Joseph Brodsky |
No. 45 / Diciembre 2011 - Enero 2011 |
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Joseph Brodsky
Traducciones de Víctor Toledo La estrella de Navidad En una fría temporada En el cósmico lugar Inclinado más al calor que al frío Y más que a la montaña hacia el llano El niño dios sonrió en la cueva para salvar al mundo. El blanco aullaba, barría: Así la tiza del invierno borra y atiza en el desierto. A Él todo le parecía enorme: los pechos de la madre El vapor amarillo de las ventanillas nasales de los toros Los magos Melchor, Gaspar y Baltazar Sus regalos traídos de tan lejos. Él era sólo un punto. Y un punto era la Estrella. Que atenta, sin parpadear, entre una misteriosa nube, Sobre el pesebre del bebé, Desde lejos, en el otro final, Al fondo del Infinito, Miraba hacia la cueva. Y era Ella La mirada del Padre. Nacimiento Pasara lo que pasara alrededor sea cual fuera el mensaje que la ventisca se afanaba en proferir y sin tomar en cuenta lo estrecho de su cuarto o que no hubiera otro lugar en el mundo para ellos. Primero: estaban juntos, segundo —antes que nada: ya eran tres. Todo lo que tenían y trabajaban, acumulaban, recibían desde hoy, cual mínimo, entre los tres se repartía. Encima de su albergue el cielo congelado se apoyaba sobre ellos como el grande acostumbra sostenerse en los pequeños. Y hacía brillar la estrella, que desde entonces no tuvo a dónde ir: salvo el mirar del niño. Con su último destello llamaba la fogata todos dormían ahora, a ninguna la estrella se igualaba por la habilidad en su nadir de unir al forastero y al vecino. |
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