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portada-escribir-poesia.jpg Escribir poesía en México
Julián Herbert, Javier de la Mora y Santiago Matías (comps.)
Bonobos, México, 2010.


Jorge Aguilera López

Adán Echeverría

 
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No. 45 / Diciembre 2011-enero 2012

 

Así como los autores provenientes de la academia pueden producir textos críticos capaces de conservar un estilo propio sin por ello perder rigor analítico, los poetas también pueden ensayar sobre su oficio con un discurso serio y documentado sin menoscabo de su calidad creativa. El volumen colectivo Escribir poesía en México, publicado por Bonobos en 2010 y compilado por Julián Herbert, Javier de la Mora y Santiago Matías es prueba de las capacidades ensayísticas de los poetas allí convocados para reflexionar sobre diversas temas y problemas de su oficio. Los diecisiete autores seleccionados ensayan, por supuesto que con desigual fortuna, sobre el significado de escribir poesía en este país y este tiempo histórico.

El tema recurrente en la mayoría de ellos –cuál otro con semejante ubicación geográfica y temporal– es la violencia social y la forma en que el acto creativo puede ejercerse con tal telón de fondo. Es curioso notar que la pertinaz voluntad del poeta mexicano por no contaminarse del mundo exterior ha terminado por obligarlo, a la luz de las circunstancias actuales, a pensar en que, tal vez, sea hora de volver a situar la poesía en el mundo. Tal parece que con este libro, el grupo de poetas reunidos en él se hacen eco de las palabras de Terry Eagleton:

 

La voz de la crítica sólo ha adquirido atención generalizada cuando, en el acto de hablar sobre la literatura, ha emitido un mensaje lateral sobre la forma y el destino de toda una cultura. La crítica sólo pudo reclamar con autoridad su derecho a existir cuando la «cultura» se convirtió en un proyecto político urgente, la «poesía» en metáfora para la calidad de la vida social y el lenguaje en paradigma para el conjunto de la práctica social. Hoy en día […] ya no se ocupa de tema alguno de interés social sustantivo, y como forma de discurso casi por entero se autovalida y se autoperpetúa.1

 

 

En consonancia con las palabras del crítico británico, tal parece que en esta compilación hablar sobre poesía es una metáfora para entender y explicar(se) las condiciones que han desgarrado el tejido social. Así, los ensayos de Luis Alberto Arellano (Cuerpos dolientes y poesía), Juan Carlos Bautista (Narcoviolencia y poesía: la polca del silencio), Hernán Bravo Varela (Malversaciones), Ernesto Lumbreras (¿Qué pasó en Oaxaca en el 2006 que la poesía pudo evitar?) o Julio Trujillo (El poder o la gloria. Apuntes sobre poesía y política). Claro que también se habla de otros temas, por ejemplo, poesía y nuevos formatos (Carla Faesler), poesía y traducción (Pura López Colomé) o edición de poesía (León Plascencia Ñol). Sin embargo, los textos que me interesa destacar ahora son dos más anclados a un tema “tradicional”, para no evitar el juego de palabras al que el concepto invita: las relaciones entre poesía y tradición en el ahora.

Por un lado, el ensayo de Tedi López Mills, Poesía y tradición desde el ahora, nos ofrece una visita a la particular concepción de esta autora sobre la inestable idea de la “tradición”. En pocas palabras, descree de este concepto en cuanto tiene de pétreo e inamovible. A contrapelo del concepto estable, ensaya sobre la necesidad de romper el dique. Claro que, para cuestionar, es necesario conocer. López Mills posee, y lo muestra, una alforja repleta de esos clásicos que desea confrontar; sin embargo, sólo asoman cuando resulta conveniente. Es este un ensayo que, de nueva cuenta, nos sitúa en el terreno del estilo que reviste a la idea, sin menoscabarla ni retirarse en favor de ella.

Por el contrario, el ensayo de Eduardo Padilla, elocuente desde el título: Escribir de espaldas a la tradición, recurre al artilugio –retórico–, de negar su capacidad para argumentar y así escribir de cualquier cosa, sólo recordando a trechos largos que el tema era uno, y despachándolo con un breve “mi falta de entusiasmo por la tradición es proporcional a mi desinterés por todo”. Zanjado el punto, Padilla llena el resto de cuartillas solicitadas con anécdotas televisivas y divagaciones insustanciales. Buen ejemplo del poeta que escribe ensayo sin saber qué decir y termina por bordar en el vacío una prosa que se pretende poética.

Dejo por ahora de lado el resto de ensayos. Baste decir que, en el prólogo tripartita firmado por los compiladores, se arguye el viejo argumento antiacademicista para justificar la libertad creativa en la composición de los ensayos publicados: “Desde nuestra perspectiva, algunos de los preceptos poéticos consagrados por la academia y/o el artepurismo vienen perdiendo su vigor original y resultan –más que arrobados, experenciales, exquisitos, decadentes, conservadores o irritantes– insulsos y ñoños.” Aclaración, me parece, innecesaria: algunos de lo poetas publicados son también académicos que, como allí se evidencia, están en las antípodas del “arrobamiento” y la “ñoñería”.

 

 


1. Terry Eagleton, La función de la crítica, Barcelona, Paidós, 1999, p. 122.

 

 


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