y te consuela,
habrá de ser el dios de los pantanos,
el dios de los peces.

Te recuerdo estos días junto a la orilla
con el pañuelo al cuello y las gafas oscuras,
fijas en mí, pendientes de la caña
que quiero sostener con mis dos manos.

–¡Lanza el sedal con fuerza! ¡Lánzalo!
Lánzalo como si en ese esfuerzo
apostaras tu vida.

Y la apostábamos. Entonces
yo era casi un niño y tú
un hombre fuerte,
un hermano fuerte y poderoso
que intentaba enseñarme a pescar,
a robar tesoros en las profundidades del lago:
tesoros como animales perlados,
inquietantes y elásticos, imposibles
rayos de luz.

Aprender a pescar era tan grave
como saber vivir. Y yo intuía
en tu entusiasmo esa enseñanza:
el rito de iniciación que nos brindaban
las mañanas de domingo en el pantano.

Me recuerdo, yo mismo,
con saquito de lana y con pañuelo al cuello,
la cabeza muy alta, sosteniendo el sedal,
y un modo de mirar al horizonte
que fingía ser maduro.

Hermano
si existe algún dios,
si hubo alguna vez un dios en tu corazón,
el dios que ahora te acoge y te consuela,
habrá de ser el dios de los pantanos,
el dios de tus pantanos y mis peces.

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