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V
Yo te perdono, Dios,
desde la infancia,
desde el niño llorando
por su premonición de gota de agua,
en medio de los vientos
que dejaste para encender el fuego,
perdono al pasajero
que deja su oración
para otro nómada.
Miro los páramos
y soy la voz en el desierto:
ábrete cielo,
abre la brecha a tus caídos,
ésa es la puerta que nunca se cerró.
VI
Tengo el destino en la palabra errante,
en la primera línea,
en el cantado sueño de los vivos.
Hay conjuros más prófugos que el aire,
pero duermen en paz,
en los escombros del insomnio
yo vigilo.
VIII
Llegan a ti los que callaban sobre una lápida de espera,
aquellos que sembraron vigilias de tu transparencia.
Recuerdo cada rostro,
mi espejo levantado del sepulcro,
las voces más amargas sin sosiego,
¿dónde te encuentro?,
escucha este derrumbe de pasiones sordas
que buscan ampararse en la ceniza.
Así los caminantes de erosión
cruzaron las arenas y los vientos,
así gemía la creación dentro de mí
y el oro se apagaba doblegado,
cayeron al abismo
los árboles que no declinan.
Vengo de hallarme en el espejo,
de preguntarme si soy más de lo que miro,
de ver los cuerpos de mi cuerpo supurando historias
como quien grita en cementerios
queriendo conversar entre los muertos
indagando las fechas de esas criptas
hablando de la luz que se ha negado.
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