.....................................................................

portada-cuatro-piezas-danesas.jpgCuatro piezas danesas
Juan Carlos Cabrera Pons
Ayuntamiento de Mérida,
México, 2008.

Por Balam Rodrigo
.....................................................................

No. 45 / Diciembre 2011 - Enero 2012


 

Nórdicos ensalmos de un Sísifo trópico


Conocí a Juan Carlos Cabrera Pons el 30 de agosto de 2007 en un encuentro de escritores celebrado en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. Pese a todo no me pareció, digamos, raro, que su oficio se relacionara con la poesía: por descontado, creo, casi todos los chiapanecos dicen —o intentan— ser poetas. Pese al aburrimiento y la migraña que me provocaron las maratónicas lecturas de aquel encuentro, me quedé a escuchar a Juan Carlos, sobre todo porque durante algunos años mi curiosidad me ha llevado a leer y a buscar la poesía de las generaciones de chiapanecos más recientes. He de mencionar que esa misma ocasión percibí con agrado la sana distancia de la poesía de Cabrera Pons con la ya conocida “tradición” poética de Chiapas tan ligada al fasto natural, al entorno, a la vegetación, al trópico.

La singular distancia que he mencionado se relaciona con la búsqueda de una enunciación distinta y puesta en marcha en este poemario, Cuatro piezas danesas, libro singular por su exotismo en términos del estatus geográfico en el que se desarrollan sus temas, y por el particular extrañamiento que surge en el lector, derivado de la constante repetición y circularidad de los versos. Incluso, hay quienes han encontrado en dicha reiteración el principal defecto del libro —que le ha valido al autor lo mismo la ovación que la infamia en algunos blogs—, pero me parece que ello se origina de una lectura poco atenta.

Iré por partes:


1)    Desde el nombre, Cuatro piezas danesas es un título que anuncia su voluntad de canto, de celebración, de nórdica saudade por Copenhague y los sitios dilectos que eligió el poeta para dar fe de su encuentro con ese mundo. Ya de inicio, en el poema La gaviota, leemos:

Como una cabra alada la gaviota desentierra Copenhague
Hunde el cuello entre sus brazos de ceniza
Se relíe
Y todo si no es blanco lo devora. 

Así, luego de ocho versos:

—más que ciega la gaviota
todo lo que no es blanco lo devora
y todo si no es blanco contradice.

Y Copenhague
La blanca
La blanca blanquísima Copenhague
El colmo de la nieve [...]

Podemos intuir en los versos anteriores una suerte de manifiesto: la gaviota es la escritura y Copenhague, lo mismísima Copenhague, tan llena de nieve, no es otra que la página en blanco. He ahí la lucha del poeta consigo mismo, con su oficio, la eterna lucha del escritor contra la página vacía —o llena, según se vea—: de ahí el colmo de la nieve.


2)    En todo el poemario aparece una y otra vez la reiteración de ciertos versos y palabras de forma deliberada que busca precisamente tal efecto en el lector: envolverlo en el ritmo del poema, crear y hundirlo en una atmósfera dentro y alrededor de sí mismo. No es este un recurso novedoso en la poesía y es rasgo muy común en la poesía religiosa, tan cercana a la oración y al ensalmo. Y es precisamente de la cercanía de Cabrera Pons con la poesía de un escritor poco leído y conocido en México del que ha tomado algunas lecciones valiosas. Me refiero a Héctor Viel Temperley, y en particular a sus libros Crawl y Hospital Británico, cuyo espíritu ha dejado honda huella en la poesía de Cuatro piezas danesas y al que volveremos más adelante.


3)    Parte de la poética personal de Juan Carlos, publicada en el #149 de la revista Punto de Partida, refleja claramente tales pulsiones:

El instante poético es el instante en que la poesía encarna sobre la tierra, en una imagen, una situación, un sentir colectivo o individual, etcétera. El poema corre detrás de este instante poético, en una eterna búsqueda. Si logra atraparlo o no, es lo de menos, el poema está y está la vida.

En esa eterna búsqueda se cifra una suerte de eterno retorno lírico que podemos hallar en poemas tales como Ida junto al fuego (Christiania):

[...] Debió de ser antes el fuego
pero aquella noche juraba
que Ida fue primera en la creación.

[...]

“Se ha ido —le dijo Ida
rascándose la nuca— es ida con la noche
es ida por el fuego
se ha ido”.

“Yo no lo sé —le dije— amigo
—a pesar de todo amigo—
pero me han dicho que a Ida sólo la encuentran
los que buscan la ceguera”.

A todo esto y alrededor del fuego
un círculo de bultos hechos de pura sombra
no se percataban de Ida
primogénita de la llama.

Sísifo no ante la roca sino ante la página en blanco, Juan Carlos está convencido en estos versos de la imposibilidad de hallar un solo sentido a la ecuación planteada en el poema e incluso que su verdadero sentido es, quizá, un sinsentido, un simulacro, un mero instante: si logra atraparlo o no, es lo de menos.


4)    De los cuatro apartados de Cuatro piezas danesas, el que me place más por su poética e intencionalidad teatral al superponer distintos sujetos líricos, fragmentos atemporales y voces intertextuales, es El camino a Feguessund.

El caminante (comenzando la caminata)   

El ocaso
Como una vaca vieja y gorda se me va
Y yo carezco del ocaso hasta el amanecer.
Crepuscular entonces yo carezco de mí mismo
Desde el ocaso hasta el amanecer
Y me tropiezo con la misma piedra
Del mismo sepulcro
Sobre el mismo camino interminable
Y recuerdo la primera vez que lo vi
La única...

El sueño de las multitudes:

Pesados como roca en un sepulcro
Pesados como roca en la caída
Y cayendo
Sobre todo cayendo
Sobre todo.

Aquí el poeta es abiertamente Sísifo, y su eterna roca, la escritura, la pasión por las palabras, pero cuyo destino no es otro que el silencio: lo importante no es, ciertamente, hallar el sentido, sino experimentar el efecto, las sensaciones de vértigo causadas por las constantes rupturas de tiempo y espacio; la fragmentación del yo en varios yos heterogéneos y ubicuos. Es ésta la más cercana afinidad poética de Cabrera Pons con Viel Temperley: el simulacro del ser a través del lenguaje cuyo constante ejercicio le permite tomar el verdadero lugar de la realidad para transformarla y devolverle uno nuevo.


5)    Tetralogía de espacios boreales, los apartados Skagen, Johanna e Idilio de los molinos de viento son un recorrido por el otro eje discursivo de Cuatro piezas danesas: el yo-cuerpo, el territorio del deseo.

Johanna [fragmento]

[…]
recordarlo todo
desde el instante de mis manos en tu ombligo
hasta volverte a preguntar si ya eras mía
hasta el último temblor de ti
es tan sólo un recuerdo
girasol.

Skagen


El parque se hirió de pájaros
y tú estabas descalza.
[...]

Idilio de los molinos de viento [fragmento]

[...]
(La mujer de la guadaña
―que siempre lo seduce igual
y siempre le hace el amor
de la misma forma―
sufre un terrible levantamiento de faldas
en manos del viento aquél).


Finalmente, leer con atención Cuatro piezas danesas nos permite encarnar esa nórdica saudade y su impronta en la experiencia vital de su autor, sin ignorar que su escritura es una verdadera apuesta por el juego, sobre todo creativo y que, a pesar de todo, es fiel reflejo de la más absurda y hedónica de las pasiones: la poesía. Por eso bien dice Juan Carlos a sus detractores: y yo a ratos me tomaba en serio/ aquello de ignorarlo ciegamente. 




Leer poemas...



{moscomment}